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No tenía por qué, pero estaba nerviosa. A tan solo un día de mi boda, la cual, no sabía como iba a ser. Milo no había estado en casa los últimos dos días, o por lo menos, no habíamos hablado casi nada.
Las empleadas iban y venían por toda la casa, gente que arreglaba el jardín, personas que colocaban adornos.
Milo, llegaba a las once de la noche y pasaba directo a la ducha, luego, a la cama. Sin cenar en casa, sin almorzar en casa, sin hablarme más que para desearme un buen día o dulces sueños. Ya no compartíamos cama, pues luego de haber descubierto la habitación de huéspedes, no iba a permitir que Milo me retuviera en su habitación.
Estaba todo listo, solo faltaba el sí de ambos y Milo sería feliz para siempre.
-¿Estás despierta?-preguntó una voz adormilada. Me senté en la cama y miré la puerta entreabierta de la habitación.
-Si, pasa.-dije sabiendo que era Milo quien estaba del otro lado de la madera.
-¿No duermes?
-¿Me ves dormir?-dije divertida. Rió y entró en la habitación.- No puedo, no se por qué.
-Yo sé.-dijo y se puso de pie junto a mi pequeña cama.- ¿Me haces un hueco contigo?-preguntó acomodando su pantalón a cuadros.
Sin responder a esa pregunta, me hice a un lado y el se sentó a un costado.
La escasa luz de la luna iluminaba la habitación. Milo y yo, dominados por el nerviosismo, sin poder dormir, juntos, a las tres y media de la mañana.
-¿Por qué?-pregunté intentando no mirarlo a los ojos.
-Porque ambos estamos nerviosos.-respondió sin siquiera mirarme. Ambos, mirábamos a la pared celeste de la habitación, que en estos momentos, se veía blanca, gracias a la escasez de luz.
-No estoy nerviosa.-mentí. Chasqueó la lengua y pasó uno de sus brazos por encima de mis hombros. Besó mi mejilla.
- Es en serio Milo.-tragué saliva sonoramente. Rió.
-Perdona.-susurró.
-¿Qué?-pregunté sin comprender.
-Que me perdones ______.-susurró de nuevo.
-He escuchado pero no se a qué te refieres.
-Solo perdóname, no preguntes por qué. Perdóname.-su voz sonaba sincera y sus besos sobre mi mejilla no me dejaban pensar más que, eso salía de su corazón.- ¿Puedes perdonarme?
-No puedo perdonar algo que no se que estoy perdonando.-dije confusamente.
-No preguntes _______, pero perdóname.-insistió.
-Te perdono Milo.-dije serena y acaricie su rostro.
Acomodó su cabeza sobre mi hombro derecho y sentí su respiración sobre mi cuello. Tomó una de mis manos y la entrelazó con una de las suyas. Brindó leves caricias a mis finos dedos y luego dio un suave besó sobre la palma de mi mano. Alzó la mirada con suma delicadez y me sonrió.
-Mañana veras a mi hermana.-dijo. Finalmente, comprendí.
Él no estaba nervioso por la boda, si no, por ver a su pequeña hermana. Sus nervios se debían a algo que a él de verdad le importaba, no a pararse en el altar y pronunciar un simple "si" para toda la vida. Él amaba a su hermana y quería tenerla cerca. No me amaba a mí, era solo su pase a la vista de Milo a su pequeña hermana.
-Tú también la veras.-dije sonriente. Ocultar las lágrimas, no siempre es fácil.
-Claro que si.-dijo emocionado.- Imagínate lo hermosa que estará.-sonrió de nuevo. Desvié la mirada.- ¿No te emociona?-preguntó.
-Si, obvio que si, Milo.-dije intentando sonar feliz. -Que bien.-dijo y suspiró.- ¿Puedo dormir contigo?
Esa pregunta resonó una y mil veces en mi cabeza. Pensé en decirle que sí, pero luego, mis ganas de llorar volvieron y sí él estaba en la habitación, no podría desahogarme con la almohada.
-¿Qué necesidad de dormir conmigo tienes?-pregunté.- De mañana en adelante, estoy obligada a dormir contigo.
-Eso es cierto.-dijo y vi como cerraba sus ojos.- Pero una noche más, no le hace mal a nadie.
Pero en eso, Milo se estaba equivocando. A mí si me hacía mal, me hacía ilusionarme con cosas que nunca ocurrirían, me hacía sentirme utilizada, sin valor alguno.
-No.-dije secamente. Abrió sus ojos y volvió a mirarme.
-¡Que mala eres!-exclamó con suma tranquilidad.- Te he tratado bien.
-Solo ahora. No me has tratado bien ni tampoco mal, simplemente, no me has tratado.-alcé los hombros y con ellos, la cabeza de Milo- No has estado en casa por días.-dije casi quejándome.
-No te enfades, linda.-dijo divertido.
- No me enfado Manheim .-le dije.
-Hacía mucho no me decías así.-levantó su cabeza de donde yacía y me sonrió.- No dormiré contigo pero mañana, no te salvas.-se puso de pie.- Supongo que tampoco querrás regalarme un beso.-me dijo y se rascó la nuca.
-Supones mal.-murmuré. 
-¿Oí lo que creo que oí?
-No sé que has oído, pero si oíste lo que he dicho, es cierto.-sonreí de costado. Bajó unos centímetros y me besó.
-De nuevo, perdona.-me dijo. No comprendí, nuevamente.
-No sé por qué, pero voy a perdonarte. Hasta hoy más tarde.-le dije. Rió. -Hasta más tarde.-me secundó y salió por la puerta de mi habitación.
Parpadee tres veces seguidas sin poder creer que Milo y yo nos estábamos llevando bien. Alcé mi mano y la coloqué sobre mis labios. Él acababa de besarme, recordé con entusiasmo. Me introduje entre las verdes sabanas y apoyé mi cabeza sobre la almohada.
De algún modo, tenía que conciliar el sueño.
-Arriba linda, no querrás ir desarreglada.-dijo una dulce voz quitándome el acolchado que cubría mi cuerpo. Me enredé en las sabanas.- Vamos, tenemos muchas cosas por hacer.-dijo la misma voz.
-¿Todavía duerme?-preguntó una mujer, que al parecer, venía entrando. -¿Ella es ______?-dijo otra de voz más fina.
-Si, es ella y si, aún no se levanta.-dijo la misma que me había despojado de lo que me hacía sentir cómoda y tibia.
-Vamos, arriba.-dijo una de las voces en tono imperativo.- Simple _____, abre los ojos, sabemos que nos escuchas.-dijo.
Finalmente, me rendí.
-Ya, déjenme en paz.-volteé la almohada y seguí durmiendo.
-No, no vamos a dejarte en paz porque son las doce y media de la mañana y tienes turno en la peluquería a la una y diez.-dijo una voz enojada.
Me senté en la cama y estiré mis brazos. Pronto, abrí mis ojos. Tres mujeres me miraban intensamente y esperaban que me levantara.
-No me vean de esa manera.-dije. Las tres voltearon a la vez y se dedicaron a mirar la pared.- ¿Qué hacen?
-Privacidad.-dijo una de ellas.
-Okey.-dije entendiendo que padecían de algún problema mental.- ¿Puedo darme una ducha?- pregunté.
-Claro que si. Iremos a preparar su desayuno.-dijo una de ellas y codeó a las demás para salir con rapidez del cuatro.- No se demore mucho.-gritó desde afuera.
Hice una mueca torcida y me puse de pie. Iba a obedecer. Tomé una toalla y entré a la ducha. Tan pronto como estuve lista, me coloque la ropa y bajé mientras me revolvía el cabello. Las tres me miraron y luego desviaron la mirada. Eran raras.
-He aquí, su jugo de naranja y su manzana.
-¿Por qué debo desayunar esta escasez?-pregunté enarcando una ceja.
-Porque debe desayunar liviano.-sonrió una.
-Oh, claro, es que puedo engordar en tan solo seis horas.
-Eso es muy poco tiempo y en veinte minutos debemos estar en la peluquería. Por favor, apúrese.- dijo una impaciente castaña a mi lado.
Comencé a desayunar lo poco que me habían servido. Y como era de esperarse, cinco minutos después acabe, debido a que no tenía mucho que comer o tomar.
-Ya, vamos.-dijo con emoción la castaña.
Las cuatro, juntas, subimos a un automóvil negro que estaba aparcado al frente de la casa. En menos de quince minutos llegamos a la peluquería, que para mi asombro, no había casi nadie.
-Discúlpenos, sentimos llegar tarde.-dijo una de ellas.
-No hay problema, ¿Cuál es la novia?-preguntó la mujer con múltiples broches en el cabello. -Yo.-dije levantando mi mano levemente.
Antes de poder seguir hablando, la mujer de broches, me llevó hasta donde se suponía, lavarían mi cabello. Y aunque insistí varias veces con que me acababa de duchar y no necesitaba lavar mi cabello nuevamente, ella lo lavó como si fuera más delicado que la porcelana.
-¿Te peino a mi manera?-preguntó.
-No, tiene que ser un buen peinado que quede para el vestido que ha elegido ella.-opinó una de mis "damas de compañía", mientras leía una revista de moda.
-Descríbanme el vestido, por favor.-dijo con felicidad la pelirroja mientras secaba mi cabello con un enorme secador.
La chica que se hacía llamar "Louise", describió mi vestido a la perfección. Lo cierto era que me sonaba extraño porque ella nunca lo había visto, o eso creía yo hasta hace diez segundos.
Luego de que la pelirroja con distribuidas pecas por el rostro terminara de secar y planchar mi cabello, me llevaron a una especie de salón de belleza.
-Vamos a hacer un maquillaje algo sutil y delicado, solo resaltaremos las partes más bellas de su rostro.
-Es bella.-opinó una de las chicas del salón de belleza.- Vas a tener que resaltar todo.-sonrió luego. Le devolví el gesto.
-Gracias.
-No hay de que, linda.-me dijo y volteó para abrir algunos cajones y sacar algunas cremas.
-Ahora, solo déjate llevar por la magia del maquillaje que solo Bárbara y yo, sabemos hacer.-sonrió.
Me indicaron que cerrara los ojos y no me dejaron verme en el espejo hasta que el maquillaje hubiera estado finalizado. Bárbara, colocó todo tipo de cremas sobre mi rostro, limó mis uñas (pies y manos) y luego comenzó con el esmaltado de estas. Cuando terminó con eso, ambas, comenzaron con el maquillaje de mi rostro.
Pinceladas por aquí, pinceladas por allá.
-Lista.-dijo luego de media hora.
-¿Puedo abrir los ojos?-pregunté.- Me estoy por quedar dormida.-añadí y ellas rieron al unísono.
-Ábrelos y obsérvate.-dijo Bárbara.
Abrí mis ojos y vi a una _______ completamente distinta a mi. Ella llevaba el cabello lacio por debajo de los hombros, los ojos sombreados casi naturalmente, los labios resaltaban un poco más y las mejillas rosadas daban un tono de sutileza al maquillaje.
-¿No te gusta?-preguntó la otra al ver que me analizaba mucho. -Oh, claro que si.-dije sonriente.
Luego, terminaron con mi peinado. No más que dos trenzas cocidas a los costados que se enganchaban detrás de la nuca y levantaban el cabello formando una pequeña cascada. Lo que restaba de este, era lacio y brillante.
-Listas para ir a casa y que te vistas.-dijo Louise poniéndose de pie.
Estaba molesta con esas tres chicas que me habían perseguido toda la mañana y la tarde. Me atendían demasiado y para mi gusto, eran cargosas. Las cuatro juntas nos subimos de vuelta al auto negro y partimos hacía la casa.
-Debemos entrar por la puerta trasera.-dijo una de ellas.- Milo dijo que a esta hora habría gente en la casa.-nos comentó. Las demás escucharon atentas.
-Habrá música para cuando lleguemos.-dijo Louise.
-Oh, genial.-agregó la otra.- ¿Estas nerviosa _______?-preguntó tomando mis dos manos. Las aparté de ella.
-Claro que si.-dije sonando lo más convencida posible, pero luego me di cuenta, que si estaba nerviosa.- Voy a casarme, ¿tú que crees?
-Tienes suerte.-dijo Louise cruzándose de brazos.- Milo es perfectamente perfecto. Mentalmente, coincidí con ella.
-Es todo, tiene dinero.-añadió otra.
-¿Tu nombre?-le pregunté.
-Macy.-me dijo. Asentí.
-El dinero no lo es todo, Macy.-le dije. Louise y la otra rieron.- ¿Tú? ¿Cómo te llamas?-le pregunté a la restante.
-Lucy.-me dijo.
-Nombre de perro.-agregaron Louise y Macy al unísono.
-Oye.-dijo Lucy ofendida. Reí.
-Ya, basta. Es un lindo nombre.-le dije. Sonrió.
Cuando el auto aparcó frente a la casa, la música resonó en nuestros oídos. Lucy, Macy y Louise se emocionaron y bajaron rápido del auto.
-No debe verte nadie.-dijo Macy. Asentí.- Vamos por detrás.-añadió.
Corrimos por el jardín, hasta llegar a la puerta trasera y allí entramos a la casa. Lucy inspeccionó el comedor y cuando estuvimos seguras de que no había nadie que pudiera verme, corrimos escaleras arriba.
-¿Dónde esta Milo?-pregunté cuando nos encerrábamos en la habitación de mi casi esposo.
-No esta aquí, ya lo veras, no seas ansiosa.-dijo Louise golpeando mi hombro.
-Okey, solo quería saber.
-Creo que mencionó algo de que se vestiría en el apartamento de Ryan.-gritó Macy desde el vestidor.
-¿Desde cuando conocen a Milo?-pregunté.
-De la universidad.-respondió Lucy y abrió la caja de mis tacones.
-Nos pidió ayuda y aceptamos.-sonrió Louise.
Macy entró nuevamente a la habitación, con mi vestido en manos. Lo admiré, no me arrepentía de haber gastado semejante cantidad de dinero en ese hermoso vestido, aunque el dinero, era de Milo.
-Buena elección ______.-dijo Louise sentándose en la cama.
-Gracias.-me senté a su lado.
-Bueno, vamos a ayudarte con el vestido y los tacones. No puedes despeinarte.-dijo Macy. Asentí.
-Ponte de pie.-me ordenó Lucy.
Me quedé en ropa interior frente a ellas, después de todo, eran mujeres y no había nada que ellas no hubieran visto jamás, pero la vergüenza no me abandonó hasta que estuve con el vestido puesto.
-Ajusta allí atrás.-le dijo Louise a Macy mientras ella chequeaba que mi cabello estuviera sano y salvo.- Genial.-sonrió.
Lucy corrió a su bolso y sacó un pequeño frasco de perfume con forma de manzana.
-Es especial y delicioso.-sonrió con emoción.- Se que te dará suerte.-dijo antes de presionarlo y las gotas chocaron en mi cuello.
-Estas hermosa ______.-dijo Louise.
-Gracias.
-Faltan los tacones y pronto podré decir que estas lista.-dijo Macy. Lucy sonrió.
Me senté en la cama y cómodamente me coloqué ambos tacones. Eran de gran altura, pero no perdían comodidad.
-Ahora si, lista.-sonrió Macy.
-Hagamos una foto.-dijo Louise revolviendo su bolso.- Aquí.-sonrió y sacó la cámara de fotos.
Corrió y colocó la cámara sobre un estante del armario, puso el temporizador y volvió a correr hacía nosotras.
-1, 2 ,3.-gritó Lucy y el flash salió disparado.
-Esta muy linda.-dijo Louise tomando la cámara entre sus manos.
-¿Se puede?-dijo una voz desde afuera de la habitación. Era una mujer.
-Si, adelante.-dijo Macy acomodando las cajas y las cosas que habíamos desordenado.
-Oh, _______, estas hermosa.-dijo una tierna voz maternal.
-Oh, mi Dios.-me tapé la boca con ambas manos.- Camryn, hacía tanto que no te veía.-casi grité antes de correr a abrazarla.
Me tomó sutilmente entre sus brazos y sonrió. Estaba mas corpulenta y tenía un corte distinto. Me separé de ella y le sonreí.
-Estas... muy, muy linda.-le dije. Sonrió y examinó mi vestido.
-Si te digo que estas linda, me quedo corta.-me halagó.
-Gracias.
-No hay de que, pequeña.-dijo acomodando su maquillaje.- Milo me ha pedido que venga por ti, dice que puedes bajar cuando quieras pero que no tardes.-sonrió con emoción.
-Okey, ya enseguida bajo.-dije y puse mi mano sobre su hombro.- Te eché mucho de menos.-expresé con mi más sincero sentimiento.
-Y yo a ti.-me dijo y volteó para retirarse.- Nos vemos en unos minutos, iré a buscar un buen lugar para ver el beso más de cerca.-dijo y sonrió.
La vi salir de la habitación y volteé a ver a las tres chicas que me sonreían.
-Y bueno, ya debes bajar.-dijo Macy.- Y nosotras, debemos correr a vestirnos para, por lo menos, verte entrar al camino de flores.-sonrió.
-Claro que si.-la secundó Louise.- Vamos, Lucy, camina. Y las tres, salieron de la habitación sin decir más nada.
Me quedé sola, sin compañía. Ya no había escapatoria, era bajar, poner mi mejor cara y decir "si, acepto". De seguro Milo estaba hermoso, más de lo habitual. Sonreí y me senté en la cama. Estaba más que nerviosa e iba a llorar si no me contenía un poco.
Era hora de bajar y estaba convencida de que si quería dar el "si", casarme con el, pero no a esta altura de mi vida, no con dieciséis años, no con obligación, si no, más adelante, con mayor edad y porque ambos quisiéramos.
El reloj de la mesa de luz, marcó las siete, ya era hora de estar abajo. De seguro, todos sentados, esperando a la novia. No podía no aparecerme. Tomé valor y me puse de pie. Giré el picaporte y caminé haciendo sonar mis tacones por todo el pasillo. Llegué a la escalera y miré los escalones que debería bajar para llegar a la puerta del jardín y así, estar en la boda. Tomé el barandal de la escalera y comencé a bajar. —

La Bella y la Bestia (Milo Manheim y tu) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora