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Tenía un dolor insoportable de cabeza y el sudor frío estaba bañando todo su cuerpo de una manera desagradable.

Apretó las manos contra el cubo de basura y cerró los ojos cuando una vez más sintió el deseo de vomitar y una corriente de escalofríos azotó su cuerpo.

Había tenido fiebre toda la noche junto a un montón de alucinaciones raras. La abstinencia se sentía como una hija de perra y Kakashi estaba lidiando con el terrible dolor.

— Kakashi, ¿estás bien? — la voz de su padre se escucha al otro lado de la puerta y aprieta los labios para no tirarse a vomitar de nuevo.

— Sí, déjame solo un rato, ¿quieres? — apenas habló, una nueva arcada lo dobló al frente y sintió sus manos temblorosas sobre la cesta de basura.

— Bien, estaré aquí si me necesitas — los pasos se alejaron y Kakashi ni siquiera reunió fuerzas para decirle algo más apropiado, como que se fuera a la mierda, por ejemplo.

El sudor le escurrió por los ojos y Kakashi respiró profundamente para intentar contener los ascos y el dolor.

¡Maldita sea! Era más fuerte que eso, más fuerte que la estúpida necesidad, todavía no podía darse por vencido. No ahora que había llegado tan lejos.

Su espalda se arqueó y el frío de los huesos le hirió la columna de forma insoportable.

Regresó el bote de basura lleno de vómito al suelo y volvió a recostarse entre las almohadas sucias y llenas de saliva y sudor.

Estaba flaco y pálido, y todavía tenía esos pequeños cuadros de crisis histérica y depresión, otra herencia de su amado padre.

Gruñó contra la almohada. Que se joda. Él y su existencia. Sakumo estaba ahí, con una botella en la mano mientras Kakashi se estaba revolcando de dolor tratando se ser algo más que un pedazo de mierda, como para tratar de ser un poco diferente de él.

Sus manos se agitaron a los lados cuando se recostó, demasiado ansioso, y su corazón parecía ir millas adelante de su piel y su boca, que estaban resecas y sabían a basura podrida.

— Kakashi... — su padre habló de nuevo, un poco más lejos, seguramente esperando a que pudiera salir y comer.

Pero Kakashi no podía salir y comer. No podía hacer nada con esa sensación taladrando cada uno de sus huesos y la fiebre haciéndolo temblar.

— ¡Ya te dije que me dejes en paz, así que vete al inferno! — la garganta le dolió y sus tripas se sacudieron llenas de desesperación y ansiedad.

— Está bien hijo, lo siento — chasqueó ante la mierda de su padre y se giró en la cama, mordiendo nerviosamente sus uñas.

Eso era peor que las resacas, peor que cualquier cosa, y Kakashi se sintió paranoico y desesperado, mirando las ventanas y la puerta como si las voces y las pequeñas formas negras que lo habían perseguido fueran a volver.

— No, no, déjenme en paz — mordió un poco más sus dedos, arrancando un trozo de uña con los dientes frontales hasta que desbarató también su piel.

Vamos, tú puedes, maldito cobarde. Se repitió a sí mismo y arrancó otro pequeño pedazo de uña y piel, sorbiendo por la nariz constantemente como cualquier imbécil que hubiera inhalado la cocaína alguna vez.

Las voces sonaron en algún lado, le dijeron cosas y luego se callaron en un silencio horroroso y pesado que lo volvió loco.

Puedo hacerlo, puedo hacerlo. Tarareó y se giró de nuevo, pero una nueva convulsión azotó su cuerpo y sus ojos hundidos y llorosos perdieron unos instantes la luz.

Iba a morir si no tomaba un poco de la basura que fuera ahora mismo, estaba seguro.

El terror creció como una bola de fuego en su intestino y se sintió horrorizado cuando las voces le hablaron y le dijeron que realmente iba a morir.

No, no, no. Tiró de su cabello y sintió el mundo nublarse alrededor.

Le había hecho una promesa a Gai, le había dicho que no lo haría. Se había acostado con él, días después de que salió del hospital, conociendo la sensación de estar con alguien que te abrace y te bese. También había dicho cosas que probablemente no diría alguien a menos que estuviera drogado o mintiera. Pero Gai no era ninguno de los dos, así que decidió prometerlo, decirle que resistiría porque no era un malnacido adicto hijo de puta, pero ahora no estaba seguro de eso.

Solo un poco. Le dijo la voz en su oído, con su vapor caliente, y Kakashi no pudo enfocar la vista en ningún lugar.

Se arrastró en la cama, tembloroso, rascando en su brazo con las uñas en un intento estúpido de mitigar una comezón inexistente.

Solo un poco ahora y nada después. Cantó otra voz y Kakashi miró al otro lado, donde en realidad no había sombras.

Las uñas le dejaron marcas rojas, como las cortadas que se había hecho a menudo con pedazos de navajas por diversión, y luego volvió su vista al cajón inferior de su armario.

No controló sus pies cuando se levantó y alcanzó el mueble, rebuscando con las manos entre sus cosas.

Solo un poco, solo un poco ahora...

Encontró la jeringa en la bolsa de su chaqueta y ni siquiera preparó su brazo cuando comenzó a inyectar lo que sea que eso fuera.

Hubo un momento de lucidez cuando el líquido entró en su cuerpo que lo hizo estremecerse de asco y culpabilidad.

¿De dónde había sacado la maldita inyección? ¿Estaba limpia? ¿Cuánto tiempo tenía en la bolsa de su ropa? En realidad, no lo compró él, y ahora que lo pensaba había levantado esa cosa del piso, por lo que probablemente ya había sido usada por alguien más.

Siente las lágrimas en su rostro y la sensación de odio y desprecio sobre sí mismo. Era repugnante y cobarde, y también era un asqueroso drogadicto incapaz de mantener una promesa de porquería.

Kakashi se recostó en el piso y se lamentó, maldiciéndose y odiándose antes de que la droga hiciera efecto en su cuerpo.

Entonces las sombras ganaron, y todo fue falso, como una capa de nubes y algodón.

Alma y corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora