𝑠𝑒𝑔𝑢𝑛𝑑𝑜

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12 de octubre de 2018

Había pasado la mayor parte en Londres, pero se mudó una vez su amigo, Harrison, le dijo que se escaparan de la soledad que les provocaba el estar en Reino Unido, por ende, se fue con él a Estados Unidos. Nueva York, nada del otro mundo. Dinero tenían de sobra.

Los estudios no eran mucho, las vacaciones y término del ciclo escolar se avecinaron cuando decidieron mudarse a Nueva York. Su amigo le había dicho que tenía un apartamento donde podían estar cómodos durante la mayor parte del tiempo. Para pagar los servicios requeridos, ambos comenzaron a trabajar. Harrison como mesero en uno de los restaurantes que quedaban en una de las esquinas cercanas de donde estaba el apartamento, mientras que Tom tomó el trabajo de ser un barista en una cafetería, Starbucks, igualmente quedaba cerca del apartamento.

No pasó mucho tiempo cuando Tom decidió hablarle a un hombre que siempre llegaba antes de la hora del cierre, pedía lo mismo y Tom siempre le atendía, por lo que aquel día no había sido la excepción.

—¡Ryan! ¡Latte! —gritó al casi vacío establecimiento.

Cuando el hombre se acercó a tomar su bebida, Tom aclaró su garganta para llamar la atención del hombre, cosa que logró. Al voltear, se halló con una mirada sin vida, un par de ojeras adornaban sus ojos y la palidez de su rostro le hacía pensar que estaba mal del estómago.

—Sé que no debo hacer esto, pero ¿usted está bien? —Tom mordió su labio inferior, esperando no haber sido demasiado brusco, sin embargo, no esperó la respuesta consiguiente.

—Eres un buen chico. ¿Tienes tiempo? —el acento era diferente al habitual de los neoyorkinos.

—Salgo en un par de minutos.

—Te espero.

Y se retiró a su asiento, sillón que estaba a un costado de la ventana.

Esperó por algunos minutos más, decidió hablar con el gerente. Sabía que a estas horas ya mucha gente no llegaba al establecimiento, ya eran pasadas las once de la noche y era un miércoles. Además, el local no estaba en calles concurridas.

No pasó mucho, en menos de media hora Tom ya estaba sentándose frente al hombre, que si mal no recordaba su nombre era Ryan.

La bebida estaba a la mitad, la mirada de Ryan estaba fija en la ventana, pero al sentir la presencia de Tom giró un poco su cuerpo para al fin estar frente a frente.

—Nunca me había interesado por este local, pasaba y nunca me animé —comenzó Ryan. —Hasta que te vi detrás de la ventana y al fin me dispuse a pedir. No soy bueno haciendo amistades, la gente no me agrada mucho —encogió de hombros. —Pero al verte, supe que podía hacerlo y heme aquí —le dedicó una sonrisa sutil que pronto desapareció.

Aquellas palabras hicieron sonrojar al muchacho, desvió su mirada y volvió a aclarar su garganta.

—Gracias —su mirada seguía fija en un punto fijo en el piso. —Usted... —levantó su rostro, Ryan ya había desviado la mirada de él.

—Estos últimos días he tenido un par de problemas con mi novia —soltó un suspiro, con el dorso de su mano talló su ojo y prosiguió. —Ella me ha sido infiel, la única cosa razonable que sale de su boca es un él es mejor que tú.

Ladeó un poco su cabeza. Sabía a la perfección que el amor podía doler, y bastante, quizá por esa razón tenía miedo a enamorarse, siempre terminan rompiendo tu corazón.

—Lo siento —realmente no sabía qué decir, no era bueno animando a las personas.

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❝Color Carmesí❞ // GyllenhollandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora