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Me encontraba sentada en el sofá, esperando a que Milo se dignara a bajar de una buena vez. Un jugo de naranja en mi mano derecha y una barra de cereales en mi mano izquierda. La ventana abierta, dejando a la vista los árboles bailando por la suave brisa de verano. La noche ya había caído y con ella mis deseos de irme a dormir se hacían notables.
Los pasos sobre los escalones retumbaron en el silencio de la casa, Milo se aproximaba. Volteé a verlo y desvió la mirada para entrar a la cocina.
¿Podía ser posible que se enfadara por eso?, me pregunté mientras escuchaba atenta los movimientos de Milo en la cocina.

Como siempre ocurría, Milo no pedía disculpas, según él, eso no servía de nada. El ejemplo del vaso roto daba a entender que para él no tenía sentido pedir disculpas.
-Cuando tiras un vaso al suelo, se parte en mil pedazos-había explicado-. Discúlpate y veras que el vaso sigue dañado, no vuelve a ser como era antes. Es lo mismo, _____-dijo una y mil veces.
Dejé el vaso vacío sobre la pequeña mesa ratona y terminé la barra de cereales. Milo cerró la nevera dando un azote y lo sentí maldecir.
-Nunca hay nada para cenar-se quejó en voz alta.
-Te avise que debías ir al supermercado-dije casi inaudible.
Lo sentí hacer imitación de mi voz y luego volvió a abrir la nevera. Me puse de pie y tomé el vaso sucio entre mis manos. Caminé hasta la cocina y lo dejé en el fregadero.
-¿Puedes hacerme la cena?
-¿Yo?-me señalé con un dedo sobre mi pecho-, ¿A ti? Ni lo sueñes, Manheim .
-Gracias-dijo entre dientes-. No te comportas como un ama de casa.
-No lo soy, Milo-le aclaré-. Y un ama de casa no es una empleada, así que si quieres cena, pídelo por favor.
-¿Puedes hacerme la cena?-preguntó repetidamente. Arqueé una ceja-. Por favor-añadió. -Ya pasó el momento.
-_______, por favor-se quejó golpeando un pie sobre la cerámica.
Me quedé en silencio y caminé hasta la nevera, la abrí y saqué un pedazo de carne. Metí el plato al microondas y lo programe. Milo me observó atento. Busqué mostaza y ketchup, y los coloqué sobre el desayunador. El aparato tecnológico hizo sonar el timbre y corrí hacia él, tomé el plato y lo dejé sobre el desayunador. Tomé un tenedor, un cuchillo y un vaso.
-Que disfrutes.
-Oh, vamos, ______, eso es del jueves.
-Dos días, no te hará daño.
-Cocina para mí, por favor.
-No lo haré, Milo-caminé hasta la puerta de la cocina.
Las peleas entre nosotros acostumbraban a ser fuertes y luego terminaban en un revolcón. Como ya le había dicho a Milo la última vez que había ocurrido aquello, la próxima no sería igual. Esta era la próxima, Milo no iba a salirse con la suya. Un masaje sobre los hombros y suaves besos en el cuello, problema resuelto.

Me coloqué el pijama y me observé al espejo, tenía el cabello levemente revuelto y mi maquillaje se extinguía de manera sutil. Tomé las toallitas desmaquilladoras y quité el rastro de negro en mis ojos y rubor en mis mejillas.
-¡Sin duda la cena más maravillosa en la historia de las cenas maravillosas!-exclamó Milo entrando a la habitación.
Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa y largué una leve carcajada. Cepillé mi cabello y luego mis dientes. Apagué la luz del baño y encendí la luz de la lámpara. Milo apagó la luz principal de la habitación y también encendió la luz de su lámpara.
Me observó desde el baño y luego se cepilló los dientes. Terminó por apagar todas las luces cuando yo yacía boca abajo en la cama. Lo sentí llenar el vacío del lugar a mi lado. Volteé quedando de espaldas a él y suspiró. Tarde o temprano iba a abrazarme para conciliar el sueño. Se removió entre las sábanas y luego se quedo quieto. Su respiración se hizo profunda y relajada. Estaba dormido.
¿Acaso él no podía renunciar a su orgullo? Oh no, claro que no, como yo tampoco iba a hacerlo.
-¡Odio pelear contigo!-gritó de repente. Me senté en la cama con la respiración agitada-. ______, no era mi intención asustarte-se disculpó.
-Dios, Milo. Se más suave para la próxima-dije en un susurro. Volví a acostarme de espaldas a él-. Con un abrazo y un "te amo, cariño", tema resuelto-añadí.
Dos minutos de silencio y Milo cayó en mis palabras. Me tomó por la cintura y juntó mi espalda con su torso.
-Te amo, cariño-susurró y besó mi cuello.
-Yo también te amo, Milo-dije y cerré los ojos.
-Aunque te ame tanto que daría la vida por ti, no cuidaremos de mis hermanos.
-¿Por qué no?-pregunté en un bostezo.
-Porque son pequeños diablillos que carcomen mi paciencia.
-Oh, si lo haremos, Milo-susurré-. Ahora duerme y piensa a que niñera puedes contratar para el mes que sigue.
-______, he dicho que...
-Si, lo sé, que me amas-completé su oración. Se quejó en silencio-. Y también te amo, ahora duerme. -Luego de decir que te amaba, dije que no iba a cuidar de mis hermanos.
-Y yo dije que si lo haríamos-dije en un pequeño suspiro-. ¿Me dejas dormir?
-Si, claro que si-dijo fugazmente y volvió a besar mi cuello-. Hasta mañana, _______.
-Hasta mañana, Milo.

La Bella y la Bestia (Milo Manheim y tu) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora