***Narra Darren Lèvac***
Anoche hablé con Jodie, me dijo que su padre y ella irían por la mañana al hospital, y que podía pasarme sin problema por la tarde después de comer, ya que Charles no lo haría hasta más tarde.
Aproveché que hoy no había mucha gente en el trabajo para escabullirme un rato antes. Cuando llegué al hospital, una extraña congoja que jamás había sentido se apoderó de mí. La vi a través del cristal de la habitación, estaba tumbada con esa especie de camisón azul, rodeada de máquinas que solo hacían que emitir pitidos, su rostro estaba cubierto por una máscara de oxígeno.
Lo único que debía hacer era hablar y estar con ella, como si no pasara nada, como cuando iba a su casa y hablábamos durante horas mientras comíamos sándwiches de pavo con queso o palomitas con las que casi me atraganto, hasta que el señor Tannen me dio tal golpe en la espalda que saqué el grano de maíz y las entrañas.
-¡Hola! ¿Puedo pasar? –asomo la cabeza– No me digas qué te acabas de levantar, esa carita lo dice todo –me quedé frente a su cama.
¿Pero qué estupidez estoy haciendo? Es hablar con ella, no hacer el imbécil. Empecemos otra vez. Salí del cuarto.
-Hola, soy yo, Darren –me senté en la silla que había a su lado.
Me quedé sin palabras al verla tan cerca, no era capaz de reconocerla. ¿Qué te han hecho, Romie? Aunque no pude ver más allá de una parte de la pierna divisé la cicatriz que su hermana me había comentado; iba desde la parte superior del tobillo hasta la mitad del gemelo. Algunas zonas de los brazos, con sondas, estaban tapadas con gasas, y tanto en la ceja como en una zona próxima a la oreja le habían dado puntos.
Me eché a llorar.-Perdona, ya estoy –dije al volver del baño–. Es un poco raro verte así, ¿sabes? –sequé la humedad de mis mejillas.
Respiré profundamente, eché una ojeada rápida a la habitación y la miré.
-Creo que tú hubieses elegido otro color para las paredes, estas son más feas que las camisas que me ponía en verano –solté una pequeña risita– esas que siempre me escondías bajo la cama o te llevabas a tu casa para que no me las pusiera más, ¿te acuerdas? Ya no me valen –recordé aquel momento como si fuera ayer–. Se las daré a Tom. ¿Qué si todavía las guardo? Pues claro –la miré extrañado–, ¿qué pregunta es esa, Romie?
Me quedé callado, observando su cuerpo inmóvil, eso sí que era raro. Ella amaba bailar y hacer deporte, era muy buena gimnasta. Siempre se inventaba coreografías para sus exhibiciones, y a mí siempre me tocaba grabarlo, cosa que prefería porque yo soy lo más parecido a un pato mareado si se trata de bailar.
Intenté se lo más positivo posible en ese momento, Jodie me dijo que debía serlo cuando hablara con ella. Teníamos muchos recuerdos juntos así que no me costó volverlos a narrar y reírme yo solo, ojalá ella me acompañara con su risa.Antes de irme pasé al baño, me quedé sin palabras salir. Él se me quedó mirando. Hacía por lo menos un año que no le veía, al cumplir la mayoría de edad prácticamente renuncié a juntarme con él.
-Hola –comenzó. Su voz era grave y ronca, al parecer el alcohol había hecho estragos.
-Hola –dije tras una larga pausa.
-¿Cómo estás? ¿Qué haces en el hospital?
-He venido a ver a una amiga –aclaré mi garganta–. ¿Tú?
-De visita, también.
Los dos salimos al pasillo. Mi padre tendió la mano.
-Espero no verte más aquí, lo digo por tu amiga. Espero que se recupere.
-Claro –apretamos nuestras manos–, gracias. Igualmente.
Antes de darme la vuelta, me llamó.
-¿Vas hacia aquella habitación? –al seguir su mirada me di cuenta de que Charles había llegado.
Fijé mi atención en él, estaba quieto de brazos cruzados frente a la cama de Romie hasta que se acercó a su oído y le debió susurrar algo, no mostró ninguna seña de afecto. –¿Qué le habrás dicho? –pensé.
-¿Estás bien? –su pregunta me hizo volver a la realidad.
-Sí, ¿por qué? –le miré extraño, no me acuerdo de qué me preguntó antes.
-¿Puedes darle esto al chico que está dentro? –sacó un papel de la cartera– Se le cayó el otro día.
Lo cogí, era un post-it amarillo en el que había escrito dos números de teléfono.
-Desde luego –me giré–. No te preocupes.
Antes de entrar guardé el papel en el bolsillo del pantalón. Charles se acercó a mí tras agarrar la mano de Romie.
-Me alegro verte, Charles –saludé simpático; por primera vez. Él asintió.
-No sabía que estabas aquí, nadie me dijo nada.
-Me iba ya.
Emprendí mi paso hacia la silla, donde estaba mi abrigo y la bufanda.
–Me da mucha rabia toda esta situación –suspiré–, ojalá no os hubiera ocurrido nada a ninguno de los dos, lo digo de verdad, Charles –le miré.
-Me asusté mucho cuando los doctores me contaron lo ocurrido –se cruzó de brazos.
-Imagino... –abroché el abrigo– Romie conducía bien, no sé qué la pudo pasar para que se despistara de esa manera.
-Yo tampoco, debió mirar hacia otro lado y en un instante pues... Ya sabes.
-Sí. En fin, me voy –coloqué la bufanda alrededor del cuello–. Pasa un buen día.
-Adiós, Darren.
Podrías haberme dicho que eras tú el que conducía, sé que no era Romie la que llevaba el coche, ¿por qué me habrás ocultado la verdad? Puedes ser sincero congmigo, no soy una persona rencorosa, Charles.
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Cave Canem
RomanceUn accidente pondrá patas arriba la vida de los Tannen y de Darren Lèvac; un joven informático que hará pagar al culpable, si es que lo hubiera, del trágico revés. Para ello contará con la ayuda de Grace Lanier y Sophie Guennes; las únicas personas...