Amapola [capítulo cuarto]

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AMAPOLA

La amapola es una flor que suele alcanzar los cincuenta centímetros de altura, pero una vez que haya florecido morirá. Además, es una flor empleada para tratar dolencias. La amapola, entonces, será como esas personas que nos atraen y nos apasionan, que hacen el mundo mejor, pero que de ningún modo debemos atraer a nuestro lado, porque se destruye o nos destruye. Es una de esas manifestaciones con las que la naturaleza nos seduce pero nos aleja. Una flor muy flor, casi podríamos decir egoísta.

Sobre las tejas de la posada, Wei Wuxian descansaba. Sus manos detrás de su cabeza funcionaban como almohada y ocasionalmente se movían para alcanzar las diferentes jarras de vino que iba vaciando. El licor que se conseguía en Yunmeng Jiang no era bueno, amargaba su garganta, pero después de un día lleno de sucesos inesperados cualquier licor funcionaba.

El día se apagaba, en el muelle Wen Ning aguardaba el momento para entregar las desafortunadas almas. La muerte siempre invisible, no avisaba, sólo llegaba. Pero las personas no pensaban en ella como una realidad, así que su interrupción nunca era oportuna. Almas jóvenes, almas viejas, almas buenas, almas malas, la muerte no distinguía, el karma sí.

Abajo, la gente iba y venía por las calles. Reían mientras charlaban yendo de un lugar a otro. Wei Wuxian no conocía a nadie, todo era ajeno a él. "El patriarca de Yiling" aún sonaba en las bocas de los mercaderes, pero el tiempo (y exageraciones) había provocado una retorcida imagen de él.

Bebiendo un largo trago de licor, Wei Wuxian sintió como su garganta ardía con el deslizar del líquido. Sobre él, las nubes en el cielo eran grises. Se movían empujadas por el viento sin poder hacer nada. Sus formas eran distintas, nunca iguales. El cielo era pálido y con el transcurso de los minutos se oscurecía, engullendo los últimos rayos del sol.

Rodeado por la oscuridad, Wei Wuxian contó las estrellas que se filtraban entre las nubes. Eran tantas que perdía la cuenta y volvía a empezar.

Sus años en la tierra habían sido sencillos. La carencia de recuerdos habían edificado una estancia placentera, incluso divertida, pero vacía, tan vacía como en el presente, sólo que en ese entonces no se había percatado.

Los días posteriores a su regreso del reino de las sombras los recuerdos habían llegado lentamente, ahogándolo. Voces conocidas llenaban su cabeza recriminándole sus acciones. En las batallas al perdedor, además de ser derrotado, su versión de lo sucedido se sepultada junto a él.

Para el mundo de la cultivación, Wei Wuxian había sido el mal que azotó el mundo. Y probablemente había sido así, pero, ¿quién podía medir la balanza entre el bien y el mal? ¿quién tenía la razón? ¿quién no?

Había visto morir a Feng Mian, a Madame Yu, a Yanli; y Jiang Cheng quizás había muerto algunas décadas después. La reencarnación de cada uno de ellos era algo seguro. Días como ese, los odiaba un poco. ¿Su vidas eran mejores sin él? Seguramente. El pasado había quedado atrás y sus recuerdos se habían evaporado. Las heridas habían sanado con su nueva vida y no iban a volver, al menos no para ellos. ¿Él? Él aún tenía una penitencia que debía saldar y con algo de suerte podría volver.

Una sonrisa famélica cruzó sus labios. Bebió de la jarra y el liquido se derramó, bajando por su cuello hasta impregnarse en su ropa. Wei Wuxian nunca había sido un chico sentimental. No lloraba, menos se entristecía. A cada problema, una solución le daba. Se movía de posición sin prudencia, no media consecuencia, sólo actuaba. Riéndose, seguía adelante. Aún si su cuerpo se cansaba, no se detenía.

La opinión de las personas le resultaba indiferente. No se avergonzaba de su origen o de su condición. Sin esfuerzo conseguía las cosas y sin esfuerzo las perdía. Sin embargo, los murmullos a voces sobre lo poco digno que era para la secta Yunmeng Jiang lo habían seguido hasta su muerte.

Karma [Wangxian]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora