Capítulo 2. La bienvenida

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―¿Pero qué...?

Me aparté de la desconocida de un brinco mientras su larga melena oscura aún revoloteaba alrededor mío. Una especie de sudor frío amenazó con aparecer en mi frente cuándo de repente, docenas de ojos estaban clavados en mí; algunos incluso se estaban descojonando de mi cara de susto sin intentar disimular.

―Bueno chico, relájate... pensaba que los Medianoche eran bastante más terroríficos... ―se excusó mirando la marca del clan que llevaba tatuada en el brazo― una pena, para uno que conozco...

―¡Eh, Eva! ―intervino un chico rubio de mi edad―Pasa de este chupasangre, ¿no ves que no va a durar ni un día? Los Medianoche tienen los días contados...

―Ya os gustaría a los Verdugos de la Luna ―respondió Eva entre risas― Sois casi tan engreídos cómo Los Solaris, pero que te voy a decir a ti... Si no llega a ser por mí, te ahogas en el Cuarto túnel del Norte.

Los dos desconocidos siguieron hablando entre ellos, por suerte, en seguida parecí ser invisible para ellos. Era extraño relacionarme con ocultos fuera de mi familia, y más aún de otros clanes. Los Medianoche habíamos sido recluidos mayoritariamente en el norte del país, aunque mi familia decidió quedarse en su hogar desde hacía generaciones. Sabía perfectamente que éramos visto como los raritos, pues la historia de nuestro clan venía vinculada a los vampiros, aunque no éramos exactamente lo que te imaginas cuándo te hablan de estos seres mitológicos. Sólo hacía mirarme a mí, un chico delgaducho con gafas. GAFAS. ¿Hay algo peor que un supuesto vampiro con miopía? Nosotros éramos reales, al fin y al cabo éramos casi humanos con ciertos "dones" pero no nos desintegrábamos con los rayos de sol ni nos merendábamos a nuestros vecinos en un cóctel. Aunque sí que teníamos que alimentarnos, por eso los antiguos Medianoche cazaban a sus víctimas de noche. En realidad, ningún oculto era exactamente cómo contaban las leyendas, aunque a cada clan se le atribuía una criatura mágica diferente. Por ejemplo, los Verdugos de la Luna eran evidentemente lo que se conocía popularmente como hombres lobos. Y sí, la rivalidad entre los dos clanes era legendaria, por lo que esa parte de las leyendas sí que era cierta.

―No te asustes, en el fondo son buenas personas ―Susurro una diminuta chica de cabello rizado y mejillas sonrojadas― Yo soy Anne, amiga de la loca que te acaba de asustar, el otro chico es Hugo, a él sólo le conozco del camino hasta aquí... ¿Y tú eres?

―Fla... Flavio. Encantado

Anne sonrió y volvió a centrarse en su amiga Eva. Parecían polos opuestos, sin embargo, cada vez que cruzaban palabra se evidenciaba el cariño que se tenían. "Genial", pensé, "la primera chica cuerda que conozco y resulta ser la mejor amiga de la loca de turno". Esperé en silencio hasta que, por suerte, una suave melodía interrumpió el barullo que se había organizado en frente del portón. De repente, este se abrió de par en par, dejando ver el espectacular recibidor barroco del castillo. El emblema del Internado se erguía entre las dos grandes escaleras dando la bienvenida a todos sus nuevos visitantes: un eneagrama dorado con tres círculos sobre un escudo negro.

―Bienvenidos a vuestro nuevo hogar―Una dulce, aunque potente voz se alzaba entre suspiros y exhalaciones de admiración ―Entrad, no seáis tímidos.

Una mujer de unos cuarenta años humanos (aunque juraría que aparentaba incluso menos) con rostro afable y postura de guerrera nos sonreía desde lo alto de las escaleras. Me recoloqué las gafas con el dedo índice y enfoqué mejor a la voz que nos daba la bienvenida. Entonces me sentí estúpido de no haber reconocido a la mismísima directora del Internado. La directora Corradini fue una de Los Primeros, gracias a ella se había podido reconstruir el castillo después de los años oscuros, en la que miles de ocultos murieron en una guerra que parecía inacabable. Era toda una eminencia entre los nuestros, toda una heroína de nuestra especie. Sin embargo, prefirió quedarse en el castillo para instruir y ayudar a las nuevas generaciones. Muchos la subestimaban, pues la mayoría de Los Primeros supervivientes habían preferido una vida de opulencia y abuso de poder en las castas más altas, como por ejemplo el presidente... pero ese era un tema del cual mejor no hablar. 

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora