—¡En nada, Bay! —dijo Jor riéndo, pocas ganas le faltaban de lanzar a su amiga al mar—. Solo he tenido unos sueños rarísimos, pesadillas la verdad.
—¿Qué clase de pesadillas? Bueno, bueno, me cuentas mientras vamos a la plaza.
—No tengo muchas ganas —le respondió Jor recostando su cabeza en las rodillas, miraba el inmenso mar. Se preguntaba si volando lo podría cruzar, se sonrió tonto, aquello sería irreal.
Por el cielo una gran cantidad de estrellas empezaron a caer a lo lejos, Bay se rió fascinada cuando vio la más grande.
—Pide un deseo, Jor. ¡Estas estrellas son fugaces y se ven tan grandes! Pide rápido.
—Un poco más de oportunidades para mamá...
El rostro de la guriana se ensombreció un poco, pero siguió observando como caían en el cielo matutino. Se veían brillantes y bellísimas, tan distantes, pero a la vez cercanas.
—¿Te imaginas estar allí donde caen? ¿Cómo serán? Quizás como alguna esencia brillante, algún polvillo que se desvanece en el aire cuando ya esta cerca de la tierra.
—Quizás sería un cuadro digno de admirar —dijo Jor sonriendo un poco, después se levantó y vio a su amiga.
Siempre le había parecido muy bonita, su tez era trigueña y sus ojos del color de la miel, sus alas eran del color de la paja y le daban un aura de acogida, de naturalidad. A Jor le encantaban sus rizos dorados, aunque nunca se lo decía, muchas veces de más chico, jugaba con estos.
—Vamos a la plaza.
Unos dedos más baja que su amigo, Bay agarró la muñeca de su compañero y lo jaló un rato antes de tomar vuelo. Jor estiró las alas blancas y voló con ella un pequeño rato. Aletearon con suavidad hasta llegar a la plaza donde rieron un rato. Volar era increíble, sentir el viento golpeándoles el rostro, igual que las aves y ahora, que sus cuerpos se lo permitían con más normalidad, debían aprovecharlo, puesto que cuando son muy niños las alas son muy pequeñas y de mayores, no son tan fuertes.
Un viejo guriano vestido de gris y sentado en la plaza los miraba con felicidad y envidia. En un pequeño escalón que rodeaba a un árbol, reposaba con un libro y tintero en mano. Hacía años que el Maestro ya no podía volar, porque sus alas se le debilitaban y solo eran un peso muerto para su creciente joroba. Ambos, Jor y Bay se acercaron sonriendo y se sentaron en el suelo de losa de la pequeña plaza.
—Bueno, bueno —dijo el Maestro—. Con este lindo mediodía, unas bellas estrellas cayendo en el horizonte y una pequeña lluvia que viene del este, podemos comenzar esta clase...
Detrás del resto de pichones gurianos, un par de ellos, Fer y Dan generaban barullo. El maestro los observaba con la boca fina y los ojos celestes tan rígidos, que costaría decir si es que en verdad miraba hacia algo.
—Claramente con el permiso de Fer y Dan —continuó hablando y los dos se callaron por un momento—. Los sueños —empezó pausado, con una voz ronca y pastosa—. Todos tenemos sueños, fantásticos y sobre cosas que conocemos e investigamos ¿no? Díganme... ¿quién ha soñado con dragones?
Algunos levantaron la mano y el Maestro se sonrió.
—Yo muchas veces he soñado que he sido el Gran Gur, el conquistador, y que luchaba contra el gran Drakkad titán de Zemya y lo desterraba del Gurbaskualt, para que no molestara nunca más a los gurianos.
—¿Qué es un Drakkad, maestro? —preguntó Bay, Jor se quedó mirándola un rato.
—Oh, pichoncita. Los Drakkad son los primeros dragones, pensantes como todos nosotros, creados por Kerit.
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Sueños Vacíos - Profecías 1
FantasyPrimera parte de la saga de Profecías. ¿El destino existe?, se preguntó algún pichón al encontrar a su madre llorando al pie de la colina, su madre no quería que el niño la viera así, tan rota. Ella sentía que el destino la había abandonado, como a...