Parque Villeta Di Negro
Génova, Italia
La exploradora Sara Ballesteros se encontraba disfrutando su día libre en el famoso parque Villeta Di Negro. Para ella, Italia era uno de los mejores países de Europa, debido a que poseía los mejores sitios para visitar. Sara era una chica de veintiocho años de edad, tenía el cabello corto y de un tono castaño claro que combinaba a la perfección con sus deslumbrantes ojos marrones, y su cara aniñada era lo que más la caracterizaba. Ese día llevaba puesta una sudadera blanca, unos shorts de mezclilla y un par de tenis bastante caros.
Observaba el sitio con fascinación: las cascadas artificiales, las cuevas y las grutas le llamaban la atención en gran manera. Con su cámara fotografiaba todas estas atracciones, para luego guardarlas en su álbum de recuerdos. Por accidente, la exploradora chocó con otra chica. Sara se disculpó rápidamente, sin embargo, el trato que recibió no fue el esperado.
—Lo siento mucho —dijo Sara, avergonzada.
La mujer no respondió.
—Bueno, yo cumplí con disculparme —agregó, apartando la mirada.
Cuando Sara estaba a punto de marcharse, la chica aprovechó el momento y la tomó del cabello con todas sus fuerzas. Ambas comenzaron a forcejear.
—¡Maldita! —exclamó la mujer—. ¡Eres una estúpida!
—¡Suéltame! —chilló ella, intentando escapar.
—Ni creas que te voy a soltar, malnacida. —La fémina la golpeó en el rostro.
Después de unos cuantos golpes, Sara se enfureció y logró liberarse. Inmediatamente, procedió a golpear a su rival sin piedad alguna. Las cosas se salieron más de control cuando Maritza (la que inició la pelea), tomó la cámara de Sara y la lanzó a un pequeño estanque.
—¡Oh! Lo siento, querida —dijo Maritza con voz cínica—. Por accidente aventé tu cámara al agua, pero fue sin querer, tú sabes.
Sara cayó de rodillas y comenzó a llorar, ya que todos sus recuerdos de ese país se habían esfumado.
—Ya estás muy grandecita para llorar, ¿no lo crees, tesoro? —recalcó ella en un tono burlón.
Las demás personas solo observaban el escándalo con asombro. Nadie hizo nada y eso fue lo que más enojó a la pobre Sara.
—¡¿Qué es lo que te pasa?! ¡¿Solo porque chocamos estás armando este drama?! —gritó la exploradora, levantándose de un salto.
—Sí, malnacida, a mí nadie me puede tocar —vociferó la mujer—. ¿Sí sabes que soy una de las mujeres más ricas de la ciudad?
—¡Eso a mí no me interesa!
Sara se lanzó sobre Maritza y empezó a golpearla con todas sus fuerzas. La chica intentó defenderse, sin embargo, al estar cegada por la ira, Sara era mucho más resistente. Un oficial de policía intervino en la pelea.
ESTÁS LEYENDO
Los Siete Espejos del Mal
TerrorEn el remoto pueblo de Arabina, al norte de Ottawa, se encuentra el Castillo de Canadá, famoso por sus espeluznantes leyendas. A pesar de estar deshabitado, se dice que algo maligno acecha sus ruinas, donde numerosas personas han sido encontradas mu...