Capítulo 3

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DOMINGO 

06: 17: 46: 07


Pero en cuanto el tren se alejó traqueteando de Yoyog-Uehara rumbo a Shibuya, empecé a angustiarme. 

¿Qué narices estaba haciendo? ¿Por qué me había dejado convencer para meterme en una cápsula metálica que se aproximaba velozmente a Park Jimin? No quería verlo. De hecho, no quería volver a verlo en toda mi vida. 

A principios de mayo, cuando Mika me contó que Jimin volvía a Tokio, casi me alegré de mudarme a Nueva Jersey. Hasta que supe que llegaba de Carolina del Norte justo un semana antes de que yo me marchara de Japón para siempre y me llevé un disgusto. ¿No podía espera una semana? Y, encima, ¿tenía estropear mi fiesta de despedida con si fiesta de bienvenida? 

El tren ganó velocidad. Más allá e la ventanilla, el sol del atardecer descendía pesadamente sobre el horizonte de rascacielos. Había unplano junto a la puerta que mostraba todas la líneas del tren de Tokio enredándose una con otras como una madeja de vasos sanguíneos. Los folletos que colgaban del techo ondeaban empujados por la brisa del aire acondicionado. (Por lo menos ahí había aire acondicionado). 

Cambiamos de tren. Pasado un rato, una tranquilizadora voz electrónica anunció por los altavoces: <Tsugi wa, Shibuya. Shibuya desu...>

Próxima parada, estación de Shibuya. 

El tren aminoró la marcha y la puerta se abrió finalmente con un tintineo característico. Salimos detrás de un grupo de mujeres vestidas con yukatas y avanzamos lentamente hacia los torniquetes. Sus batas ceñidas eran de color azul oscuro, con dibujos, ondulantes, como agua en movimiento. Llevaban kanzashi prendidos en el pelo y geta de madera en los pies. 

-Dense prisa, joder -masculló David tras ellas-.¿Crees que es posible caminar más despacio? ¿O te quedaría quieto si lo intentaras? 

-Cierra el pico -le ordenó Mika. 

-¿Qué pasa? -pregunto David levantando las manos en señal de rendición-. No lo digo por incordiar. Solo estoy planteando una pregunta importante. Sobre física. 

-Un poquito sí que estás incordiando -dije yo-. Y, además, deberías callarte. Pueden que hablen inglés. 

-Lo dudo -contestó pasándome un brazo por los hombros. 

La manga de su camiseta me rozó la nuca, lo que a pesar del calor y de mi intranquilidad perpetua, no me resultó desagradable. 

-¿Darías por sentado que yo no hablo inglés si me vieras por la calle? -preguntó Mika. 

-Claro que no, pedazo de yanqui -contestó David-. Eres demasiado repulsiva para ser japonesa. 

Mika le dio cuatro puñetazos en el brazo. 

-¡Para ya! ¡Estás lleno de prejuicios! 

David se apartó de ella riendo, pero yo o le seguí la corriente. La inminente llegada de Park Jimin me había despojado de la capacidad de reír. Lo cual era un problema. Tenía que tranquilizarme. Tenía que concentrar todas mis energías en mantenerme fría y serena. Ah, hola, Jimin. Casi no veo tu cara de engreído, y eso que la tenía adelante de mis narices. 

Bueno, quizás así no. 

Me acordé de la primera ley de Newton No iba a permitir que fuerzas exteriores me frenaran. No iba a dejar que encontrarme con Jimin me afectara. Al fin de cuentas, hacía muco tiempo que no nos veíamos. Tres años y dos meses. Más de dos meses, de hecho. Yo había madurado, tenía unos amigos estupendos y ese curso había sacado las mejores notas en clase de física. 

Seven Days Of You  |  P.J.MDonde viven las historias. Descúbrelo ahora