3. Tetas, Volkov.

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—¿Cómo qué quiere hablar de mi padre? —la chica se cruzó de brazos.

—Si y del aborto.

No quería hablar de eso, pensó. Odiaba esa parte de su vida, de cuando tenía 15 años y su padre abusó de ella. De como acabó en el hospital mientras se desangraba, y de como podría haber muerto en esa clínica clandestina.

—No quiero hablar de eso, Conway. Ya estoy en el cuerpo. No tiene que tocar nada de mí pasado. Lo importante es lo que puedo hacer ahora, no lo que me pasó.

—¿Qué pasó con tu padre? Aquí pone que se suicidó y desapareciste, apareciste en un hospital, luego lo siguiente que sale es tu registro en el ayuntamiento como pareja de hecho de un tan Alex Costa.

—Puede suponer lo que pasó, Conway.

—¿Cómo lo voy a suponer, nena? No tiene puto sentido.

—¿Si se lo digo dejará el tema? Sigo sin entender para que necesita saber eso para mi labor como madera.

—Dímelo y te dejo en paz.

—Mi padre me violó, quede embarazada. Se suicidó y el aborto clandestino salió mal. Luego me fui con la mafia del jefe de mi padre, y me registré como pareja de hecho con su hijo, mi novio.

—¿Y dónde está él? —dijo sorprendido, y serio.

—No está, señor intendente, no está.

Le dolía repetirlo una y otra vez, joder si le dolía. Hacía dos años de la muerte de Alex y aún no lo había superado. Nunca lo superaría, pensó. El cáncer que se lo llevó le dejó sin el amor de su vida, sin el padre de sus futuros hijos. Pero no le dejó a nadie de quien vengarse, no le dejo a nadie a quien odiar y matar. Se odió a si misma por no haberse dado cuenta antes, por no hacer caso a los dolores de cabeza que confundió por migrañas.

—Bien, ya está. —se levantó la chica—Se ha acabado. ¿Y mi uniforme?

El hombre se levantó y fue a una caja, de ahí sacó un uniforme.

—Es la única S que nos queda, espero que te vaya. —Ella asintió sin más. —Ven, te enseño la comisaría.

Le enseñó la zona de atrás, por donde entraban los detenidos. La salas de interrogatorio de la planta baja y las celdas, y la zona de procesamiento. Le enseñó la armería y finalmente, el vestuario.

—Bien, te dejo aquí. Fuera está Torrente, él te presentará a tus compañeros.

Salió de allí y ella se pudo vestir. El uniforme le quedaba algo ajustado, hacía que su cadera se marcara y no le cerraban los últimos dos botones de la camiseta. Sin embargo, no se veía mucho así que salió dejando su ropa en la taquilla que le habían asignado.

Al salir se encontró con el superintendente, que le miró de soslayo y subió, la chica supuso que a su despacho de nuevo.

Miró a su compañero y se acercó a él.

—Torrente— saludó con un asentimiento.

—Señorita Brigitte—sonrió él. — le presentaré a los comisarios Volkov y Greco.

Se dirigieron a la única zona que le quedaba por ver, el área de descanso. Ahí estaba el comisario ruso al que ya conocía, y un hombre apuesto con una gran barba.

—Greco, Volkov, os presento a la Alumna Brigitte.

Greco y Torrente sonrieron como si se tratase de una broma, algo que no le gustó nada a la chica. Le parecía desagradable que babearan tanto por ella, y es que estaba segura de que esa sonrisa tenía que ver con su físico.

—Señorita Brigitte, debería cerrarse esos dos botones de la camisa.

No podía creer lo que acababa de decir Volkov, estaba totalmente fuera de lugar y era falto de tacto. Debería habérselo dicho en privado, no delante de los otros dos hombres que abrieron mucho los ojos.

—Lo haría, pero no puedo, inténtelo usted si quiere, comisario.

Sonrió vacilante al nombrado, y él se quedó parado. La muchacha no se dejaría opacar por nadie, nadie le haría sentir pequeña. Eso lo tenía muy claro.

—¿Qué diablos?

Ella rió— es una broma, comisario, relájese.

Los otros dos agente rieron y ella se cruzó de brazos, incómoda.

—Bien, ya hablaré con el superintendente de su uniforme. Me retiro.

Se fue sin más.

—Que hombre más majo—rió Brigitte— encantador, sin duda.

—No es un mal hombre, pero es ruso ya veces le falta... tacto.

Ella se encogió de hombros— aún así no me parece escusa, solo son dos tetas.

—Ya sabe lo que dicen— habló Torrente—, dos tetas tiran más que dos carretas.

Los tres rieron y la chica negó. — estás fatal, Torrente.

—¡¿Capullos, dónde está Brigitte?! — se escuchó gritar al superintendente y ella se acercó de nuevo al hall.

—Aquí estoy, Conway.

—Que no me llames así, joder. Para ti soy el Superintendente Conway.

—Está bien, ¿qué ocurre?

—Sube a mi despacho, ahora. —remarcó la última palabra y empezó a subir por las escaleras.

—Parece que Volkov ya se ha chivado— rió amargamente Brigitte a sus dos compañeros, que la habían seguido. Escuchando sus risas subió, siguiendo los pasos del superintendente.

Llegó a su despacho y estaba sentado en su característica silla, con Volkov de pie a un lado.

—¿Enserio? ¿Esto es por dos putos botones?

—No me parece tan inadecuado, Volkov. —dijo examinando a la chica. Le quedaba bien.

—Parece una poli de porno, superintendente.

—¿Perdona? —dijo la chica boquiabierta— mira, te podré caer mejor o peor, pero me respetas. Si no has visto dos tetas en tu vida, es tu problema. A mi me la suda, si queréis darme un uniforme más grande estaré encantada de llevarlo.

—Solo hay tallas L, te quedaría demasiado grande. —dijo el super. —No se le ve nada, simplemente se nota que es una mujer, Volkov. No seas otaku.

Ella sonrió levemente al haber ganado esa jugada, y rápidamente se le volvió a borrar la sonrisa cuando vio que el superintendente habló de nuevo.

—Ahora os vais a patrullar juntos, para limar perezas.

—Pero...—dijo el ruso.

—Pero nada, Volkov, pero nada. Idos ya.

Ambos asintieron, nada conformes con la orden, pero dispuestos a cumplirla.

—¿A dónde vais? —preguntó Greco.

—Vamos a proceder a hacer un 10-33.

La chica se despidió de sus compañeros con una sonrisa y salieron a por un zeta. 

¿Brigitte? (Jack Conway)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora