Capítulo 14

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Georg los encontró así mismo un cuarto de hora después, y cuando cayó la noche, los tres sentados a la mesa, Tom y Bill seguían muy cerca, el músico en actitud protectora, y Bill con una mueca de satisfacción, muy alegre como el niño que era, picoteando la cena que constaba de carnosos langostinos ahumados, abadejo al horno, ragout de cangrejo y vieiras, ensalada de frutas con almíbar de azafrán, pequeños melocotones rellenos con salsa de Módena y cocteles de ginebra, jengibre y granada para los adultos, y té helado de azahar y menta para Bill. Quizá había sido demasiada comida, pero apenas quedaba un bocado ya.

—Tu apetito no ha cambiado en nada ¿o sí? Pequeño cuervo— comentó Tom, mirándolo serio y satisfecho, igual que haría un padre ejecutivo que detiene a cero su ajetreada vida para llevar a su niño a un cumpleaños, con piñatas y amiguitos y payasos, disfrutando en silencio al ver al niño disfrutar, sabiéndolo a salvo bajo su mirada y sus cuidados.
Bill no respondió, solo miró a Tom con sus ojos tan negros como si padeciera aniridia y sonrió, haciendo que el pecho del músico sufriera un espasmo.
—Déjalo comer en paz, pesado.
—Calla, loquero
—Calla tú, payaso
Tom había recuperado casi en el acto su sentido del humor y su picardía y con ello, también su carácter y su siniestra y enigmática sonrisa.
—Aun no les he perdonado lo que me hicieron, pude sufrir un infarto.
—Ah sí, perdóname Majestad, es que olvidé mandarte a tu teléfono seguramente intervenido, el mensaje de que aquí estaría esperándote el hijo de gánster ruso.
Bill enrojeció y bajó la vista. Tom se dio cuenta perfectamente de ello y le lanzó una mirada asesina a su amigo.
—Que gracioso Georg.
—Es un juego, o te ofendí ¿Bill? — preguntó, preocupado de repente.
—Niet— el niño negó, todo ojos brillantes y siguió comiendo como si nada hubiese pasado.

Remató el ultimo melocotón rostizado, al que le escurría el almíbar de Módena y lo engulló casi de un bocado, relamiéndose después la miel que le había quedado pegada a los labios como si fuera un pequeño gato

—Tengo hambre todavía...— fue lo único que murmuró aun con los labios mojados y rojos, y con los ojos puestos más allá de las manos del músico; Tom le pasó entonces unas tortillitas de camarones, sonriendo cuando el chiquillo comenzó a mordisquearlas. Entusiasmado y tan adorable como para no acabárselo. Encima esa inocencia a Tom le provocaba unas ganas intensas de abrazarlo hasta estrujarlo y terminar haciéndolo parte de su propio cuerpo. Era extraño. Tan extraño que estaba deseando que el chico se fuera ya a dormir, seguro, con el custodiándolo, estaría seguro.

Y finalmente, tras una media hora escasa, Bill se había despedido y retirado a la única habitación para descansar.
—Se ha quedado frito— anunció Tom, después de chequear a Bill solo cinco minutos después de que se había retirado.
—Normal, con todo lo que se comió.
Tom se dejó caer sobre la silla y con coñac en mano, observó a Georg, callado y enigmático.
— ¿Estas molesto conmigo, Tom?— inquirió el psicólogo, totalmente ecuánime

"Gajes del oficio" se dijo así mismo Tom, levemente sorprendido por la tranquilidad de su amigo.
No respondió enseguida, porque estaba pensando, mientras miraba atento como el coñac se movía con la espesura del oro fundido dentro de la copa.
—No— decidió al fin— sorprendido si, tanto que aún no lo creo— Georg enarcó delicadamente una ceja castaña y Tom prosiguió— quiero decir, después de lo que pasó, como una película de mafiosos italianos, ya sabes, todo al estilo El padrino, como de novela, y lo que pasé, y lo que pasó Bill...
— ¿Lo que pasó Bill?
— ¿Acaso no lo viste? Sus ojos parecen más atemorizados que antes, y tiene una cicatriz nueva en la mejilla.
—No lo vi, a decir verdad.
Tom estaba callado, inusualmente callado, meditabundo, y Georg presentía que su amigo estaba librando una crisis en su interior, una letal lucha interna... Quizá debió decirle que no a Bill.
— ¿Qué pasará ahora?— se atrevió a preguntar, al cabo de cinco largos minutos de silencio por parte del atractivo músico.
—Esa es la cuestión ¿no? —Dijo irónico— ¿Qué pasará ahora? No sé qué demonios pasará ahora, ni mañana, ni pasado, lo único que puedo decirte, es que no permitiré que Bill vuelva con ese maldito loco.
Georg volvió a quedarse en silencio, sopesando las palabras del músico, y diciéndole, indirectamente "eso es cosa tuya, tu decisión, no mía"
— ¿Conoces la palabra vulnerabilidad, Georg?
El otro reflexionó un poco, en silencio.
—No lo domino muy bien— dijo al fin— pero sé lo que dices.
— ¿Lo sabes...?
—Bill te vuelve vulnerable
Tom no respondió, pero sus ojos centellearon. Ese maldito castaño siempre daba en el blanco.
— ¿Has sentido miedo, Georg? Ese miedo que te hace dejar todo y echar a correr con o sin ganas, de ese que se enrosca en las entrañas como una serpiente de cascabel, ese miedo blanco y frío semejante a la placa de una lápida.
Georg volvió a pensar y sobre pensar aquello, y decidió que no, que nunca había sentido un miedo así.
—No— dijo finalmente, afirmando con un movimiento de negación con la cabeza.
—Yo lo sentí, tú lo sabes...
Por supuesto que Georg lo sabía, aquella helada mañana de hace doce años, cuando la sangre del joven e inocente Will, había manchado el rostro de Tom.
—Lo sé...— apenas se atrevía a responder.
—Y mírame ahora aquí sentado. Desde aquel día no he sentido miedo, me he apegado a mi vida y a mi soledad como si fuera una regla invisible que sigo a rajatabla. Y sin embargo tengo miedo Georg, y tengo que tragarme este miedo que me carcome las entrañas. He vivido sin miedo durante doce años, cuando perdí aquello que ame más que a mi vida, y he comenzado a verlo de una manera extraña.

Pequeña Súper EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora