LAS NIÑAS Y EL OSO.

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Érase que se era una anciana que tenía dos nietas, llamadas Masha y Dasha.
Un día Dasha resolvió ir al bosque a recojer bayas y setas.
La abuela contestó:

—No vayas lejos, Dasha, no te apartes de la senda, y no saltes los tocones sin mirar por dónde vas, no sea que te pierdas.

—Está bien, abuelita— dijo Dasha.

Llegó Dasha al bosque. Recogía la niña bayas y cantaba a la vez. En fin, no se dio cuenta de que se alejaba de la senda, se metía en la espesura y saltaba los tocones sin fijarse por dónde iba.

Un cuchillo que estaba posado en una rama seca el lo alto de un roble le dijo con voz humana:

—¡Cu-cú! ¡Cu-cú! ¡Ve, niña, hacia la izquierda!

Dobló Dasha hasta la izquierda. De pronto apareció como por arte de magia un oso, atrapó a la chica y echó a correr. Corrió y corrió con Dasha y llegó a su casa. Era una casa muy grande y rica... La bodega estaba llena de verdura de la buena. Había harina a costales, nabo, miel en panales. En las despensas había lana de plumón en cuantía; colgaban en los roperos zamarrones y sombreros.

El oso llevó a Dasha a sus aposentos y dijo:

—¡Muy bien, hace ya tiempo que necesito una buena ama de casa! Vivirás aquí, me harás guantes, encenderás el horno y cocinarás pastelillos. Yo iré de caza y traeré comida.

Dasha rompió a llorar, y el oso, para consolarla, le ofreció miel, avellanas y bayas. En fin, Dasha se cansó de llorar y se acostó. El oso la despertó a la mañana siguiente y le dijo:

—Salgo de caza. Tú haz una sopa de repollo y téjeme una manta.

El oso se marchó y Dasha se puso a trabajar. Pero a la pobre todo le salía mal. Se puso a cocinar la sopa y se le volcó el agua; encendió el horno y llenó la casa de humo; se puso a tejer la manta y lo hilos se le rompían, y tenía que anularlos continuamente.

Al anochecer, el oso volvió a casa. La casa estaba toda negra de hollín, las ventanas no sé veían, la sopa no tenía sal, los fideitos se habían quemado. Se acostó el oso, se tapó con la manta nueva y se levantó de un salto, vociferando:

—¿Pero qué es esto? ¡En vez de una manta, parece una estera de esparto! ¡Me ha pinchado las piernas y me ha arañando los hombros! ¡Ay, eres tan desprolija, haragana y desidiosa! ¡Ve a la bodega y cuenta los babos y los repollos!

En fin, el oso encerró a Dasha en la oscura bodega.

La abuela de Masha salieron a buscarla, pero no pudieron dar con ella. El tiempo fue pasando, y un día Masha resolvió ir al bosque a recoger bayas. La abuela le dijo:

—Mira, Masha, no vayas lejos, no te apartes de la senda y no saltes los tocones sin mirar a dónde vas, no sea que te pierdas. Recuerda lo que sucedió con Dasha.

—Está bien— dijo Masha.

Llegó Masha al bosque. Recogía bayas y cantaba a la vez. Y no se dio cuenta de que se alejaba de la senda, se metía en la espesura y saltaba los tocones sin mirar hacia donde iba.

Un cuchillo posado en una rama seca de un alto roble dijo con voz humana:

—¡Cu-cú! ¡Cu-cú! Ve niña hacia la derecha.

Masha giró hacia la derecha son dudarlo. De pronto y, como por arte de magia, apareció un oso, atrapó a la chica y hecho a correr. Corrió y corrió con Masha y llegó a su casa.

—¡Bien, —dijo—, hacia tiempo que necesitaba una buena ama de casa! Vivirás aquí, me harás guantes, encenderás el horno y cocinarás pastelillos. Ahora me voy a de caza, y tú me harás sopa de repollo y me tejerás una manta.

Se marchó el oso. Masha se puso a curiosear, abriendo las despensas y bodegas. En las despensas había lana y plumón en cuantía. Colgaban en los roperos zamarrones y sombreros. La bodega estaba llena de verdura de la buena. Había harina a costales, nabos miel en panales. ¡Y allí encontró Masha a su hermanita!

