Loto [capítulo primero]

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FLOR DE LOTO

La flor de loto es pura, puede emerger de aguas turbias por la mañana y estar perfectamente limpia. El loto se ve como un signo de renacimiento, pero además, se asocia con la pureza y con la iluminación espiritual.

Wei Wuxian pateó con su bota el suelo, levantando una nube de polvo. Aquel brusco movimiento empujó diminutas piedras al agua, que al caer y hundirse, provocaron olas que rompieron contra la orilla. En medio de la espesa niebla, las hojas de loto flotaban, sosteniendo sobre ellas flores con sus pétalos extendidos como si se tratase de una fresca mañana de primavera. Blancas, rosas, azules, rojas. Cada color mantenía su equilibrio, no había más de uno, ni menos de otros.

Alterando la tranquilidad del río, una balsa de madera se hacia camino entre las flores de loto. Del capitán, sólo sus extremidades eran visibles. Sus manos, dos trozos de hueso cubiertos por carne podrida, empujaban un remo para dirigir la balsa. Wei Wuxian sólo observaba.

La balsa llegó y el capitán extendió su mano hacia Wei Wuxian, profiriendo un grito ahogado. Wei Wuxian sacó una moneda de oro y la arrojó sobre la palma extendida de aquel ser, quien convencido por el resplandor de tan inusual moneda, se hizo a un lado, dejando el camino libre a Wei Wuxian para que subiera a la balsa.

Wei Wuxian unió sus manos detrás de su espalda y de un brinco subió a la balsa que se tambaleó por el peso. Detrás de él no había más pasajeros. Usando su remo, el capitán regresó al centro del río. Sus golpes en el agua eran lentos, tan lentos como sus extremidades al moverse. Pero sólo él podía cruzar a los mensajeros y a las almas atreves del río.

La balsa se balanceaba sobre las flores de loto, hundiéndolas bajo el agua.

El río se extendía varios kilómetros hacia adentro. No había día, tampoco noche, sólo niebla y oscuridad.

El capitán, conforme se acercaban a la orilla opuesta, fue incrementando su velocidad. Una fuerza sobrehumana lo hacía remar con prisa, alentado por lo que había del otro lado.

La balsa de madera golpeó contra la orilla, crujiendo. Wei Wuxian, quien se había mantenido de pie durante el trayecto, bajó de la balsa. La deforme criatura que ocultaba su rostro bajo una capucha, gruñó.

—Te daré otra moneda, pero espera a que vuelva.—Dijo Wei Wuxian. Las monedas con las que pagaba no eran las que solían usar los mensajeros de la muerte. Ellos usaban monedas de plata con el logo del centro de la tierra, Wei Wuxian, monedas de oro con el logo del paraíso. Y aquella criatura codiciosa tenía sus preferidas.

Dando la espalda al capitán de la balsa, Wei Wuxian siguió el camino de lodo forzando sus botas que quedaban atoradas. Diminutas bolas de luz iluminaban el camino. A su alrededor no había nada, sólo tierra pantanosa.

Al final del camino se divisaba una cueva. Cuando Wei Wuxian la alcanzó, las luces desaparecieron. Tomando aire, se adentró en medio de la oscuridad.

—... Ahhhh.

—Ahhhhhh.

Voces lúgubres retumbaban dentro de las paredes de piedra. Se lamentaban, pedían salir. Sin luz, sin rayo que las alumbrara, porque las almas manchadas no la necesitaban.

En el reino de las sombras no existían las estaciones. Unas almas se quejaban de lo frío que era, otras, de lo caliente que podía llegar a ser.

Compuesto por tres cámaras, en la cámara baja se ubicaban las almas que no tenían perdón, aquellas que corrompieron su carne y su alma hasta volverlos polvo. La cámara central conecta a ambas cámaras, baja y alta. Por ella transitaban los mensajeros de la muerte. Y en la cámara alta, la más grande, se podía encontrar al ser sin rostro que controla el reino de las sombras.

A la cámara alta era a donde se dirigía Wei Wuxian. Después de atravesar la cámara central, Wei Wuxian llegó ante unas puertas negras. Golpeó tres veces y fueron abiertas por un sirviente.

En el centro de la cámara, sobre un pedestal labrado en roca, el señor del reino de las sombras sonreía.

—Cuento noventa y nueve años, Wei Wuxian. Cuando viniste no creí que llegarías tan lejos. Estaba listo para arrojar tu alma a la cámara baja.

—Lamento decepcionarlo... —Wei Wuxian se rió.—No, la verdad no.—Agregó, acercándose con pasos arrogantes.

—¿Vienes por tu recompensa?—Preguntó el señor de las sombras. Sólo Wei Wuxian se atrevía a burlarse de él.

Wei Wuxian asintió, con un brillo codicioso en su mirada.—Quiero mis recuerdos.

El señor del reino de las sombras lo miró con inocencia fingida.—Si me preguntas, eso no es una recompensa. Las personas que dejaste atrás ya están muertas. Y durante tus años vagando por el mundo nadie te ha podido reconocer.—Hizo una pausa, regodeándose.—Pero si tanto lo deseas...

Wei Wuxian asintió con la misma sonrisa. Él no se dejaba intimar.—Los quiero. Si es un castigo, eso me corresponderá decidirlo a mi.

—Que así sea.

Una risa escandalosa retumbó en la cámara. Wei Wuxian, abrió sus ojos. Y por primera vez en tantas décadas, recordó lo que era tener un cuerpo carnal. Un fuerte dolor golpeó su cabeza. Memorias llegaban unas sobre otras, empujando las que por ciento noventa y nueve años había acumulado. Cayó de rodillas, incapaz de soportarlo. La risa seguía retumbando. Envuelto en oscuridad, Wei Wuxian perdió la consciencia.

[●]

—¡LAN ZHAN! ¡Yo no quise olvidarte!

Wei Wuxian despertó de golpe. Tirado sobre su cama, el rostro de un hombre no dejaba de dar vueltas sobre su cabeza.

Una lágrima se deslizó por el rostro de Wei Wuxian. Su pecho dolía y los recuerdos golpeaban su cabeza. Veinte años atrás, cuando iba en busca de un par de almas de la secta Lan, un pequeño niño de al menos cinco años, al verlo, corrió a atacarlo, suplicándole que no se llevara a sus padres. Para Wei Ying fue algo confuso, nunca nadie antes lo había podido ver, pero ese niño no sólo lo había podido ver, si no que también lo había tocado. Desde entonces, Wei Wuxian había esperado el día en que podría recuperar sus recuerdos para ir en su búsqueda.

Karma [Wangxian]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora