El destino trae una sorpresa explosiva a la nueva vida de ____: Bakugou Katsuki será su vecino y su compañero de clase.
Una bomba de sentimientos encontrados se encenderá en ____. ¿Conseguirá pararla a tiempo o estallará sin remedio?
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Cuando estás enamorada, el tiempo pasa casi sin que te des cuenta. De repente, solo faltaba un mes para que Katsuki y yo llevásemos un año juntos. Sin duda, el mejor año de mi vida.
Pero hoy lo importante era su cumpleaños. A pesar de que él se había negado en rotundo, habíamos montado una pequeña fiesta en la residencia después de cenar. Y se estaba divirtiendo, por mucho que se quejara.
Estabamos sentados en los sofás del salón, comiendo tarta y hablando animadamente sobre los regalos que le habían hecho.
En ese instante, Deku llamó mi atención discretamente y se llevó el dedo índice derecho a su muñeca contraria. Miré la hora en mi móvil y me puse de pie de golpe. Se había hecho demasiado tarde.
- ¡Katsuki! - me giré hacia él - ¡Nos vamos! - ¡¿Qué?! ¡¿Qué dices?! - me miró sorprendido.
Kirishima y Denki le empujaron para levantarle del sofá. Nos dirigimos miradas cómplices, Katsuki no entendía nada.
- ¿Qué cojones está pasando aquí? - miró en todas direcciones, nervioso. - Vamos - sonreí tirando de su camiseta para que me siguiese. - ¿Ah?¿Estos idiotas saben algo que yo no? - gruñó.
Nadie respondió y todos se despidieron a coro de nosotros efusivamente.
- ¡Maldición, esto no es justo, ¿me oyes?! - me gritó enfadado mientras le arrastraba fuera de la residencia.
Empezamos a caminar a toda prisa. Katsuki no paraba de gruñir.
- ¿Se puede saber a dónde coño vamos? - No, no se puede.
Maldijo y se plantó en medio de la calle, sujetando mi cintura para frenarme.
- No me muevo de aquí hasta que me lo digas - murmuró muy serio. - Katsuki, no tenemos tiempo para esto - intenté que me soltara con voz nerviosa.
Apretó más su brazo contra mi cintura y me miró dedicido. Resoplé con resignación.
- Quiero darte mi regalo de cumpleaños, ¿vale? - le expliqué. - ¿Ah? - frunció el ceño.
Asentí sonriendo y volví a comprobar la hora. Mierda.
-¡Corre, que no llegamos! - le agarré la mano y tiré de ella empezando a correr. - ¡¿Joder, pero a dónde?! - ¡No preguntes y corre! - aceleré el ritmo.
Por fin, al girar una esquina, vimos una larga cola de gente. Habíamos llegado. Solté un suspiro de alivio y frené en seco.
- Uf, menos mal. Aquí es - apoyé las manos en mis rodillas y traté de recuperar el aliento. - Mi regalo es... ¿ hacer una cola? - me miró arqueando las cejas - Maldita sea, qué ilusión. - Idiota... - pronuncié entrecortadamente, señalando con la mano el edificio que teníamos frente a nosotros.
Allí, ocupando prácticamente toda la fachada, colgaba un cartel.
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