[03] ¿Qué tanto miras fogatita?

7 2 0
                                    

    Los domingos suelen ser muy aburridos cuando no conoces a nadie cerca para salir, o en mi caso, aún no has hecho amigos en la zona.

    Ya me estaba cansando de saltar de Instagram a Facebook, de Facebook a Twitter, de Twitter a Whatsapp y reiniciar el ciclo. No estaba muriendo de aburrimiento gracias a mi novio y mi prima, estábamos chateando.

    Entonces, mis conversaciones sin sentido con ellos y lecturas de hilos en Twitter fueron interrumpidos por la entrada de una llamada de un número desconocido. Un poco extrañada, contesté.

    —Hola ¿Gabriella? —dijo una voz masculina al otro lado.

    —Si, diga —respondí, no reconocía muy bien la voz.

    — ¿Qué tal? Soy Evan.

    ¡Wow! Mi rostro era de asombro aunque obviamente no podía verme, ya que después de una semana se dignó a llamarme. Ya pensé que no lo haría y me quedaría con su paraguas, hasta estaba pensando buscar si existían stickers para paraguas y ponerle mi estilo. Bueno, al menos me contactó.

    —Pues todo bien, ¿Y tu? Ya estaba pensando en quedármelo, eh.

    —Para eso te llamo, ¿No es obvio? —se le notaba un poco de sarcasmo y diversión en la voz.

    —Bueno, ¿Y dónde nos vemos?

    —Ahora mismo estoy con unos amigos cerca de donde nos conocimos, te puedo esperar en la cafetería o en el parque, si quieres.

    —Espérame en el parque, ya salgo para allá.

    Luego de que él afirmara, corté la llamada y me levanté de la cama. Mientras buscaba lo necesario para ponerme decente para salir, le escribí a mi novio y mi prima que les escribía luego.

    Como hace un rato me había bañado y no llevaba ropa que parecía el trapo de limpiar la cocina, sólo me puse brasier, busqué una chaqueta de jean, me calzé mis insuperables converse de jean y me puse frente al espejo para peinarme.

    Cuando iba al cuarto de mi madre para decirle que saldría, me llegó el olor característico de comida siendo preparada y me dirigí a la cocina. Ahí estaba mi madre haciendo comida, hasta tenía un delantal puesto.

    —Mami voy a salir para devolver el paraguas, no me tardo —le dije apenas entré a la cocina.

    —Más te vale, falta poco para el almuerzo —respondió ella y yo asentí— ¿Y puedes comprar algo para el postre? Porfis.

    Me miró casi con ojos de cachorro y pues ¿Cómo voy a negarme a eso? No me negaría aunque quisiera. Me dio dinero suficiente para comprar algo para ambas y luego de tomar el paraguas de aquel día, salí de mi casa.

    Apenas visualice el parque, le marqué a Evan para saber donde estaba y fui directamente hasta allá. Él estaba sentado en una banca del parque junto a dos chicos más, frente a la cafetería donde nos conocimos.

    Me presentó a sus amigos. Uno era un poco más bajo que él, pelirrojo de rizos bien definidos, con ojos marrones y piel casi pálida con pecas. El otro era el más bajo de los tres chicos, bastante moreno de cabello negro, donde sus ojos hacían un gran contraste al ser de color miel, pero era un contraste interesante.

    El pelirrojo se llamaba Kevin y el moreno de ojos claros, Adrián. Casi parecían ser lo contrario, uno era pálido pero de ojos oscuros, el otro era de tonos oscuros pero de ojos claros. Y Evan pues, era el tono medio. Estando juntos hacían una peculiar pero llamativa combinación de estilos.

El Día que la Lluvia nos Reencontró (En Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora