Señor Tannen

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Pasaron unos días hasta que la subieron a la planta. La noticia fue una alegría para todos y más aún cuando a Charles le dieron el alta, todo parecía mejorar. A pesar de las recomendaciones del doctor, Charles se negaba a quedarse en casa mientras que Romie permanecía ingresada.

El señor Tannen rondaba cerca de la década de los sesenta; nadie lo diría.  Siempre fue un hombre bien conservado hasta hace un par de años, cuando el 8 de mayo del 2009 la policía halló el cuerpo sin vida de su mujer en el mar. La policía determinó que fue accidental, un resbalón al borde del acantilado Duncansby Head.
Los primeros meses fueron un calvario de sentimientos, se convirtió en un hombre adusto, frío y distante que apenas sonreía o mostraba alguna seña de mínima felicidad.

Su aspecto había empeorado, ¿qué querían? Encontraron a su mujer muerta.

A día de hoy daba las gracias a sus hijas, las que con perserverancia y un temple digno de ver, le ayudaron a mejorar y aliviar, en parte, el sentimiento de culpa. Y ahora no, no podía perder a su pequeña.

Charles emitió un ruidito llamando la atención de Jordan, le hizo una seña para que entrara. Rodeó el cuello de Charles, y lo que parecía un claro estrangulamiento se transformó en un beso en la frente, seguido de una palmada en las costillas.

    -Me alegro de verte, Charles. Siéntate –se apartó–, creo que todavía no estás recuperado del todo.

    -Gracias por tu observación –dijo, casi sin aliento–. Veo que habéis traído algunas fotos –comentó al sentarse.

    -Sí –asintió–. Esa nos la hicimos un par de años, en Escocia. Es la última que tenemos todos juntos.

   -Lo siento, Jordan –dejó la foto donde estaba.

    -Más lo siento yo –suspiró–. Voy a tomarme un café, ¿quieres que te suba algo?

    -No te preocupes, ahora bajo yo.

Jordan asintió, cerró la puerta y se fue.

***11 de mayo del 2009***

Yo, Jordan Tannen, solo pido verte por última vez, mas nadie me concede ese deseo.

Hay despedidas que duelen el doble porque ni siquiera hubo un adiós, al parecer tus alas ya estaban listas para volar pero ni yo, ni ninguna de tus hijas lo estaba para verte marchar; no corrimos esa "suerte".

Todavía nos quedaban muchos planes por hacer, ¿te acuerdas cuando dijimos que al jubilarnos nos iríamos a Castle Combe? Entonces, ¿por qué no me esperaste, Hillary?

Tus hijas, con una fuerza de voluntad que de vez en cuando me contagian, me dicen que puedo llorar porque te has ido, que es normal, pero también me dicen que puedo sonreír porque pasé más de veinte años a tu lado.

Tengo un cariño triste, vehemente, y loco aquí dentro. Yo no lo sembré, lo hiciste tú casi sin querer aquella noche, ¿recuerdas? Te amé y amo tanto que jamás volveré a amar así, lo sé.
Ahora el corazón me dice que no te olvidaré; pero, al saber que has decidido dejarme aquí, sabiendo que no estás, tal vez empiezo a amarte como jamás lo hice.

Tus hijas y yo pensamos que no te has ido del todo porque, quien se va sin despedirse, nunca se va del todo.

***Actualmente***

    -Los médicos no han vuelto a decir nada, todo sigue como antes –Charles hablaba por teléfono–. Qué sí, que ya lo sé, no hace falta que me lo recuerdes –dijo, en un tono airado–. Escucha, ahora no es el momento de hablar de esto, ¿vale? Retomaremos esta conversación más tarde –colgó.

Con unas largas zancadas se acercó a la cama.

    -Ahora te toca a ti –susurró en su oído–. Tú decides tu futuro y el de tu familia

   -Ya estoy aquí –dijo Jordan, acababa de subir–. ¿Todo bien, Charles? – se acercó a la mesa y dejó el periódico que acababa de comprar.

    -Sí –respondió–. Veo que vas a estar entretenido con el periódico –le dijo, cogiendo la gabardina–. ¿Es el de hoy?

    -Lo acabo de comprar, sí –se sentó en la silla que Charles había dejado libre–, pero no es para mí. De pequeña siempre le gustaba leerlo y estar al tanto de las noticia, he de leérselo.

    -No tenía ni idea –se recolocó el cuello del abrigo–. Nunca me lo dijo o eso creo. Hay ciertas cosas que no las recuerdo bien desde el golpe, espero que no sean de mucha importancia –se acercó a Jordan–. Me tengo que ir, te veré estos días.

Con un apretón de manos se despidieron. Charles salió a paso tranquilo del cuarto, y en cuanto dobló la esquina percatándose de que Jordan no le viera, llamó por teléfono.

    -Acabo de salir –mientras iba bajando las escaleras–. Está bien, pásate esta tarde por casa y hazme el favor de venir en metro, el coche para otro día. Por cierto, trae algo para cenar, estoy cansado. Gracias. Venga, hasta luego –y ahora sí, se marchó con celeridad.

Cave CanemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora