capítulo 4

274 33 24
                                    

Diana:

Todo ya estaba listo para mí operación.
Había estado semanas encerrada en el hospital haciéndome pruebas y al fin, el día de mi operación ya había llegado.
Mi madre está feliz, pero en sus ojos me manda la señal de estar preocupada. Al lado suyo se encuentra Yeray, el cual me ha dado un pequeño regalo.
Yeray, no puedo creer que él esté aquí, sonrío levemente dejando recorrer por mis mejillas unas gotas saladas de emoción.
La enfermera viene a buscarme. El momento de mi intervención ha llegado, aunque siento mucho miedo confío de que todo va salir bien.

Nada más salir del quirófano me sentía desorientada, buscaba algo donde fijar mi vista y con lo que me encuentro es con unos luceros mirándome con ternura.
Siento su mano puesta encima de la mía.
No es un sueño, es Yeray y mi madre. Ellos están a mi lado.

- Diana, debo de marcharme. No sé cuándo volveré a verte. Por favor, cuídate mucho y sobre todo, sé fuerte.-- Yeray me da un beso en la frente y tras despedirse de mi madre se marcha.

Después de la operación, fui mejorando poco a poco, al parecer el tratamiento estaba funcionando y la rehabilitación me está ayudando a querer superarme poniendo todo de mí para ser una persona normal dentro de mis posibilidades.

Aunque tenía miedo de dejar la rehabilitación, me preguntaba si cuando dejase los ejercicios volvería a estar como al principio, sin tener apenas movilidad. Eso me preocupa demasiado, porque algunos días siento que no avanzo.
Con la ayuda del fisio, me sentía muy bien, es como un ángel y gracias a su ayuda comienzo a caminar sin problema.
Para mí, es mi mayor sueño hecho realidad. Poder sujetarme por mí misma sin tambalearme, o con el miedo de que me caiga al suelo. Ahora comienzo a ver las cosas de otra manera.

El último día de rehabilitación, sentía que durante todos estos meses había progresado mucho, mi discapacidad no me iba impedir quedarme atascada, cada día saco más fuerzas para conseguir hacer aquello que anteriormente no podía.
Por eso, el último día de mi rehabilitación me sentía muy orgullosa de mí misma, y para mi mayor sorpresa, iría a un colegio nuevamente.

Me hacía mucha ilusión volver al colegio, poder contactar con gente y no estar aislada en casa.
Con una sonrisa de oreja a oreja sujetando firmemente la mano de mi madre, voy caminando mirando asombrada las paredes donde hay fotos colgadas de otros alumnos, pensando que aquí en este colegio me sentiré bien.

El primer día de colegio me sentía un poco tímida y callada, caso como un bicho raro debido a todo el tiempo que llevo sin relacionarme con niños de mi edad.
Pero sin embargo, era una buena estudiante, hacia todo lo posible por aprender y poco a poco voy abriéndome más a los demás compañeros. Incluso he hecho una amiga, Yvonne. Ella es mi mejor amiga, nos sentamos juntas en el pupitre y nos ayudamos con nuestras tareas.

Los profesores eran encantadores y muy pacientes, siempre estaban ahí cuando necesito que me expliquen algo o simplemente para charlar con nosotros. De hecho, ellos están muy contentos conmigo, incluso he escuchado como le dicen a mi madre que soy una niña muy inteligente.
Todo aquello me hacía de querer descubrir el mundo desde mis ojos. Donde creí que mis sueños solo quedarían en eso. Pensamientos que me los debería guardar para mí.

Cada vez me gustaba más acudir al colegio, había comenzado a integrarme y el poder comunicarme con otros niños me hacía de sentirme cómoda y a gusto.
Incluso un día en mitad de la semana, donde los niños ya tienen sus grupos hechos, me sorprendo de ver cómo mis nuevos compañeros me buscan a la hora del recreo para estar conmigo.
Aquello me llenó de alegría animándome a querer seguir adelante con mi recuperación e ir progresando para intentar salir del abismo donde me había quedado atascada.
Sentía como mi vida había cambiado de algún modo.
Mi madre trabaja y cuando llega a casa le cuento todo lo referente a como voy en el colegio. Ella me sonríe, me abraza dándome ánimos para seguir adelante luchando por cumplir mis sueños.
Al preguntarle por Yeray, mi madre cambia su semblante, su mirada es más clara y a mí se me encoje el corazón de no poder saber nada sobre él porque así lo ha decidido mi padre.

SUEÑOS INALCANZABLESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora