VIII. Entrenamientos

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El anciano Scire observaba la luz del sol desde la enorme ventana de la biblioteca. Frotaba su espesa barba con la mano, igual que hacía cada vez que reflexionaba. Finalmente, suspiró y se dio la vuelta, para dirigirse al joven que tenía delante de él. Narek, a su lado, no decía nada.

- Está bien, Gael. Tu hipótesis es un poco inconclusa, pero no debemos descartarla. Será mejor que no le comentes nada a nadie hasta que os reunáis con Denko.

- De acuerdo, Sabio, pero como ya le he comentado... - Gael fue interrumpido por el ruido de la puerta abriéndose.

Elea apareció, alegre como siempre, e hizo una reverencia para excusarse por su intromisión.

- Siento interrumpir, Sora seguramente está ya desayunando. Será mejor que bajemos, Gael – sugirió la pelirroja.

El chico asintió con la cabeza y después de despedirse, la siguió hacia el comedor. Ambos entraron y divisaron a la niña a punto de sentarse en la misma mesa que la noche anterior, con su desayuno entre las manos. Elea esbozó una sonrisa al ver como lucía su nueva vestimenta. Llevaba unos pantalones largos de tela fina y una camisa marrón con una cuerda atada a la cintura. Sus pequeños pies protegidos en unos botines de cuero negro y una coleta muy alta para despejar los cabellos de su rostro.

- ¿Y esa nueva imagen? – preguntó Elea divertida, una vez sentados en la mesa.

- Es para que me tomen en serio ¿sabes? – explicó con una media sonrisa que sólo la pelirroja entendió.

- Estás muy guapa – comentó Gael. Sora se sonrojó y le devolvió el gesto.

- Pareces un señor que trabaja en una mina – interrumpió Alek, quien apareció de la nada, jugueteando con una manzana en la mano. Se sentó descaradamente. Sora infló los cachetes y contó hasta diez para no estamparle el plato en toda la cara – Apresúrate, tu entrenamiento conmigo empieza en quince minutos. Te espero en el jardín trasero – Después de eso se levantó y se fue, no sin antes coger otra fruta de la mesa.

-Está bromeando ¿Verdad? – suplicó Sora, buscando el auxilio de sus compañeros.

- Para nada, y además es bastante estricto con sus entrenamientos – aclaró la pelirroja sin poder reprimir la risa – Si necesitas ayuda, grita y vendremos a rescatarte.

- No la asustes, Elea – increpó Gael. –Aprende de él todo lo que puedas.

Los dos jóvenes se despidieron, deseándole suerte. Sora se quedó sola en el comedor terminándose el desayuno. Quedaban escasos minutos para reunirse con Alek. Entrenar con Gael o Elea hubiera sido mucho más eficaz, estaba segura. Sin embargo, por lo visto, el destino le había preparado una amarga jugarreta. A duras penas se terminó el vaso de zumo que le quedaba. Como pudo se armó de valor y, a paso firme, salió de la cocina y se encaminó hacia el jardín.

No había nadie más en los jardines, estaban completamente solos. A lo lejos, en la zona de entrenamiento, vio a Alek de pie, con los brazos cruzados. Se acercó lentamente y, en cuanto el muchacho la localizó, levantó la voz.

-¡Llegas tarde! – gritó.

*

Gael estaba en el pasillo de la primera planta deambulando de un lado a otro con un libro entre las manos. Estaba tan sumergido en su lectura que no se percató del revuelo que se estaba formando en todo el edificio. La gente corría hacia el jardín, todo el mundo se aglomeraba en los ventanales. Nadie quería perderse lo que estaba sucediendo. El joven no se dio cuenta del alboroto hasta que uno de los chicos más novatos chocó con él sin querer.

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