Las chicas se alegraron mucho de verse y luego se pusieron a llorar.

—¡Mira —dijo Masha—, tú, hermanita, quédate aquí que ya se me ocurrió algo para escapar de está desgracia.

En fin, fue Masha a la casita y se puso a trabajar. Cocinó una sopa de repollo y unos pastelitos, barrió el piso y se puso a tejer. Tejía con todo esmero, procurando no hacer nudos. Llegó el oso y vio que la casita estaba limpia y llena de luz, las sopa estaba exquisita y los pastelitos deliciosos.

—¡Vaya —dijo—, pero que lista eres! ¡Qué niña más cuidadosa!

Se acostó el oso, se tapó con la manta nueva y dijo:

—¡Qué manta más suave que has tejido! ¡Es liviana como un plumón y calienta como una estufa! Tengo los pies calentitos y nada me pincha los hombros...

Se durmió el oso. Masha dio de comer a su hermana, y se acostó en lo alto del horno. El oso se levantó de bien humor esa mañana y preguntó:

—¿Qué puedo hacer, niña, para complacerte? Pídeme lo que quieras.

Masha le dijo:

—No quiero nada, señor oso. Únicamente te pediré que le lleves un obsequio a mi abuelita.

—De mil amores pequeña.

—Cocinaré unos pastelitos, los meteré en un saco y tú los llevarás y los dejarás caer ante la puerta. Pero no se te ocurra mirar lo que hay en el saco, no toques los pastelitos. Me subiré al tejado y observaré desde allí.

—Está bien —dijo el oso.

En fin, salió de caza el oso. Masha hizo los pastelitos, ocultó a Dasha en el saco, y luego se metió ella misma y se tapó con los pastelitos. Llegó el oso, vio el saco, se lo echó a la espalda y se puso de camino. Caminaba top-top-top- aplastando las bayas y la hierba y quebrando las ramas. Pasado un tiempo, se cansó y sintió hambre.

—¡Bien —se dijo—, descansaré aquí un ratito, me comeré un pastelito!

Al oírlo, Masha gritó con un hilo de voz:

—¡Me encuentro muy arriba y veo muy lejos! ¡No descanses ni un ratito, ni comas un pastelito!

—¡Vaya —exclamó el oso—, fíjate que lejos ve desde lo alto de tejado!

Siguió caminando el oso -top-top-top- aplastando las bayas y la hierba y quebrando las ramas. Se cansó y sintió hambre.

—Bien —dijo—, ya estoy muy lejos de casa, seguro Masha ya no me ve. ¡Descansaré aquí un ratito, me comeré un pastelito!

Masha dijo dentro del saco, con un hilo de voz:

—¡Me encuentro muy alto y veo muy lejos! ¡No descanses ni un ratito, ni comas un pastelito!

—Fíjate que lejos ve! —exclamó el oso—. En fin, ¿qué se va a hacer?, llevaré bien rápido el saco y ya cenaré cuando vuelva a casa.

Apuró el paso. Llegó en un dos por tres a la casa de la abuelita, dejó caer el saco ante la puerta y se largó a correr con todo.

Salió la abuela al porche y vio un saco. Lo sacó encontró los pastelitos. Tomó uno, comió un bocado y rompió a llorar.

—¡Son cómo los que hacía Masha! ¿Dónde estarán mis queridas nietecitas, mis dos pequeñas?

Las niñas salieron apresuradamente del saco.

—¡Aquí estamos, abuelita!

La alegría que tenían era tan grande, que las tres de pusieron a bailar. Bailaban y cantaban a la vez:

¡La-la-la-lara-la-la!
¡Canto aquí y canto allá!
¡Qué rosquillas con turrón hizo el tío Simeón!
Las probó la anula Arina.
Dijo que eran cosa fina.
El abuelito Elizar las comía sin contar.
Parando en la floresta encontré yo en una cesta una cuchara pintada y un puchero de manzanas.
Muy contenta de mi hallazgo, pude darme un gran hartazgo, pude darle un gran hartazgo.
¡Pues tan rica comilona, la verdad que me emociona!

FIN.

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