Hilo rojo.

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Nunca había sido una molestia para mí, muy al contrario, me gustaba ver cuando el destino hacia lo suyo y el hilo rojo se acortaba de tal manera que aquellas personas sin saberlo, se estaban encontrando con su verdadero amor.

Me gustaba ser testigo del amor, simplemente.

Cuando era pequeño y se lo dije a alguien, me tomaron como un niño con una imaginación grande; ellos solo no creyeron que podía ver el hilo rojo de las personas.

Al paso de los años dejé el tema en paz, no sabía porqué podía verlo ni nada más, pero me bastaba con observar como a veces los hilos eran tensados, enredados, crecían o se encontraban con el otro extremo, siendo esta mi parte favorita.
Le conté a mi mejor amigo Brian, que después de varias "pruebas", es el único que me cree.

Lo curioso de todo esto, es que yo no podía ver mi hilo. Tal vez ni siquiera lo tenía.

Quizá ese era el pago de poder ver el de los demás. Quién sabe, y la verdad es que no era un tema que me dejara sin dormir; salía con chicas, tuve novias que quise y dejé (o me dejaron, en el peor de los casos), no me tenía con el pendiente saber que quizás nunca encontraría a mi verdadero amor. Estaba bien para mí, incluso, ya estaba algo resignado.

Pero entonces, una mañana algo nublada, un tirón en mi dedo me despertó. Mi brazo colgaba de la cama, así que no fue hasta que me levanté que lo vi: un hilo rojo. Mi hilo rojo.

Seguí con los ojos el camino que este dejaba  y los rodé cuando caí en cuenta.

—¡Qué graciosa, Aaliyah! —grité con desinterés.

Mi hermana sabía de mi situación, como todos, y le gustaba molestarme con eso, obviando que no me creía.

—¡Ah, gracias, pero comer cereal no creo que sea muy gracioso! —Escuché desde el piso de abajo.

No me molesté en contestar, en cambio, intenté desatar de mi dedo la delgada línea, cosa que no pude. No sé si porque se le hizo un buen nudo o estaba a la medida, pero seguí con lo mío sin ningún impedimento.
Más tarde cuando salí de mi habitación, me sorprendió que el hilo no me llevara a la habitación de Aaliyah, sino hacia la puerta principal.

—¿Quién me está haciendo esta broma? —pregunté sentándome en la mesa.

Mi mamá, papá y hermana me voltearon a ver de arriba a abajo, haciendo una mueca después.

—¿Cuál broma?

—La del hilo rojo —respondí levantando mi mano con el hilo.

—Ya estás mal, hijo —contestó Aaliyah negando lento. Solo miré incrédulo a mis padres por no reprenderla.

—Creí que habías dejado ese tema —habló mamá algo sorprendida. Hacía años que no mencionaba nada.

Suspiré y no dije más, no era como si ellos me pudieran ayudar.

Para cuando terminé de desayunar, me llegó un mensaje de Brian diciéndome que su novia por fin había llegado al país y que quería que la conociera. Estaba de vacaciones por Navidad, así que realmente no tenía mucho que hacer y fui a su encuentro. Y vaya que encontré algo.

En todo el camino, no pude evitar mirar atentamente el hilo de mi mano, pues confirmé que era real cuando al salir de casa, el hilo se seguía extendiendo hasta donde mis ojos no podían llegar.

Después de veintidós años, yo tenía mi propio hilo rojo.

Me emocioné, por su puesto. Se lo contaría a Brian apenas lo viera y tenía el pensamiento de seguir el camino que dejaba el hilo para encontrar el otro extremo, a mi verdadero amor.
Era gracioso, puesto que cuando Brian supo de mi extraña habilidad (si así le puedo llamar), me rogó para que cuando fuéramos mayores, lo ayudara a encontrar a su pareja. Mi respuesta fue no. Le dije que el destino se encargaría de todo, que tenía que ser paciente, sin en cambio, yo me sentía curioso por saber quién tenía el otro extremo de mi hilo para quizá saber porqué recientemente apareció, tal vez la otra persona tenía la habilidad de atar hilos. No sé.

One shots. |Shawn Mendes| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora