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Los días pasaban lentamente, la familia seguía en Madrid y claramente, Rubén, ya tenía razones para quedarse también. Era el segundo día en el hospital y la chica iba de mal en peor, no sabía su nombre, ni como terminó aquí. No sabía de su vida, ni tampoco de su  familia. Si se despertaba con una sonrisa o despertaba llorando, odiando su vida. No sabía tampoco porque se ha quedado aquí, si intercambió ni una palabra con ella. Lo que sí sabía, es que fue un amor a primera vista. El chico sacudió la cabeza, dejando a parte los pensamientos sobre ella, la miró detenidamente observando cada rastro de su cara, bajó la mirada hasta sus muñecas todas llenas de cortes. Él, hizo una mueca tan solo pensar que ella se cortaba, pero no sabía porque.

—¿Tú...?  —preguntó una mujer entrando a la habitación—. ¿Qué haces aquí, pequeño?

El dirigió la mirada a la chica, no le salían las palabras.

—Oh, te gusta mi hija. —sonrió tiernamente—.

La sangre le subió a la mejillas del chico, provocando una risa leve.

—¿Y se conocían?

Rubén bajó la mirada con vergüenza, no podía decirle que fue un amor a primera vista.

—Veo que no... —suspiró la mujer—. Bueno, mientras la cuides estoy bien.

Rubén explotó de felicidad, corrió a abrazar a la mujer y en éste mismo momento habló.

—Ella se cortaba... —susurró el chico—. ¿Por qué lo hacia?

La mujer lo miró sorprendida y luego bajó la mirada. Una que otra lágrima caían de sus ojos.

—Ha tenido una vida difícil... —la mujer abandonó la habitación—.

—Ésto es extraño, ¿No? —le dijo a la chica, que dormía profundamente—. Pero no me alejaré de ti...

Él se acercó a pasos lentos a la silla que estaba al lado de la chica, se sentó nuevamente en la misma posición que estuvo toda la mañana. Su madre no se percató de que él ha estado en la habitación de al lado, todos estaban concentrados en su tía. Miles de preguntas pasaban por su cabeza, preguntas sobre ella.

¿Algún día despertarás, no? —le habló a la chica, sabiendo que no le iba a responder—. Tienes que saber que no puedo quedarme aquí por siempre, vivo en Noruega.

El chico suspiró frustrado sin esperar respuesta alguna. La enfermera que venía a ver todos los días por la tarde a revisar el estado de ella, miraba la escena divertida por fuera de la habitación, hasta que decidió entrar.

—Le hace bien que le hables. —hablo la mujer—. También que le cantes, le leas cuentos, miles de cosas.

El chico alzó la mirada un poco avergonzado.

—Oh, no te preocupes... —rió—. Solo te he visto yo.

El asintió, siguió en su mundo hasta que se le ocurrió una gran idea.

—¿Sabe por qué ella está aquí? —preguntó interesado—.

Ella dirigió la mirada al chico de dieciséis años que estaba sentado, cansado y siempre en su mundo.

—Oh... —la enfermera se quedó sin aliento, obviamente ella sabía porque había llegado aquí—. Ella... ha tratado de suicidarse...

El chico abrió los ojos como plato, el pensaba en otra cosa al momento que vio sus muñecas.

De seguro tenía un gato. Pensaba él hace un momento.

—¿Sabe cuál es su nombre? —la enferma no esperaba una pregunta de ese tipo, ella pensaba que ellos eran novios, conocidos o algo parecido—.

—Rose.

—Qué bello nombre... —susurró el chico—.

Ella asintió y siguió con su trabajo.

—¿Y cuál es tu nombre? —preguntó ella con interés—. Yo soy Verónica, un gusto. Nos veremos a menudo aquí.

—Soy Rubén y igualmente, un gusto conocerle.

El no acostumbraba a hablar tan formal, pero quería parecerlo. Esa noche, Rubén fue a casa en busca un bolso con ropa y cosas para entretenerse en el hospital, lo único que le faltaba en ese momento era dinero y todos su ahorros estaban en Noruega. De camino al hospital, nuevamente, el chico preparó todo para entreter a ella, aunque no la escuche.

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Al despertar. {rdg}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora