Capítulo 18

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La lluvia caía de manera torrencial aquel día en Múnich, aquel día frío y gris. La silueta oscura, protegida por un impermeable negro se abrió paso rápidamente entre los soldados y policías hasta entrar en la casa de seguridad. El coronel Hintze llegó exactamente a las nueve de la mañana a aquel lugar que ocupaban Bill, Tom y Georg en Múnich y la preocupación le nublaba las facciones.
Había encontrado a Georg mirando ansiosamente las noticias en la televisión, a Bill sentado en el sofá más grande del salón con la mirada perdida y Tom al lado de Bill, con los ojos clavados en el niño. Los dos adultos se levantaron como resortes al ver entrar al coronel, pero Bill siguió como ido, y no se movió, y es que el resfriado que le aquejaba lo tenía además flojo y débil.

—¿Que sucedió?— la pregunta de Tom iba impregnada de terror. Se supone que el coronel no debería estar ahí, y si estaba ahí, y con esa expresión de preocupación en el semblante, es que algo había salido verdaderamente mal. Su mirada de ónix oscilaba entre el rostro preocupado del coronel, la expresión de ansiedad en los húmedos y profundos ojos de Georg, y en la silueta inmóvil y callada de Bill.
—Pues...— el coronel se aclaró la garganta y le dirigió a Tom una mirada de advertencia, dándole a entender que Bill no debía escuchar aquello, pero Tom le había prometido al niño, apenas un par de horas antes, que no iba a ocultarle nada. El músico hizo un gesto de negación, y su mirada se volvió de piedra, y entonces el coronel, derrotado, se encogió de hombros — ésta madrugada detuvimos el tren en el que Bobrikov transportaba treinta toneladas de cocaína a las afueras de Florencia, fue difícil y hubo muchas bajas, tanto suyas como nuestras, también cateamos y evacuamos doce compañías, trece bodegas repletas de drogas y cuatro laboratorios llenos de heroína, metanfetaminas, cristales y toda clase de drogas sintéticas y mortales, además de muchas armas rusas de alto calibre que no son legales en Alemania. Bobrikov tiene una orden de aprehensión abierta y urgente por sesenta y  seis crímenes y hoy, un juez firmará la orden de extradición a Estados Unidos pero... — en ese punto, el coronel se humedeció los labios y miró lastimosamente a Bill — el ruso logró huir en un jet antes de que pudieran capturarlo en su mansión de Frankfurt.

Tom sintió que la sangre que se le congelaba en las venas, y miraba con un pánico irracional a Bill, como si de un momento a otro fuera a aparecer el ruso ahí mismo, trayendo el infierno consigo.
—Sabe... ¿tiene alguna sospecha sobre quién lo delató...?— la voz estrangulada de Georg era espeluznante.
—Nuestras fuentes indican que si, hay uno de sus elementos tratando desesperadamente de ubicar al niño, nuestros expertos han estado bloqueándolo sin descanso desde ayer; sabe que está bajo custodia de la policía alemana y estadounidense porque agotó todos los mecanismos de búsqueda, pero exactamente en donde se encuentra no, por eso estamos aquí, hay que sacarlos ahora mismo de esta casa. Hay  personas que se venden a cualquier precio y no podemos arriesgarnos. En especial no podemos permitirnos arriesgar al niño.

Y justo en ese momento, la mirada perdida de Bill se volvió de agua.
—Me encontrará — dijo con esa voz tan átona a veces, tan infantil y tan triste, aún mirando fijamente a la nada — vendrá por mi y moriré exactamente del mismo modo que mamá y Deliverance; lo he soñado muchas veces— sollozó entonces, dejando a tres personas en estado de shock.
—No Bill— la voz de Tom era pura lava ardiente, bufaba, y una resolución dura como una piedra se formó en su mente — eso jamás pasará.
Se moría de ganas de tomar a Bill y envolverlo entre sus brazos, para no soltarlo jamás, ahí seguro, pero no podía hacerlo, no en ese momento, no con el coronel mirando.
— ¿Cuál es el plan? — inquirió Georg — ¿A donde piensan llevar a Bill?
— No solo al chico — corrigió el coronel — A todos ustedes, los tres están en peligro, deben permanecer juntos. Si los separamos, perderemos más tiempo y puede ser fatal. Los trasladaremos a una bóveda especial que tenemos en el departamento anti drogas, tiene apertura desde adentro con código y huella digital, está hecha por muros de diez metros de espesor, con un blindaje en acero de cuatro metros y cristales anti misiles de cinco pulgadas.
— ¿Misiles? — Tom estaba impactado.
— Si...— ahí de nuevo la voz infantil — mi padre tiene tanques rusos de alto poder que disparan misiles... con ellos acabó con las casas de seguridad de los italianos en Sicilia y Palermo.
Y en los ojos azules del coronel relampaguearon mil preguntas que sin duda se moría por qué Bill le respondiera.
— Debemos irnos ahora mismo— fue todo lo que dijo. — Éstas serán sus instrucciones — continuó, mientras sacaba un pequeño aparato negro con pantalla táctil y muchos botones. — hay veinte metros de la puerta de entrada a los portones que dan a la calle, nuestra prioridad es el chico, seis soldados saldrán rodeándolo, se le colocará un chaleco anti balas con doble aislamiento, además de que debe ir cubierto de pies a cabeza. Hay siete camionetas blindadas afuera, tres de policía y cuatro de militares, y el subirá a la tercera, con un chofer especializado y un soldado táctico; de los más experimentados. El señor Trümper y el señor Listing saldrán justo atrás, con sus chalecos también, e irán en el mismo vehículo.

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