Soledad

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Nadie parecía prestar atención a aquel hombre solitario que recién se había mudado a aquel tranquilo vecindario.

Nadie sabía nada de él excepto que tenía costumbres muy extrañas como por ejemplo evitar a toda costa entablar conversaciones muy largas con la gente o siquiera tener la amabilidad de mirarlos a los ojos cuando les saludaba por la mañana.

Michael era un hombre sencillo, no le gustaba molestar a la gente... A pesar de no disfrutar de la soledad le resultaba reconfortante saber que no estaba perjudicando a nadie.

De vez en cuando pensaba en su dulce Emily quien le había traído tantas alegrías  que atesoraria por siempre en su corazón.

Por otro lado se planteaba que iba a ser de él de ahora en adelante sus ahorros estaban terminandose y pronto tenía que regresar a estudiar debía distraerse en algo de todos modos y detestaria quedarse en casa sin hacer nada como vil parásito.

Aunque eso supondría dar la cara al mundo una vez más y aún no estaba listo para eso.

Arrugó el periódico y lo arrojó a la basura, habían tantas opciones de trabajo sin embargo estaba procastinando el hecho de salir y entablar relaciones nuevas.

Le frustraba el hecho de ser de la manera que era, su actitud siempre prestaba a malinterpretaciones que solo hacían más difícil su estancia en el mundo.

A menudo pensaba en formas de terminar con su existencia sin embargo era demasiado cobarde para llevarlas a cabo.

Incluso antes de conocer a Emily estaba sentenciado a sufrir, desde muy pequeño tenía la sensación de no pertenecer a este mundo nunca encajó en ningún lugar que no fuera la basura.

Nunca debió salir de allí, constantemente se preguntaba porqué tuvo que nacer, su sola existencia le había destruido la vida a su madre, quien no desperdiciaba la oportunidad de hacerselo saber cada vez que lo veía.

Tal vez lo amaba a su manera ya que a pesar de decir que lo odiaba siempre encontraba tiempo de llamarle en su cumpleaños, y felicitarlo no es como que toda su vida haya sido miserable a su lado pero siempre envidio el hecho de que sus amigos y compañeros del colegio recibieran un beso y un abrazo de sus madres siempre que salían de casa.

Tal vez esa envidia terminó por mermar su alma y lo condenó a contaminar a todo aquel que se acercase lo suficiente a él.

Su más grande error fué fingir que era algo diferente y simplemente todo se desplomó al final.

Ahora solo le quedaba ir con precaución y evitar a toda costa entablar relaciones lo bastante significativas que implicasen dejar que la gente mirara su alma contaminada por la envida y la maldad.

Después de todo siempre había estado sólo y había podido manejar su vida de forma medianamente decente.

Sin perjudicar a las  buenaventuradas almas que lo rodeaban.

runaway trainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora