2. Petunea y el chamán

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Debajo del cielo, al lado de una frondosa selva por donde solo se ve pantano, en piedra blanca, una gran ciudad se erigía y escalaba apoyándose sobre sí misma. Petunea era la joya blanca del este, así como Elevened la era en el sur, parecidas pero distantes, en una, elfos y en la otra, petun's. Seres parecidos a pumas habitaban la ciudad, de diversos pelajes y de diversas mentes.

Algunos de los más pequeños corrían por la abarrotada ciudad, sus hocicos félidos danzaban por la gran cantidad de olores de los mercados, especias, pollos y pescados. Algunos se divertían atrapando ratas y otros robando a los mercaderes, en especial los de pelaje más oscuro, si eran machos, peor.

La ciudad la dirigía la Gran Reina Ayel'ia'Joq, descendiente de la primera petuna, que nombraba a la ciudad. Esta petuna había hecho de los suyos lo que son y uniéndose a un hombre crearon a la próspera raza, que por siempre seguiría a la descendiente femenina, de pelaje gris o blanco, como la mismísima reina-divinidad que poseyeron.

Un cachorro petún de pelajes negros, sería lo último que deberías imaginar para sinónimo de grandeza, y uno así se encontraba en el mercado. Sus profundos y azules ojos gatunos observaban un filete deshuesado de pescado.

—¡Conchas del mar de Pyooma! —gritaban algunos de los mercaderes—. ¡Lleve trucha de la jungla petún! El río ha dado mucho fruto ¡Precios bajos!

El pequeño petún se relamió las fauces y sigiloso se encaminó hacia el puesto del pescadero y con velocidad y destreza se llevó un pescado sin que nadie se diera cuenta, a excepción de uno del mismo pelaje que observaba el mercado con sus profundos ojos verdes, apoyado en una columna blanca del lugar.

Se separó de esta y caminó hacia donde se había escabullido el cachorro, que compartía, debajo de una mesa oscura, el filete con su hermana.

—Aap aisa kyon karate hain? —¿Por qué haces eso?, dijo en su lengua. Una lengua común en La Gran Ciénaga.

Ham bhookhe hain, kaala bhaee —Tenemos hambre, kaala bhaee, dijo el niño—. Esperaba que cualquiera me detuviera, todos menos un kaala bhaee como yo.

—No te estoy deteniendo —respondió el mayor en la lengua de la ciénaga—. Pero, bhaee, no deberías robar, a mí me llevó a un camino que no me gustaría que nadie tenga.

—Seguro eres de esos dhokhebaaj que trabajan para la reina de saphedaphar. ¡Arréstame entonces!

—Quiero que tengas un mejor futuro, cachorro, deja de robar.

—Fran'k —llamó una voz femenina. El mayor se incorporó y dejó que el sol le diera en el rostro, volvió a ver con dificultad el abarrotado mercado mientras el niño se escabullía por la sombra.

—Alitc'a —respondió el petún al ver a su hermana. La petuna tenía el mismo pelaje negro que él y los ojos de un azul oscuro—. Que sucede, bahan.

—El jaadoogar Paet'ik'ka'Joq quiere verte.

—¿No podía comunicarte a ti? Lo que sea que quiera decirme.

—No, bhaee, dice que solo va a hablar con el líder del coto.

Fran'k rascó su frente y movió un poco las orejas. Después asintió y su hermana se marchó por los tejados de piedra. Siempre los había preferido, a pesar de que existieran caminos en los que ahora si podía moverse con libertad. Fran'k se encaminó hacia el castillo y una vez salió del mercado se topó con una zona en la que solía jugar de niño, donde la piedra blanca iba desapareciendo para dar paso a un terral.

De un tejado bajó un de sus más viejos amigos. Rakt'k, de pelajes cobrizos y ojos rojos, el petún había caído a la cárcel en ese mismo lugar, al igual que Fran'k y su hermana. Formar el coto los había salvado, el jaadoogar los había salvado.

—¿Vas a ver al viejo?

—Sí, Alitc'a me dijo que quería verme. Seguro es con respecto a nuestra próxima caza.

—Sí, bhaee, debe ser. La mantícora está acercándose peligrosamente a los lindes de varios poblados, debemos defenderlos.

—Me alegra como has cambiado, dejamos atrás esa vida de calle, a pesar de que éramos un caso perdido, encarcelados, muertos en vida prácticamente.

—Te noto filosófico, Fran'k. ¿Pasó algo?

—Un niño... robando para él y para su hermana —Rakt'k levantó el rostro entendiendo todo—. Igual que yo con...

—Alitc'a —dijo completando la oración.

—Sí. Me dio una sensación de nostalgia. Era muy parecido a mí en ese entonces. Me llamó dhokhebaaj —Rakt'k alzó las cejas burlón y señaló el sello que llevaba su amigo en el cuero endurecido que llevaba. Un pequeño arco cargado con una lanza.

—El sello te delató, eh —dijo el cobrizo dándole una palmada en la espalda—. Anda a ver al viejo, no te tortures, no eres un dhokhebaaj.

Fran'k agachó la cabeza y después asintió. Siguió su camino hacia una puerta trasera que daba al templo del gran castillo. Miró hacia arriba, el gran palacio blanco generaba bastante sombra y lograba que cierta brisa erizara los pelos del petún. Tocó la puerta de madera tres veces y un petún de pelaje gris le abrió la puerta, pintado con franjas blancas en el rostro y con el cabello amarrado en trenzas y argollas de oro, el aroma cargado del ambiente hizo estornudar al petún.

—Disculpe —dijo Frank y carraspeó—. Jaadoogar Paet'ik'ka'Joq, ¿quería verme?

—Sí, sí —dijo con la voz gastada—. Pasa, pasa. Discúlpame tú por el ambiente, son las raíces y pociones. También un poco el tabaco, yo sé que ustedes los cazadores no tienen estos vicios.

—No habitualmente, jaadoogar.

—Por favor, Fran'k. Déjate esas formalidades, me conoces hace años, puedes llamarme Paet'ik.

—Claro...

—Bueno, bueno. La próxima caza. La mantícora, supongo que ya lo sabrás. ¡Los rumores se esparcen como pólvora! Pero, son ciertos, la bestia está amenazando a los pueblos fronterizos a la selva, nuestros pescadores y recolectores no tiene paso seguro, en resumen, Fran'k, es un problema jodido.

—Entiendo.

—Además, Fran'k... —paró en seco, su semblante se había vuelto sombrío. Miró serio a su compañero oscuro—. Posiblemente sea la última vez que nos veamos, la última que veas esta ciudad, hermosa ciudad.

—No me va a matar la mantícora, Paet'ik, hemos peleado peores bestias, deberías saberlo por Patsal'ik.

—No me refiero a que tú vayas a morir, pero quizás la ciudad si.

—¿Qué fue lo que vio? Paet'ik.

—Una tormenta de fuego y rocas... niños huyendo... muerte por todas partes, el inicio del andhere mein vrddhi.

—No entiendo lo que dice.

—En las primeras profecías de los primeros descendientes de los Rakshasha's, y del mundo, se habla de varios momentos en los que el andhere mein vrddhi acosa al mundo y desata los males a lo largo de este. La lluvia de fuego sería lo primero, después, que nos salve Rakshasha de los skaee mein savaar.

El viejo petún se acercó y abrazó a Fran'k que se sobresaltó un momento. Paet'ik se retiró un collar de plata con el dibujo de un tigre Rakshasha y se lo colgó a su compañero de pelaje oscuro.

—La era de Petunea está por terminar, Fran'k. Sé que esta ciudad te ha tratado mal, pero también te levantó de la miseria —Fran'k lo miraba serio mientras asentía—. El futuro de los petun's está en tus manos y deberás llevar a nuestra gente hacia una nueva gloria.

—No entiendo nada.

—Lo entenderás, yo sé que tu camino es parte de muchas otras profecías, que no solo eres del andhere mein vrddhi. Ahora márchate, prepara a tu gente.

Fran'k asintió y se retiró del pequeño templo, mientras caminaba observaba el sol pensando que una lluvia de fuego era simplemente imposible.

Él estaría en Petunea al día siguiente de la caza, como siempre.

Sueños Vacíos - Profecías 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora