Octava bala: Mi nueva vida

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Estaba tomando una cerveza con Bonney en una amplia terraza de un bar junto a la playa. Hacía poco más de dos meses, los periódicos habían explotado con la muerte del Presidente. Incluso la bolsa había sufrido al perder a uno de sus representantes más influyentes. El asesinato de aquel hombre que tenían por un justo y amable banquero millonario, de una bala en la cabeza en un sucio almacén a las afueras había dado la vuelta al mundo. Sobra decir que la policía buscaba activamente al culpable, aunque la culpable estaba ya demasiado lejos como para ser encontrada.

Era extraño comprobar cómo no había salido nada sobre la encarnizada pelea que había traído la muerte del Presidente. Varios miembros de la Fundación perdieron la vida con las balas de Bonney y del bando de Lansky también había habido bajas. Sin embargo, en  la prensa no se hablaba nada de eso. Se limitaban a ensalzar la figura del buen hombre al que habían asesinado a sangre fría como a un perro.

Bonney pidió otra ronda y se estiró en su silla a mi lado. Inevitablemente, habíamos tenido que huir del país. No era sólo la policía la que nos acosaba, sino también los antiguos miembros de la Fundación. Aunque no hubiese forma de saber sobre ellos, había un grupo de gente, no sabría decir cuánta, que seguían fieles al Presidente y pretendían vengarlo. En nuestra posición, sin poder discernir ni tan si quiera quienes eran nuestros enemigos, no teníamos más remedio que desaparecer. Aunque había conseguido matar al Presidente, Charlie o James o cómo demonios se llamase había huido. Él era el único que tenía contacto con los demás miembros, podría estar formando un ejército de asesinos entrenados ahora mismo y no lo sabríamos.

Bonney y yo habíamos alquilado un pequeño piso de dos habitaciones cerca de la costa y nos habíamos hecho con un buen arsenal de armas y sistemas de seguridad por si acaso. Él pasaba los días indagando en busca de información que nos fuese útil, mientras yo sólo dejaba pasar el tiempo. Bonney no quería que volviese a meterme en todo esto. Era algo estúpido ya que no imaginaba a alguien que pudiese estar más involucrada que yo, pero ahora que había vuelto parecía estar metido de lleno en su papel de padre adoptivo y pretendía que me quedase al margen.  En otra situación quizás hubiese replicado pero, a decir verdad, a mí ya me daba igual todo. Mi vida estaba patas arriba.

No sólo había tenido que dejar mi piso y huir del país sino que había dejado algo aún más importante. O más bien era ese alguien importante el que me había dejado a mí.

Estuve tres días en el hospital después de que disparase al Presidente, no sólo para curar mis heridas sino también para asegurarme de que Marco no se volvía a escapar. Aunque había recibido un disparo en costado, había ido a salvarme a aquel almacén y su estado había empeorado.

Sabía que tenía que explicarle muchas cosas pero no encontraba la forma de hacerlo.

-¿Algo de lo que me has dicho es verdad?- me preguntó dolido mientras descansaba en una habitación especial del hospital.

-Mi nombre- susurré.

Quería explicarle correctamente. Explicarle que hacía mucho que no pensaba en matarlo. Explicarle que no le conté nada porque quería protegerlo. Explicarle que,  seguramente, estuviese más enamorada de él de lo que podría llegar a reconocer. Pero Marco no quiso escucharme. Supongo que el haber arriesgado tanto por una pequeña mentirosa era mucho más de lo que podía perdonar. No podía olvidar que perdió a varios hombres por salvarme a mí, más los que asesinó Charlie mientras me decidía a actuar. Él no iba a perdonarme. Si alguna vez había imaginado una vida con Lansky es que había sido demasiado ilusa. Cuando me cercioré de que su vida no corría peligro, le dejé una nota de despedida y hui del país con mi maestro. Por supuesto, no le dije a dónde iba. Marco también estaría en problemas si la Fundación pensaba que aún tenían relación con nosotros y tampoco quería darles más motivos para atacarles después de la carnicería del almacén.

Ocho balasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora