05 de octubre de 2015
5:30 a. m.
Frank observaba el crepúsculo con admiración. Los cálidos colores del cielo le transmitían tranquilidad y motivación. Ya se sentía listo para el viaje. Su casa estaría deshabitada por un tiempo, pero por suerte, todo había quedado perfectamente organizado. El chico sentía un poco de melancolía, ya que iba a extrañar su pacífico hogar y sus tardes de lectura. Frank se levantó de la silla y bajó las escaleras a todo trote. Al estar en el primer piso, se acercó lentamente a la sala y observó sus maletas con una sonrisa.
—No puedo creer que diga esto: en verdad echaré de menos mi hogar —dijo mientras acariciaba una de las sólidas paredes de la vivienda.
El chico tomó sus maletas y cerró la puerta con llave, su corazón sintió un enorme deseo de regresar, sin embargo, lo evitó y continuó con su camino. Decidió observar su casa por última vez, debido a que sentía que era necesario.
«No entiendo por qué observo la casa con tristeza», pensó, «dentro de unos días regresaré. Bueno, eso espero».
—Hola, joven Frank, ¿acaso va de viaje? —interrumpió uno de sus vecinos que se encontraba cortando el césped.
—Así es, señor Johnny, iré a Canadá por unos días —dijo Frank, acompañado de una sonrisa amistosa.
—¿Piensa irse de Italia después de su viaje?
—No lo he considerado aún, pero tal vez sí. —El chico observó su reloj—. Lo siento, señor Johnny, tengo que marcharme.
—Está bien, joven, ¡mucha suerte en su paseo!
Frank tomó un taxi y fue rumbo al aeropuerto. El amanecer era maravilloso, los intensos rayos del sol ingresaban por las ventanas del vehículo; al parecer, iba a ser un día bastante caluroso. Al cabo de una hora, el chico llegó a su destino. Cerca de la recepción se encontraban sus amigos. Al verlos, no pudo evitar sentirse entusiasmado.
—Hola, Frank —dijo Rita con voz alegre.
—Buenos días, Rita, ¿cómo estás?
—Bien, gracias. ¿Y tú?
—Emocionado —respondió él, acompañado de su clásica energía positiva.
Ambos mantenían el contacto visual. Nada parecía distraerlos.
—Debemos irnos —interrumpió Ricardo, entre risas.
Frank sacudió su cabeza.
—Tienes razón, Ricardo. ¡Vamos!
Los jóvenes exploradores procedieron a abordar el avión, por suerte, todos estarían cerca para poder conversar. El transporte despegó sin ninguna dificultad. Sara padecía de aerofobia y, por ello, colocó sus manos sobre uno de los asientos de en frente y lo apretó con todas sus fuerzas. Todo su rostro estaba bañado en sudor y su cuerpo temblaba de manera incontrolable, tenía los ojos muy abiertos y su respiración era algo agitada.
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Los Siete Espejos del Mal
HorrorEn el remoto pueblo de Arabina, al norte de Ottawa, se encuentra el Castillo de Canadá, famoso por sus espeluznantes leyendas. A pesar de estar deshabitado, se dice que algo maligno acecha sus ruinas, donde numerosas personas han sido encontradas mu...