Una pequeña aldea se levantaba a las orillas del mar, las aguas calmas de la madrugada eran aprovechadas por un grupo de pescadores gurianos que echaban al vuelo mar adentro para alimentar a sus familias y si podían, vender al pueblo. Un pequeño puertecillo recibía un restringido comercio del oriente, pues tanto al norte como al sur grandes puertos habían sido construidos, como el Azul, el de Guria y Tortuga. Allí con suerte recibían lanas y seda y algunos granos de cacao o café; mientras que los comerciantes se llevaban la sal, el pescado y la valorada carne de cerdo. Después del puertecillo empezaban a asomarse algunas casitas desorganizadas de piedra y acercándose al bosque, de madera. En la aldea guriana se alzaban algunas colinitas en donde vivían los más pobres en improvisadas carpas de tela.
Jor vivía en una de estas carpas, la de él estaba muy mal hecha; su familia, que se limitaba a él y su madre, se asentaba ahí, pues era el único lugar en el que les permitían vivir debido a sus míseros ingresos, pues aquel lugar era tierra de nadie y no debían de pagarle nada al alcalde. En el pasto del pequeño lote había dos cúmulos de mantas desparramadas y desordenadas en el suelo, en uno descansaba Jor y en el otro su madre, que no se encontraba. El guriano abrió los ojos, y se encontró con un escenario común, y después del sueño que acababa de tener, uno bastante agradable, a pesar de sus condiciones de vida.
Gotas de sudor corrían por su frente y un escozor en la garganta le indicaba que había estado sollozando o gritando. Miró por un momento los maderos de la carpa a la que llamaba hogar, había dos maderos en la parte trasera de la vivienda y uno adelante, todos cubiertos por una manta de color hueso que por el tiempo parecía ceniza y por la hora gris.
Observó el suelo y se percató de que el pasto crecía ya mucho y no tardaría mucho para que su madre le mandara a cortarlo. Las mantas de su madre estaban más desordenadas que de costumbre y el pescado que vendían, encima de una pequeña mesa de madera, cubiertos de sal para que se preservaran.
Se llevó las manos a la frente y quiso llorar, se sentía muy confundido y cargado: por la asquerosa vida que le había tocado y por todo el sufrimiento que vivió, por su pobreza, por el padre que nunca conoció, por su padrastro y por sus hermanas; salió de la carpa y miró al cielo, azul y limpio, con muy pocas señales del amanecer, todavía con estrellas por doquier y algunas aves volando de árbol en árbol.
—Qué bonito —dijo para sí mientras se rascaba la cabeza y pasaba sus manos por su sucio rostro.
Paseó sus ojos nuevamente hacia las estrellas, estas le guiñaron y Jor pensó que le querían decir algo, pero en verdad, solo parpadeaban irregularmente. Sonrió, entonces; aquellas pequeñas situaciones como observar el cielo le hacían sentir bien, ver las estrellas y lo que formaban.
—¡Jod! ¡Papi! —escuchó su voz el muchacho, así había llamado a su padrastro, en las estrellas vislumbró el campo verde que le regalaba al pueblo la primavera—, mira esas estrellas... parecen una... ¡serpiente!
—Es una constelación —le decía Jod mientras se agachaba para abrazarlo por los hombros—, un conjunto de estrellas que forman dibujos.
—¿Nos pueden dibujar a nosotros?
—Claro que sí, mi pequeño guardián, así quedamos inmortalizados en ellos.
Los oscuros ojos de su padrastro se posaban tranquilamente sobre los suyos, Jor aún podía sentir como lo abrazaba con aquella afable mirada café, aunque hubieran pasado hace tantos años.
—¡Constelación! ¡Constelación! —había aclamado a los cielos mientras saltaba.
—Pequeño guardián, pequeño guardián. Duérmete ya, duérmete ya.
Jor giró su rostro lleno de lágrimas y vio detrás suyo a su padrastro. Corrió a abrazarlo y lo atravesó.
—No entiendo...
ESTÁS LEYENDO
Sueños Vacíos - Profecías 1
FantasyPrimera parte de la saga de Profecías. ¿El destino existe?, se preguntó algún pichón al encontrar a su madre llorando al pie de la colina, su madre no quería que el niño la viera así, tan rota. Ella sentía que el destino la había abandonado, como a...