Capítulo 8: "María, la encargada de la limpieza"

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Veintisiete días han pasado y la salud de Diego comenzaba a decaer, la neumonía va tomando fuerzas gradualmente, sabe que no dispone de mucho tiempo antes de que su plazo se venza.  No ha ido a su casa en semanas, ni siquiera salía de Casa Barrios, sabe que nadie lo busca, sus amigos a penas se daban cuenta de su ausencia sin darle mayor importancia, y su familia, puede pasar meses sin tener contacto con ellos, sin causales la mínima preocupación. Él está solo, lo sabe y siempre lo supo.

Esa mañana, a tres días de vencer su plazo estipulado, María, la encargada de la limpieza y mantenimiento de Casa Barrios, se hace presente pasa sus labores triviales. Ella no se percata de la presencia de Diego en la casa, hasta que este la sorprende por detrás golpeandole fuertemente la cabeza con una madera. María pierde el conocimiento y cae al suelo, ahora está a total merced de Diego.

María esa una mujer mucho más corpulenta que las jóvenes anteriores, por lo tanto a Diego le cortaba mucho más trabajo maniobrar su cuerpo aún cuando éste está inconsciente. La despojó de toda vestimenta, pero al no poder bajar las escaleras del sótano cargándola, la lleva al jardín trasero.

La sienta en el suelo de espalda a un árbol, le ata las manos rodeando el tronco del mismo y ata también sus pies que quedan extendidos en el suelo; la amordaza fuertemente y se asegura que aunque despierte, no podrá emitir sonido alguno.

Ya habiendo colocado a María en su lugar y tomando todas las precauciones pertinentes, despierta al verterle un balde de agua hirviendo en todo el cuerpo.

María se estremece y despierta con la piel profundamente enrojecida y como Diego lo había anticipado, al estar atada de espaldas al árbol y fuertemente amordazada, es incapaz de moverse o emitir algún sonido audible a más de un metro. El estado físico de Diego esa ya decadente, se veía muy limitado pues no podía realizar mayor esfuerzo físico. Tomo una navaja y comenzó a hacer pequeños cortes que no eran muy profundos en cada parte del cuerpo de María que a él se le antojaba. La piel de María comenzaba a ampollarse debido a las quemaduras, él dolor de los cortes no eran nada en comparación al ardor de las llagas en todo el cuerpo.

Diego observó su entorno y después de una corta búsqueda, fue a la cocina, de donde regresó con varias botellas de miel. Comenzó a verter litros y litros de miel de abeja sobre el cuerpo lacerado de María, hasta haber vaciado todas y cada una de las botellas. Esto, hasta cierto grado, era un alivio temporal al dolor de las quemaduras, pero lo maleficio de la obra era que la miel estaba atrayendo a un ejército de hormigas rojas. María se hallaba esclavizada junto a un enorme nido de hormigas, miles y miles de estas parecían hacer formación de batalla y desfilar hacia la miel vertida sobre el cuerpo de la mujer. Un ejército que lenta e implacablemente recogía su dulce botín, llenando a la vez de miles de dolorosas picaduras. El solo correteo de las hormigas sobre aquella piel tan irritada era ya insoportable.

Las ampollas abiertas en la piel, facilitaban que la miel se introdujera en ellas, así como también lo hacía en aquellos cortes hechos anteriormente.

Esto provocaba a las hormigas a arrancar pequeños trozos de endulzada piel, trozos tan pequeños con la cabeza de un alfiler, pero tan dolorosos como arrancarse las uñas con los dientes. Diego sabía que las hormigas poco a poco, terminarian con su trabajo y dejo a María a cargo de ellas.

Abandono el lugar en busca de ayuda medica. Su tercer y última víctima estaba lista, aunque él realmente nunca la vio morir. Él fue ingresado ese mismo día en el hospital local, la neumonía enseñaba a cada momento.

Casi agonizante, recordó aquel número... 459-9666, comenzó a llamar... Y madre contestaba del otro lado.

Se sentía enfadado, él había cumplido su parte del trato pero nadie más había cumplido con él.

EL PACTO. (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora