𝑡𝑒𝑟𝑐𝑒𝑟𝑜

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No había dormido en toda la noche. Sus ojos estaban cansados ya, el perezoso bostezo salió de la nada. Estaba recostado en la cama, mirando solamente el techo blanquecino, contando las pequeñas grietas y donde su propia mente estaba desviada de la realidad, retomando lo que había soñado horas atrás.

A pesar de que haya pasado un año aproximadamente, el recuerdo de encontrar a su pareja sobre la cama, con sangre en las sábanas, se notaba tan vívido que se abría de vez en vez ese pequeño cofre que había sellado para bloquear ese recuerdo. Sucedía cada dos semanas, otras cada dos meses, pero tardaba días en poder dormir como si nada. Ahora, esa noche había despertado con sudor frío, el pantalón deportivo que ocupaba para dormir se notaba húmedo, las sábanas se hallaban pegadas en su pecho desnudo.

Sus ojos se cerraron por algunos escasos segundos, quizá para reclamar ese descanso, pero no se lo permitía, su mente no.

Hoy tendría que ir a la editorial. Había conseguido un trabajo en una de las editoriales de la ciudad, además podía entregar sus nuevos proyectos; tenía buena relación con la mayoría de los trabajadores. El siguiente libro que estaba redactando no tendría menos de cinco capítulos, su bloqueo mental ocurrió cuando llegó a su nuevo departamento. Al parecer algo se lo impedía.

Se levantó de la cama con algo de pesadez, su cuerpo se sentía como una tonelada, sus pies fideos. Se tambaleó un poco cuando se levantó, su llevó una mano a su rostro y apretó con ligereza sus ojos para quitar ese cansancio.

Se quitó la ropa prenda por prenda a cada paso que daba, dejando un rastro de ropa hasta llegar a la ducha. El agua fría que al principio arrojó la regadera lo despertó. Su cabello semi largo quedó pegado en su frente, mientras las gotas resbalaban por todo su cuerpo desnudo. Aventó su cabeza hacia atrás para sentir el agua de golpe en su rostro y despertarse con mayor rapidez.

No tardó. Antes de las siete de la mañana estaba listo. Se puso un suéter, y comenzó a caminar hasta la puerta principal, sin embargo, se detuvo en seco cuando pasó delante de su pequeña oficina, su computadora estaba apagada, en el escritorio había papeles regados, el pequeño bote de basura de metal estaba lleno con bolas de papel, algunas estaban tiradas afuera. Suspiró, pronto terminaría aquella novela.

—¡Jake! —una voz femenina se escuchó en todo el pasillo. —Pensé que no llegarías, cariño.

Emily, chica de unos 27 años, cabello ondulado de un castaño brillante y hermoso que le llegaba hasta su cintura, se notaba que lo trataba bien. Era una de las colaboradoras y editoras en pie para su nueva novela, prácticamente eran compañeros de trabajo.

No le inquietaba, admiraba el trabajo de la chica con poca edad. Sin embargo, detestaba...

—¿No dormiste bien, cariño? —su ronroneo y aquella cercanía en el espacio personal de Jake le incomodaban.

No decía nada para no hacer sentir mal a la joven, pero no podía dejar de hacer un par de muecas cuando la chica hacía ese tipo de acciones.

—Estaba pensando en ir a comer esta tarde, ¿qué te parece? —siguió con la plática aún cuando Jake no decía nada.

—Emily, admiro la invitación, pero tengo que terminar los siguientes capítulos, y necesito descansar.

—Ow, entiendo, Jakey —se inclinó y le dio un beso tan cerca de sus labios que, cuando escuchó que la chica se estaba yendo, soltó un suspiro de desesperación.

Se quedó sentado en su computadora, a pesar de que no estuviera en su casa, esa novela lo seguía a todas partes y esa impotencia de no poder escribir. Admiró el fondo de pantalla, un paisaje hermoso que pronto se desmoronó.

❝Color Carmesí❞ // GyllenhollandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora