XXXIV. NO ME DEJES SOLO EN EL PODIO

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Las ruedas de un coche rojo chirriaron contra el asfalto cuando se detuvo junto al círculo de luz amarillenta que proyectaba una farola.

— Bien, ya estamos. ¿Lo llevas todo?

Los ojos de Kirishima se deslizaron distraídamente hasta la mujer de corto cabello negro que conducía.

— ¿Hm? Perdón, no estaba escuchando — estaba, en realidad, pensando en las ganas que tenía de ver a Bakugou tras dos días lejos de él.

— Que si lo llevas todo.

— Ah, sí, sí — su mirada volvió a derivar involuntariamente hasta su móvil, donde el mensaje "Sí, idiota, llevo dos horas aquí" iluminaba la pantalla.

Su madre se aclaró la garganta con voz severa, haciéndole levantar la cabeza rápidamente. Sin embargo, en vez de reproche, encontró una mirada entendedora reflejada en el retrovisor. Cálida comprensión maternal en unos iris rubíes, y un atisbo de diversión.

— ¿Se llamaba Bakugou, no? Ese chico rubio.

De pronto tenía toda la atención del pelirrojo, que por un segundo temió haber estado pensando en voz alta.

— ¿E-eh? ¿Quién?

— Oh vamos, Eijirou, que soy tu madre — la mujer rio suavemente, girándose para mirarlo directamente y no a través del espejo. — Me alegro mucho de que hayas venido a vernos, pero has estado todo el fin de semana mirando tus mensajes. Incluso te levantaste de la mesa sin repetir cuando hicimos tu plato preferido, porque querías comprobar si tenías nuevos.

— A-ah... sí, puede ser... lo siento — Kirishima bajó la mirada algo avergonzado por no haberle prestado la atención merecida a su familia. — Espera — objetó en un momento de lucidez — ¿cómo sabes que hablaba con Bakugou?

Otra carcajada cristalina de su madre sonó dentro del vehículo.

— Sabes que la impresora está en mi despacho, ¿no? Y te olvidaste de la última hoja — con una risa más reprimida que las anteriores, le tendió una hoja dentro de una funda de plástico. — Toma, la he puesto ahí para que no se estropee.

Al ver lo que había en ella, un rubor perceptible pese a la penumbra se extendió sobre el rostro del pelirrojo.

— Hum... esto...

— Eijirou — la voz afable de su madre lo interrumpió — no tienes que explicar nada que no quieras. Puedes tomarte tu tiempo. Nosotras confiamos en ti, y sabemos que cualquier persona que elijas será una gran persona. Para ser tu amigo o lo que queráis.

— ...Gracias — Kirishima acercó instintivamente la hoja a su pecho, dirigiéndole una mirada de reconocimiento.

— Anda ve, que cerrarán la escuela.

Justo cuando Kirishima, mochila y hoja en mano, iba a cruzar el arco de entrada a la academia, la voz de su madre le llegó desde una ventanilla bajada.

— Ah, Eijirou, eso sí... actúa con responsabilidad, eh... Ahora empieza a preocuparme lo despeinado que estabas cuando contestaste a la videollamada...

— Hmfk- ¡Mamáaa!

Sin embargo, el coche ya se estaba fuera del alcance de su grito, y se alejaba dejando tras él el eco de una nueva risa de su madre.

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El haz de luz del pasillo que entraba por el resquicio de la puerta se estiró por el suelo de la habitación, hasta alcanzar la cama, el edredón, y el pelo rubio del chico que dormitaba entre las sábanas. Intentando evitar el chirrido que producía siempre la puerta, Kirishima la cerró lentamente, para quitarse entonces los zapatos y depositar su mochila en el suelo. Mientras se quitaba la sudadera, murmuró:

Tu habitación o la mía | Kiribaku | BakushimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora