Donde las montañas empiezan a elevar, un poco más tierra adentro, en una zona fría, algunos hombres habían construido castillos, incluso antes de que se alzara el Gran Imperio Guriano. Hombres que desaparecieron, huyeron o se asimilaron a los señores elfos que ahora adornaban con excentricismos los pasillos de sus ahora antiguos castillos. Pero hacía tantos años que los elfos que dominaban el hielo fueron expulsados del orbe más grande de elfos en Centraria: Elevened.
Los habitantes elfos de la gran ciudad blanca pensaban que era su culpa la muerte de cosechas, que ellos traían el frío en las noches, que las heladas del norte eran por su culpa, que su magia era maldita, una deshonra para la antigua Diosa Acqua. Que debían ser desterrados, igual que los elfos que de alguna inimaginable manera hacían caminar a los árboles y traían duendes a toda la ciudad.
La magia debía ser prohibida, aunque la propia sangre e idioma élfico antiguo o arcano era de esta misma magia. Se marcharon los más hábiles, se dejó de enseñar y los hombres que no huían de estos desterrados perecían o se mezclaban. Elfos del Bosque, Elfos Fríos y Elfos de Sangre.
Los fríos se burlaban de cómo se denominaban "de Sangre". Concordaban con los enanos, habían abandonado sus raíces por un miedo infundado por Kerit. Habían abandonado su idioma sin rechistar por uno como el leonés, aunque pronto toda Centraria lo hablaría para facilitar el comercio con los grandes señores elfos.
Grandes que habían dejado su forma de ser por un idioma de extranjeros que venían el oeste, de extranjeros que no creían es sus dioses, por extranjeros que pasaron por la espada a quienes no se sometían y, cuando se marcharon, los gurianos asolaron el Centro.
—Nunca pudimos ser libres del todo —dijo Aeglos Aredhel en su trono, el joven elfo tenía el característico pelo rubio cenizo de los de su raza, las orejas ligeramente repuntadas y unos rasgos finos y firmes, que le daban un aura casi perfecta, como al resto de los elfos, el joven vestía un gran saco de color gris y una chompa roja por dentro; no podía evitar comentar su libro de historia—. Los elfos de sangre, me cago en ellos; los leoneses y ahora los putos gurianos.
Se encontraba en una habitación de techo ovalado y de grandes ventanales con diseños ondeados y algunos vitrales de colores decorativos. El trono de madera se adornaba con algunas banderas celestes y con cojines rojos para que el trasero de su rey no se entiesara. Frente a él, una mesa larga con más de veinte sillas, todas de madera, se encontraban casi vacías con excepción de otros dos elfos fríos. Los Annael: su prima y su tío. Sirinna y Mansinn Annael.
La elfina de rostro fino y en forma acorazonada era hermosa para los elfos, sus ojos grises y el cabello plateado brillaban con cualquier sol y con cualquier luna, de nariz respingada y pómulos altos encantaba a cualquiera. Además, no era como muchas de las elfinas que eran muy delgadas, gracias a una muy antigua ascendencia de los hombres nobles antiguos; vestía un elegante vestido de mangas largas de color celeste. Mansinn era robusto y de ojos verde oscuro, además no era de gran estatura, pero los rasgos firmes y finos los mantenía, al igual que las orejas, vestía del color de sus ojos y de telas amarillas.
—Mi rey, deberíamos considerar un enlace familiar con los elfos de sangre —dijo Mansinn, había servido al padre de Aeglos y también a él ahora, que, aunque inmaduro, era de fortaleza inquebrantable, además de calculador y... frío.
—No entiendo por qué, tío Mansinn. No son los señores que eran antes, no son prácticamente nada más que Adler y Elevened y los míseros pueblos de los alrededores. Los puertos humanos son ahora lo que debería interesarnos si es que queremos tener más riqueza, la riqueza compra armas.
—Y los lazos matrimoniales las otorgan gratis, Aeglos.
—Mi rey, para usted, tío.
—Perdón, mi rey —Sirinna apretó la mandíbula y miró hacia abajo. Era tan ridículo lo altanero y arbitrario que había vuelto el trono a su primo. Aeglos, que siempre se había visto atraído por su prima, buscaba impresionarla de esa manera. A ella solo le disgustaba como trataba a su padre—. El príncipe Luxagre ha ascendido al trono, es soltero y ha solicitado la mano de Sirinna con buena fe, para generar una fructífera alianza de los más prósperos reinos élficos.
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Sueños Vacíos - Profecías 1
FantasyPrimera parte de la saga de Profecías. ¿El destino existe?, se preguntó algún pichón al encontrar a su madre llorando al pie de la colina, su madre no quería que el niño la viera así, tan rota. Ella sentía que el destino la había abandonado, como a...