CAPÍTULO 40

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Antes de devolver el auto, pase a buscar mis armas que, para mi suerte, ahí seguían; envueltas en la chaqueta

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Antes de devolver el auto, pase a buscar mis armas que, para mi suerte, ahí seguían; envueltas en la chaqueta. Volví a la casa en taxi.

Subí por las escaleras hacia el departamento, porque estaba demasiado cansado para esperar por el ascensor. Todo estaba muy quieto, en un silencio absoluto, pero eso no me preocupó. Caminé con el maletín en mano por el pasillo y al llegar a la puerta, introduje mi mano libre para sacar la llave del bolsillo de mi pantalón. En el momento en que abrí la puerta y observé que todo estaba a oscuras, no pude evitar fruncir el ceño.

Cerré la puerta detrás de mí y dejé el maletín en el suelo.

—¿Priscila? —llamé y esperé, pero no hubo una respuesta clara.

Solo escuché un gemido agudo, entonces avancé hacia el interruptor de luz, para iluminar el lugar y la escena que me encontré me dejó estático.

Ahí estaba.

—Bienvenido a casa, amigo mío —dijo, al mismo tiempo que se ponía de pie.

Era el hijo de puta de Alexey Sokolov.

Priscila estaba atada de pies y manos, con un pedazo de cinta de embalaje cubriendo su boca, pero no fue eso lo que más me había impactado, sino la otra mujer que yacía a su lado y que yo reconocí de inmediato.

—Kerstin —susurré para mí mismo, con el corazón al borde de un colapso.

Pasé saliva por mi garganta sin dejar de apartar los ojos de ella, estaba ojerosa y con el cabello desaliñado. Sus ojos azules estaban llenos de lágrimas, al igual que los de Priscila.

—Sorpresa —volvió a decir él—. ¿Te gusta? —Me cuestionó y volteé a verlo.

Cómo este hijo de perra había encontrado donde vivía.

—¿Qué estás haciendo? —Le pregunté y él sonrió, mientras se sobaba el mentón.

—¿Te imaginas que fue lo primero que pensé, cuando llegué a mi casa y encontré la cabeza llena de gusanos de mi padre en una caja sobre mi cama?

Sí, había pedido que le enviaran la cabeza del cerdo de su padre, envuelta en una caja de regalo.

No le contesté, entonces él prosiguió.

—Pensé, quién demonios había podido capaz de hacer algo así de retorcido y asqueroso. Entonces recordé lo que está cosa hermosa quería hacer conmigo —dijo caminando hacia donde estaba Kerstin—. Luego me dije, que era más que seguro que ella había tergiversado las cosas y tú enloqueciste.

Él le acariciaba el cabello, entretanto ella me miraba con los ojos llenos de dolor y el llanto atorado en su garganta. Apreté mis manos, quería acercarme a ese maldito y matarlo como se lo merecía, pero tenía una desventaja a mí favor; él seguramente estaba armado y yo no.

Lacerante © [+21]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora