Capítulo X

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—¡Llegamos! —El grito de Diana me hizo observar mi alrededor y mentalmente me regañé por no haber puesto atención.

—Comienzo creer que debí quedarme en Columbia—murmuré y Diana rio—. Odio la atención.

Jackson rio atrás de mí y aquel sonido fue angelical como él.

—No mordemos.

—Solo destruimos vidas—señaló Diana.

—Gracias, eso es todo lo que necesitaba para entrar y ser destruida.

—De nada, estoy aquí para apoyarte.

Observé a la italiana, quien parloteaba sobre el salón y que había guardado un lugar para mí a su lado. Jackson abrió la puerta y nos dejó pasar primero. Sentí sus ojos seguirme hasta que llegué a la mesa con Diana.

Grace me veía como si deseara cortar mi cabeza y hacerla rodar frente a todos, pero se suavizó al ver a Jackson, a quien le mandó un beso y guiñó un ojo a la vez que mordía su labio. Todos me veían con curiosidad, incluso Derek y los gemelos.

Un silencio incómodo se formó en el aula ante la mirada de todos. Maldición, me sentía como un fenómeno con todos ellos con sus ojos sobre mí. El asiento que Diana me guardó al lado del suyo estaba en una buena posición. La mesa estaba a la mitad, justamente a la mitad, la venta dejaba ver un día soleado y las persianas estaban elevadas ligeramente impidiendo que el salón quedara en penumbras.

Las sillas eran realmente cómodas y sentí un calor en mi cara cuando volteé hacia atrás y encontré a Jackson sonriendo en mi dirección. Se encontraba sentado al lado de Derek, mientras que Grace y Taylor estaban en una mesa al lado de ellos, permitiendo que Jackson y Grace estuvieran juntos, aunque separados por un espacio entre ambos escritorios.

Tomé asiento mientras los alumnos volvían a sus asuntos. Diana hablaba sin parar de la clase del día y me preguntaba por mis materiales.

—Todo está en orden—repetí en tono amable en dirección a la italiana que parloteaba sin parar.

—Dios mío, Emma, no volveré a dejarte sola—repitió por décima vez en el rato que llevábamos juntas—. Creo que debes acompañarme a nadar para evitar esto y aparte te relajarás... espera, ¿sabes nadar? Qué desconsiderada.

—Sí, es lo que más me gustaba hacer en mi casa.

—Bueno, me alegro e que compartamos esa pasión—dijo con emoción, haciéndome reír—. Encantador encontrar a alguien que le guste esto tanto como yo.

Suspiré mientras ella me decía las ventajas de nadar antes de clases y el desayuno dándome cuenta de lo hambrienta que estaba al escuchar la palabra desayuno.

—¿A qué hora desayunamos? —pregunté viendo mi reloj y arrepintiéndome por no haber cargado una barrita energética—. Muero de hambre.

—Después de esta clase, pero siempre traigo conmigo esto—dijo, dándome una barrita energética que no tardé mucho en comer.

Observé a mi alrededor viendo cada detalle con detenimiento. Era un salón pintado de azul pastel, lo que le proporcionaba mayor luminosidad y en los bordes del techo había decoraciones que simulaban flores bañadas en alguna pintura dorada, mientras que las paredes estaban tapizadas con un papel de color perla con detalles en rojo quemado.

Había un total de quince mesas, pegadas a la pared, cinco a la mitad y cinco pegadas a la ventana. Diana se sentaba justo a la mitad, quedando dos mesas delante de nosotras y dos atrás, así como una a cada lado.

—¿Tú elegiste esta mesa? —pregunté en voz baja mientras conectaba el cable de la laptop al enchufe.

—No, los asignan—respondió en voz baja también—, yo hubiese elegido adelante por los lentes.

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