ృి҉۫۫❁ཻུ۪۪⸙͎άνοιξη

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Para Eiji, la primavera siempre ha sido su estación favorita. No porque el título de Dios de la Primavera se le otorgó tras su nacimiento, sino que, durante esa época del año, tiene la oportunidad de ver crecer plantas de todo tipo, también porque los humanos le llevan ofrendas a su madre para que les ayude con los cultivos y también porque es la época en la que "el amor florece", como le ha dicho Jessica, la Diosa del Amor. Un amor desconocido para Eiji, cabe aclarar.

Está tan emocionado que ha hecho crecer —accidentalmente— girasoles en su cama. La razón es simple, después de rogarle por siglos a su progenitora, esta le ha permitido llevar a cabo la tarea de llevar la estación al Olimpo, donde se encuentran todos los dioses, excepto él y su madre, claro está. Él nació y se crió en el mundo de los mortales, alejado de todo lo divino y del reconocimiento de los demás de su especie.

Cuando decide abandonar su habitación, su madre ya no se encuentra dentro de la cabaña, pero si ha dejado una nota junto a un sándwich. Ella confía en él para traer una primavera que deje impresionados a los reyes de los dioses, aunque no lo suficiente como para que le pidan quedarse en Olimpo. No, ella nunca permitirá que su hijo se relacione con dioses que sólo saben aprovecharse de los débiles.

Puede ver a Helios por la ventana. El calor que emana de la personificación del Sol ya no es tan fuerte, lo que indica que el verano ha llegado a su fin y que las noches serán un poco más largas.

Son las ocho y media de la mañana, por lo que ni siquiera piensa en sentarse para comer el sándwich, simplemente corre hasta la puerta principal para poder cumplir con su deber a tiempo. El titán de oro que todo lo ve realiza un movimiento de cabeza cuando nota la presencia del pequeño dios primaveral, quién corresponde su saludo antes de quitarse las sandalias.

Eiji respira profundamente, es una pena que el aire limpio vaya perdiendo su calidad por los humanos de la ciudad cercana, aun así, no permite que otros pensamientos se cuelen en su cabeza. Entierra sus descalzos pies en la tierra, provocando que césped y flores emerjan de la húmeda superficie.

Una tierna sonrisa se cuela en sus labios cuando comienza a correr en dirección al lejano monte, dejando tras de sí un camino de brotes que florecen antes de que se aleje demasiado. Incluso abarca las tierras infértiles que su madre le comentó con anterioridad, alegrándose al descubrir que su poder es suficiente para producir alimentos para los humanos.

Ni él ni su progenitora suelen mostrarse ante los humanos con sus formas divinas, sin embargo, el joven de cabello negro no puede contenerse, sus piernas lo guían por en medio de los cultivos de los mortales, llenando de color todo lo que sus ojos abarcan.

Haciendo uso de sus poderes, ayuda a un árbol a brotar lo suficientemente alto para ver sin dificultad el Olimpo y con ramas lo suficientemente largas y gruesas para permitirle acortar su camino. Sus pies están sucios, por suerte, hay furiosas cascadas ocultando la entrada al reino divino, donde aprovecha para limpiarse y arreglarse ya que sabe que el Dios del Matrimonio tiene un carácter poco tolerante, sobre todo si un dios menor trata de entrar a sus dominios.

Con la ayuda de dos gruesas plantas guiadoras se abre paso entre el agua, mojándose lo menos posible. Tras las cataratas se encuentra en completa oscuridad, por las vibraciones puede descubrir que es un pasadizo secreto y traicionero, ya que puede escuchar serpientes que lo habrían atacado si no fuese una divinidad.

Tantea el terreno con sus pies, tratando de no tropezar. Puede ver una luz lejana, muy pequeña, la cual supone, es la verdadera entrada a Olimpo. Su cuerpo tiembla al oír sonidos extraños tras su espalda, cualquier cosa puede aparecerle en la oscuridad, ya sea algo divino o algo mortal, como una rata. De sólo pensar que puede ser uno de esos pequeños animales le da escalofríos y unas enormes ganas de gritar.

Flowers in the Underworld 「Asheiji AU」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora