Capítulo 20

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Llevaba días esperando a que Bradley hiciera algún acto de presencia en mi vida, pero afortunadamente no había sido así. No me buscó, tampoco me llamó; imaginaba que el poco orgullo que le quedaba no se lo debió haber permitido -o tal vez se debía a que estaba demasiado borracho o drogado como para poder marcar mi número-. Cualquiera fuese la razón, no pretendía molestarme en averiguarla, ya que si había algo absolutamente claro en mi vida, era el hecho de que jamás regresaría a Brooklyn, mucho menos si eso significaba volver con él. Y al contrario de lo que podría haber esperado, no podía sentirme más lejana a Brad y al afecto que le tenía. Obviamente, la presencia de Thomas me ayudaba bastante a no pensar en el pelinegro. Mi amigo -si es que aún podía seguir llamándolo así- había cumplido al pie de la letra con cada una de sus palabras; ya llevaba dos semanas en Nueva York única y exclusivamente por mí, algo que jamás imaginé que sería capaz de hacer. Sin embargo, el limite de su estancia en la ciudad se acercaba, y junto con esto, su partida para regresar a Europa.

Evidentemente, sea lo que sea que estuviese sucediendo entre Thomas y yo, no había pasado desapercibido frente a la prensa, y ya se habían filtrado un par de fotografías de nosotros juntos en un par de periódicos del mundo. No obstante, no se trataba de nada muy terrible, solo un poco de los mismos rumores que corrían a diario, un poco más de prensa rosa que perseguía al cantante. Por ello era que no nos rompíamos la cabeza pensando en ello, además, estábamos muy sumergidos en nuestros mundos como para desperdiciar nuestro tiempo en ello.

Pero a pesar de que fuese fantástico tener al rubio a mi lado, en ocasiones me veía un tanto incómoda respecto al asunto de la comida. Y lo peor de todo era que no podía negarme a alimentarme, al menos no si estaba con él. Durante todos esos días ya me había invitado a tomar helado, comer pretzels, a una adorable cena romántica, e incluso habíamos protagonizado un pequeño encuentro en Starbucks compartiendo un café, tal y como habíamos hecho la segunda vez en que nos vimos tras nuestro encuentro. Por eso mismo era que me sentía terrible, incapaz siquiera de subirme a la balanza. No sabía como negarme, ni tampoco era capaz de arriesgarme a ir al baño a vomitar y ser descubierta. Quería ocultar esa faceta de mí, no quería mostrarle mis falencias, mis defectos e imperfecciones, mas ese pequeño capricho de esconderme me estaba limitando.

¿En que minuto fue que los sentimientos de Thomas se convirtieron mi prioridad frente a mi dieta?, ¿Qué diablos me estaba sucediendo?

(...)

Esa sería entonces la última noche que pasaría Sangster en Nueva York, por lo que habíamos quedado de juntarnos en mi departamento para ver una película y pasar el rato juntos. En realidad, algo sencillo, y así también una sugerencia mía; básicamente para por fin no tener que verme obligada a comer y poder seguir con mi dieta sin obstáculos de por medio. O al menos eso era lo que esperaba, hasta al abrir la puerta me encontré con un rubio cargado de bolsas que desprendían un fuerte y delicioso aroma de lo que simulaba ser comida china.

"Diablos, Thomas. ¿Por qué?", me preguntaba en mi interior, histérica.

-Imagino que todavía te sigue gustando el chapsuí, ¿No es así? -me preguntó él con una amplia y coqueta sonrisa.

¿Cómo demonios se suponía que le dijera que no?, ¿Tenía acaso que coger las putas bolsas y lanzárselas en la cara para que entendiera que no quería comer? No, imposible, Thomas era demasiado irresistible, y estoy segura de que si me lo hubiese pedido, me habría comido un pastel completo únicamente por él.

Finalmente, asentí con pesadumbre y me hice a un lado dejándolo entrar.

(...)

La televisión nos mostraba "We're the Millers", y mientras Thomas estallaba a carcajadas, yo me debatía en mi interior respecto a si debía o no hacerlo. Estábamos a mitad de la película, todavía quedaban restos de comida china, pero preferí controlarme, cerrar la boca y dejarlos ahí, ya había sido suficiente.

Tras diez minutos de tortura mental, me atreví a ponerme de pie y a disculparme con el rubio, quien simplemente asintió y volvió a concentrarse en la pantalla.

Me encaminé, no, mentira, corrí hacia el baño de mi habitación. Estaba tan desesperada y apresurada por eliminar esa comida de mi cuerpo, que ni siquiera me molesté en cerrar la puerta con pestillo, mucho menos se me pasó por la cabeza el dejar la llave del agua corriendo como hacía cuando vivía con mis padres. Nada de eso, quería ir al grano y punto.

Recogí mi cabello en una coleta, y rápidamente introduje un par de dedos en mi garganta, de manera casi brutal, añorando expulsarlo todo.

Y ahí estaba, una vez más, purgando en mi garganta, para sentirme solo un poco más liviana que antes. Aquello me hacía bien, y no era más que una pequeña trampa en mi juego. Sí, había comido, pero esta era mi declaración de arrepentimiento y culpabilidad.

Thomas

Jodidos Miller, son un puto chiste, que gran película, me tenía tan concentrado en ella, que casi ni había notado la ausencia de Alyssa. Aunque claro, cuando busqué su mano para entrelazarla con la mía, fue que recordé que hacia ya varios minutos que había ido al baño.

Fruncí el ceño, preocupado. ¿Por qué tardaba tanto? Alarmado, no lo pensé dos veces antes de ponerme de pie para emprender mi búsqueda. Como no estaba en el baño de visitas, asumí que debía estar en el de su habitación. De tal modo, entré al enorme cuarto, y al no verla ahí, mi mirada empezó a vagar por la imagen, topándose con la puerta del baño. Me acerqué a tocar la puerta, hasta que me vi interrumpido por el sonido de sus arcadas.

Mierda, había sido como si me cayera un balde de agua en la cabeza. Me sentí un completo estúpido. ¡La maldita comida china no le había caído bien!

-¿Aly? -pregunté, al tiempo en que le propinaba suaves golpecitos a la puerta- ¿Estás bien, preciosa? -la escuché toser. Diablos, ¿Tenía que entrar o no?

-Sí... -respondió con dificultad, aliviándome-. Mala idea la comida china, ¿No? -bromeó, y eso me relajó aun más.

La escuché tirar la cadena y abrir el agua en el lavamanos. Me pasé una mano por la nuca, nervioso. Había sido un idiota.

-Perdóname, Aly. De verdad lo siento. Te prometo que nunca más volveré a comprar en ese inmundo lugar... -me sentía absolutamente culpable.

-Más te vale -me respondió, abriendo la puerta para toparme con ese angelical rostro, mientras que se lavaba los dientes, con los ojos llorosos y un rostro pálido.

-Mírate... -dije, con amargura, observándola-. Como sea... Iré a ordenar todo, creo que será mejor que te acuestes.

-¡¿Qué?! Pero... ¡No quiero! -exclamaba con dificultad, por causa del cepillo de dientes. Me frunció el ceño y volvió a entrar al baño para enjuagarse la boca. Ni siquiera me molesté en esperarla, sabía que querría seguir discutiendo conmigo, por lo que preferí aprovechar para ordenar el desorden que habíamos dejado en el living.

Al cabo de unos minutos, volvió a aparecer, dispuesta a seguir llevándome la contra.

-¡No estoy enferma! -exclamó. Rodé los ojos, a pesar de que me encantaba verla hacer berrinches.

-Sí, sí lo estás y es mi culpa. Así que hazme un favor y ve a ponerte pijama -ordené, cariñosamente, acariciándole el cabello. Esta vez, quien rodó los ojos fue ella. Afortunadamente, me obedeció.

Jamás habría sospechado del mundo de mentiras en que Alyssa me tenía envuelto, ni mucho menos habría creído que yo no era más que un ingenuo y enamorado chico. ¿Dije enamorado? Sí, hasta la médula. Y es que me resultaba más fiable confiar en los orbes claros de Aly antes de ver más allá de la escena. Era un idiota. Tan solo me hubiese gustado darme cuenta de todo antes.

Volví a la habitación de Aly para encontrarme con la delgada modelo que había cambiado su vestido azul por un polerón ancho y unas calzas elasticadas negras junto con dos pares de calcetines, uno sobre el otro.

Me senté a su lado en la cama. Se veía extremadamente adorable.

-No quiero dejarte así, pero... -comencé a decir, hasta que me vi interrumpido por un beso en mis labios. Sonreí de medio lado.

-No lo hagas, ¿Si? -pidió, sorprendiéndome- Quédate conmigo esta noche... Después de todo, es tu última noche en la ciudad.

-Por supuesto -le sonreí, antes de devolverle el beso.

Hasta El Límite. (TBS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora