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Patético

Número de palabras: 1 174

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Keigo Takami siempre había pensado ingenuamente que recordaría su primer amor con entrañable ternura. Se imaginaba a sí mismo en la oscura intimidad de una noche sin Luna, sosteniendo entre sus brazos a aquella persona que se grabaría a fuego en su mente para el resto de sus años. Así había previsto que sería su primera conexión auténtica con otro ser humano; un vínculo indestructible que ansiaba mucho más que cualquiera de aquellas noches fugaces que su cuerpo de vez en cuando le exigía.

La idílica imagen se había deformado horriblemente. Los colores se habían mezclado, había pasado la noche y germinado el día, la figura perfecta del amante se había transformado en el ardiente suelo; el amor, en impiedad. El Sol incompasivo quemaba toda su espalda, castigando su desvergüenza, mientras las palmas de sus manos comenzaban a calcinarse por efecto del asfalto abrasador. De rodillas, con la deshonrosa frente rozando la llanura artificial y grisácea, sintiendo que todo su cuerpo era condenado por el astro rey, notaba cómo la dignidad abandonaba su cuerpo, derramándose en el aire que le rodeaba y escapando de la vil prisión que supone un hombre sin principios.

- ¡Endeavor, déjame verle! ¡Déjame ver a Shoto una vez más!

Las plumas de sus alas de halcón, replegadas ahora tímidamente sobre su espalda, amenazaban con abandonar a tan vergonzoso dueño; pero Keigo sabía que permanecerían ancladas a él, como siervos fieles a su amo. Quizá contra su voluntad, sí, mas no tenían otro remedio que acomodarse en su espalda y ser testigos silenciosas de la más lamentable escena que pudieran imaginar.

Él mismo se había conducido a aquella ruina insoportable. Siempre había confiado en su autocontrol, en aquella cualidad que jamás habría imaginado que podría fallarle. Le había servido en innumerables ocasiones; quizá precisamente por eso había decidido abandonarle a él y a su podredumbre moral cuando Keigo, casi por accidente, había posado los ojos hambrientos sobre aquel chico de dieciséis años. Un par de miradas, un saludo, apenas tres frases y él, mayor y más experimentado, se había rendido al virginal candor de Shoto.

No le había importado que fuese el hijo más pequeño de su compañero de trabajo, Endeavor. No le había importado lo que la gente pudiera decir al día siguiente. Durante unas horas, Keigo había cumplido aquella fantasía en la que tantas veces había pensado en secreto. Una piel pálida y suave junto a él, cediendo a cada toque, casi fundiéndose sobre las caóticas sábanas debajo de ambos. Había sentido la sangre de los dos hervir de pura emoción, de una excitación que solo un animal podría poseer. Era ese tipo de agitación que el hombre civilizado rechaza, aunque sea parte de su propia naturaleza.

La liberación había traído consecuencias fatales, que habían por fin desembocado en la escena actual. Keigo seguía postrado frente a la puerta, sin moverse, esperando su particular Juicio Final. Los pasos y las voces al otro lado de la puerta le aseguraban que había gente en casa. Keigo no se movió.

Cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse, se permitió levantar la vista del asfalto oscurecido, bañado por el sudor de su frente. Había salido el padre de la familia y había traído consigo una preciosa compañía.

Las doloridas piernas de Keigo quisieron reaccionar al instante. Había estado tanto tiempo arrodillado en el camino que sus rodillas se habían entumecido por completo. Lo único que había podido sentir hasta ese momento era el mortal calor, que parecía querer desintegrar todo su cuerpo hasta que de él solo restase un desorden de huesos irreconocible. Ahora, la visión que tanto había ansiado se le ofrecía cruelmente lejana. ¡Qué estúpido había sido al creer que solo la imagen de Shoto podría aliviarle! Su rostro sereno, imperturbable como de costumbre, no hacía más que sumarse a las torturas que el maltrecho espíritu de Keigo se veía obligado a soportar.

Con un solo movimiento de su brazo, Enji frenó a su hijo. Shoto apenas había dado un paso hacia el frente, con obvia intención de aproximarse a aquel lastimoso ser que yacía ante sus ojos. Keigo observó este amago con una alegría culpable; el saber que era merecedor de la preocupación del ídolo al que su alma adoraba hizo que toda aquella humillación tuviese sentido de nuevo. ¡Si tan solo hubiese podido sentir las manos de Shoto, una fría y otra cálida, sobre sus mejillas una vez más...! Entonces no hubiera habido calvario lo suficientemente doloroso como para impedirle avanzar.

Bajó la frente de nuevo, hasta que el asfalto volvió a rascar su piel. No le dio importancia. No quería ver la cara de Enji, deformada ahora por una mueca de repugnancia producida por el brillo de esperanza que había refulgido en los ojos de Keigo al ver al menor de sus hijos. Había sido una reacción incontrolable que había durado apenas unos segundos. A pesar de ello, no había pasado desapercibida ante la mirada inquisidora de su padre.

- Eres verdaderamente patético, Hawks.

Allí estaban las palabras que tanto se había repetido a sí mismo. Escucharlas ahora en la boca de Endeavor era diferente; aquella nueva situación las dotaba de una veracidad que no admitía argumentos. Se había convertido en poco más que un desecho semianimal, una criatura inferior que no suscitaba compasión entre sus antiguos congéneres humanos. Había abandonado la condición de hombre para convertirse en bestia, al menos a ojos de quienes más apreciaba. Haberse metamorfoseado en sus cabezas significaba para él haberlo hecho delante de todo el mundo; pues, ¿de qué servirían ahora los halagos, desconocedores de su vida, de hordas de admiradoras inconscientes? Tan solo se aborrecería a sí mismo aún más por permitir tal penoso espectáculo.

Se preguntó si Shoto compartía la misma opinión de su padre. Había mantenido con él su clásica imagen desenfadada, casi independiente de la moralidad de las masas. ¿Qué pensaría ahora al verle suplicar como una sabandija, tendido sobre el camino y temblando de la congoja que pesaba sobre sus hombros? ¡Cuánto debía haberle decepcionado!

Enji fue el primero, como era de esperar, en rechazar ser parte de aquella sórdida escena. Keigo estaba seguro de que ni siquiera había mirado hacia atrás, hacia el insulto a la profesión heroica que él constituía. En un último acto de inesperada misericordia, fingió no percatarse de que Shoto no se había movido, permitiéndole a Keigo observar su rostro casi infantil sin obstáculos.

¡Le hubiera gustado decirle tantas cosas en ese momento! Le hubiese abierto allí mismo su interior, dejándole ver la tormenta que había causado en sus entrañas, lo mucho que requería de su presencia. Se hubiese humillado frente a Shoto, sin vergüenza alguna, confesando que su experiencia no le había preparado para una adoración como aquella. Quería hacerle saber que era el único por el que habría permitido que su piel se cubriese de abrasiones, de rozaduras causadas por aquel vil suelo.

Pero no lo hizo, pues algo en los ojos heterocromáticos de Shoto le aseguró en ese instante que aquello no había terminado todavía.

Chiaroscuro ; ShotoHawks one-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora