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Antropocentrismo

Número de palabras: 901

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Desde la reposada altura de los tejados, la ciudad de Musutafu se asemejaba más a una imagen congelada, una estampa en una postal, que al centro de actividad incesante y eterno bullicio que era en realidad. El magnífico azul del cielo se extendía hasta donde el ojo podía alcanzar, y la ausencia de nubes y de viento provocaba aquella sensación de estancación del tiempo, aquel irreal sentimiento de completa calma. Era una visión reservada únicamente a quien podía gozar de elevarse sobre los seres mundanos y observar el transcurso de la vida desde lo alto.

Parecía imposible que alguien ordinario como él estuviese disfrutando de aquella revelación. Había coronado un bloque de oficinas mientras buscaba un lugar apartado donde escapar de la presión de su padre durante al menos un rato. Fue entonces cuando Shoto, teniendo las calles bajo sus pies y en un momento de extraña lucidez, se percató de la insignificancia de todas aquellas preocupaciones.

Más allá de sus botas blancas se extendía el gigante de cemento que era Musutafu, con sus enormes edificios y largas avenidas, con las miles de personas que desarrollaban sus historias en aquel espacio, sus pequeñas vidas llenas de desasosiegos como los suyos; problemas que creían que podían mover el mundo entero y que harían desesperar a cualquier persona que los compartiese. Aquello apenas simbolizaba nada en la obra maestra del universo; pero para cada una de aquellas hormigas que ahora veía desde el cielo sus inquietudes eran lo más importante. Desde aquella altura, todo parecía ridículo.

Quizás el mundo no fuese, después de todo, aquel santuario antropocéntrico que el hombre siempre había pensado que era.

Su reflexión silenciosa no le impidió escuchar el sonido no tan discreto de un aterrizaje, el batir de grandes alas que podría haber sido completamente imperceptible para un oído menos experto que el suyo. No había sido fácil, pero, tras conocer a Hawks, Shoto había aprendido a oír lo inaudible, a esperar siempre lo inesperado, a imaginar lo inimaginable y a creer en lo increíble: la posibilidad de compartir un afecto sincero con otra persona, algo que nunca antes había pensado que fuera realizable.

- Hey, Shoto. No esperaba verte por aquí.

No eran necesarias formalidades. Había sido así desde el primer momento, desde la primera vez que habían coincidido por algún enredo de la suerte. Dejó de darle la espalda y le ofreció su perfil derecho y helado. Fue recibido con la habitual sonrisa perezosa y una mano alzada a modo de saludo. Se dio la vuelta por completo.

- Hawks – dijo, haciendo una pausa a continuación -. Estaba tomándome un descanso.

- ¿En la azotea de unas oficinas?

- Hasta aquí no llegan las voces de la calle.

Su calma le había abandonado para cuando terminó de pronunciar la última sílaba. Todas las alertas se habían disparado al momento; él estaba allí, y allí no era un lugar cualquiera. Eran las alturas y el gran azul, su reino indiscutible en el que Shoto había pedido asilo aquella mañana; pero más allá de cielo y tierra, aquel era el único lugar donde podían disfrutar de su acompañada soledad.

- ¿Qué miras con tanta atención?

Shoto no supo responder. Otra vez una pequeña dosis de histeria se introdujo dentro de él; si le explicaba su absurda y obvia reflexión, se reiría de su inocencia. Seis años más de experiencia y una inteligencia infinitamente superior a la de Shoto le garantizaban que encontraría sus pensamientos fruto de la ingenuidad de un chico que acababa de salir al mundo, que trataba de abandonar aquella inevitable forma adolescente.

Negó con la cabeza en respuesta.

- Pensaba demasiado.

Se apartó del borde al punto, sintiéndose profundamente estúpido. Pisadas de otras botas siguieron a las suyas. Tenía que empezar a actuar de manera más natural o todo sueño que pudiera albergar terminaría por su propia torpeza. Se detuvo junto a la puerta que conducía al interior y dejó que su espalda reposase sobre la pared de cemento gris. Se maravilló de la extraordinaria paciencia del héroe, que no había alzado el vuelo ante la incomodidad que Shoto mismo había creado.

- Pareces preocupado por algo.

- En absoluto. – mintió el chico.

- Alguien a quien no le pasa nada no da vueltas por un tejado desde el borde hasta la puerta y viceversa.

Un silencio interrumpido por la reanudación de la actividad del viento.

- No tiene importancia, es algo banal.

- Te escucho.

Se retiró las gafas que complementaban su traje. Shoto entendió la sutileza del gesto; ya no hablaba con Hawks, segundo mejor héroe de la nación, prodigio sin precedentes y personaje público, sino que su interlocutor ahora era Keigo. Simplemente otra de aquellas personas que guardaba en su interior preocupaciones, problemas, todo un abanico de sentimientos. Los mismos que nunca formarían parte del cuadro pintado por el futuro, que morirían con brevedad y que nada influirían en el desarrollo de la suerte. Sin embargo, a Shoto le parecieron de suma importancia, como si todo hubiese sido en realidad conformado para dar vida a las emociones de quien tenía delante. Algo le decía que sus vanos pensamientos también le parecían a él punto digno de la órbita de cada satélite existente.

Y aunque el universo se negase a convertirse al antropocentrismo, aquellos momentos verdaderamente se volverían muestras de que todo el mundo sí podía girar entorno a un solo hombre.

Chiaroscuro ; ShotoHawks one-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora