nueve.

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Lance a veces tenía epifanías.

Se veía a sí mismo en una casa hogareña y rústica  en una ciudad lejana de donde nació. Las olas sonarían a toda hora, olas provocadas por el mar frío y salado chocando contra la costa de rocas al oeste de la casa.

Y, extrañamente Lance se dió cuenta cuán valioso era él mismo gracias a esa epifanía. Lance era alguien amable, comprensivo y sobre todo alguien cálido. A pesar de todo, Lance  aún veía a Keith en esa cabaña.

Todo parecía estar en orden cuando Lance despertó. Sus padres, como de costumbre, no estaban en casa. Pero la chaqueta de Keith aún estaba en el armario, aún tenía la mancha de salsa de tomate que Keith accidentalmente tiró. El ojiazul no se atrevía a lavarla. Aún tenía el olor de Keith. Tomó la chaqueta, se dejó caer lentamente y quedó de rodillas, lastimandoce las mismas. Y lloró.

Lance no recordaba porque pero descubrió un día antes de romper con Keith que tenía el número de Allura. No recordaba mucho de ese día, si se era sincero.

No tenía más hierba. Buscó un poco debajo de un costado de su colchón, verifico dos veces. Nada.

Creía haber visto una botella de ron en una vitrina hace algunos meses, una y otra vez la había visto. Si, estaba seguro.

Allura normalmente le conseguía drogas. Pero la favorita de Lance era la mariguana. Tal vez era el sabor, o tal vez el olor. Le recordaba un poco a él bosque, y éste a Keith.

Mc Clain no era demasiado de tomar, pero a ese punto no podía darse el lujo de estar sobrio mucho. Se repetía a sí mismo que estaba en la cúspide de la aceptación de no tener a Keith a su lado. Dolía. Demasiado.

El moreno recordaba como conoció a el azabache. El ojivioleta trabajaba en la cafetería al lado de la tienda de instrumentos, en la considerablemente grande gasolinera, a unos dos kilómetros de él bosque.

El Ron no era su favorito, pero con algo de jugo no estaba tan mal.

Perdió la cuenta de cuantos vasos tomó, hasta que se le acabó el jugo, entonces tomó directamente de la botella.

Tenía un poco menos de la mitad para cuando las estrellas fosforescentes que él ojivioleta le dió por su cumpleaños se veían borrosas. Intentó contarlas. Después, intentó quitarlas. Lo bueno de ser alto es que no tenía que usar escalresas o una silla para alcanzar algo del techo, solo subirse a la cama.

Pará cuando Lance se dió cuenta, la pequeña charla entre ambos y los absurdos y malos coqueteos de Lance habían funcionado. Aún cuando Keith le dijo después que en realidad no lo habían hecho.

Cuando se puso de pié sobre la cama, Lance apenas pudo retenerse con equilibrio. Rasgó unas cuantas, con un poco de fuerza, una por una cayeron hacia el grisaseo piso alfombrado. El mareo era intenso, cada vez un poco más.

Y después cayó él. En todos los sentidos.

Ambos se recostaron en el sofá de la casa de Lance, después de que este esperara una hora a que acabará el turno de el menor.
—¿Puedes creerlo? — Keith acariciaba el cabello con buen olor de Lance, mientras el moreno disfrutaba las piernas como almohada del otro.

La cabeza le dolía. Podía pararse, lo sabía, pero decidió quedarse ahí. La botella, junto con él, estaba vacía. Lo poco que quedaba estaba vertido en la alfombra, la cual absorbió el alcohol.
Vió las estrellas, y sintió el intenso dolor en la espalda baja. Cayó de espaldas, una parte del impacto fue directamente a la herida que recién se había hecho el día anterior.

Lance nunca supo porque, pero unas tres semanas después Keith fue despedido, nunca tocó el tema, cuando lo hacía el menor se mostraba indiferente por más de dos días.

El moreno no sabía porque lloraba, el dolor de su espalda era intenso pero lo soportaba. Le dolía el pecho. le faltaba la respiración. Casi parecía que Keith estaba a su lado, porqué podía oler su aroma inundando la habitación.

Fragmentos ; Klance ; VoltronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora