Regla número doce.

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“Sea lo que sea que hagamos, hagámoslo por amor.”

Nueva regla agregada al Manual del Perfecto Príncipe, una guía por Tine Teepakorn.

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SARAWAT


Sus ojos se abren de par en par cuando desato el nudo del pañuelo de seda con el que los había cubierto. Sus labios se quedan entreabiertos en un gesto de franca sorpresa y su mirada se hace suave y se llena de esa emoción cálida y reconfortante que parece pintarse en sus ojos cuando hago algo que lo hace feliz.

Las paredes llenas de rosas negras y blancas parecen ser el mejor fondo para su sonrisa. Él y las flores combinan bien. Su sonrisa de hecho, podría convocar miles de primaveras en un solo segundo.

—Sarawat, esto no es verdad ¿o sí?— me pregunta y yo no puedo contenerme más así que lo rodeo con mis brazos por su espalda y él ríe mientras yo me digo que verlo riendo así en medio del jardín lleno de flores que Mil y Phukong construyeron para él es lo más hermoso del universo.

—Claro que es verdad, ¿te gusta?— le pregunto y sus ojos me miran con incredulidad.

—Construiste una replica del jardín de tu madre para mí y me preguntas si me gusta— dice él y se da vuelta entre mis brazos sólo para besar mis labios con suavidad y no puedo evitar sentirme emocionado porque amo cuando él se da permiso de ser espontaneo como ahora.

Yo lo abrazo a mi cuerpo sin querer soltarlo. No temo que alguien nos encuentre aquí porque mi hermano y Mil crearon un jardín rodeado de altas paredes al cual no es sencillo acceder sin perderte en medio de este lugar que si bien, es más pequeño que el laberinto original, está lleno de trabas y caminos falsos que no te llevarán a ningún lado si no conoces el sendero correcto, es decir, es imposible llegar aquí si no eres yo o Tine.

Que los dioses bendigan la inteligencia de nuestros arquitectos, pienso, mientras mis labios siguen acariciando los de Tine. Que los dioses protejan a nuestros arquitectos por regalarnos un refugio así a mi Consejero Real y a mí.

Y es que de verdad es reconfortante saber que aquí, en este lugar lleno de flores y de luces de colores no tengo que esconderme como lo hemos hecho durante el último mes. Sin lugar a dudas, ha sido muy difícil para mí contenerme cuando todo lo que quiero hacer es abrazar a Tine todo el día y besarlo la noche entera.

Como es evidente, mi Consejero Real es siempre un ejemplo de estoicismo y de verdad quiero preguntarle cómo lo hace porque mientras que él anda por el mundo escondiendo nuestro secreto sin inmutarse, yo me siento como un adolescente hormonal que no es capaz de concentrarse en lo que debe porque mi mente viaja sin remedio al recuerdo de los besos de Tine o a la sensación de la piel de Tine bajo mis dedos. Soy adicto a Tine y no quiero que nadie me lleve a rehabilitación pero también sé que es mi deber guardar las apariencias y creo que lo he hecho bien porque de no ser así, este hermoso chico del que me enamoro un poco más cada día ya me habría regañado por ser un idiota.

Aunque, si somos sinceros, estoy tan enamorado de él que incluso encuentro adorable que me recuerde lo idiota que soy, y vaya que durante nuestros viajes por todo el reino durante el mes anterior Tine pasaba al menos media hora de nuestras noches de descanso después de un día agotador de audiencias y presentaciones, regañándome porque estaba mirándolo a él en vez de a los nobles que se suponía estaba conociendo.

Debo admitir que el viaje por todo el reino se me hizo eterno y fue mientras los dos viajábamos que Phukong y Mil construyeron esta maravilla que ahora me permite poder abandonar todo recato y entregarme sin miedo a la sensación de los labios de Tine sobre mis labios. Esto es hermoso, pienso, mientras los brazos de mi consejero se enredan en mi cuello. Estar con Tine de este modo es hermoso y en serio, si sigue besándome así voy a iniciar mi propia revolución ahora mismo porque no quiero seguir viviendo en un mundo donde algo tan bello como un beso de Tine deba esconderse en el corazón de un laberinto para no herir a nadie.
Los labios de Tine se separan de los míos y me gusta ver que sigue sonriendo.

Normalmente, cuando le robamos a la noche hasta el último de sus segundos para perdernos en nuestro propio mundo amparados por la oscuridad de su habitación o de la mía, hay en sus ojos un dejo de culpabilidad que me recuerda qué clase de historia de amor estamos viviendo los dos.

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