II

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- ̗̀❨la mochila❩─

    Lo último que Bob recordaba de la noche anterior fueron apenas recuerdos fragmentados: Joan, un chico que nunca se molestó en preguntar su nombre y Bob en una competencia por ver quién tomaba más rápido tres vasos de cerveza; algunas canciones de The Who en el aire; un beso con una chica rubia con lentes; un vaso roto; y un par de ojos que brillaban de inocencia bajo la luna.

   No había tomado lo suficiente para olvidar todo, pero eso es lo que único que su cerebro logró asimilar cuando Bob despertó sobresaltado por un grito.

    —¡¿Qué haces aquí, vago?! ¡Ya deberías estar lavándote los dientes! — La ronca voz de su abuelo casi lo botó de la cama por el susto. Aún más confundido se sintió al ver que ni siquiera estaba en su cama—. No puedo creer que hiciste una fiesta en la cabaña justo el día que el pobre chico venía. No tengo palabras. ¡No tengo palabras...!

   Aun así su abuelo, que recogía la basura de la fiesta, siguió regañando a Bob que apenas podía con el dolor de cabeza y buscando el pantalón que perdió en algún lugar de la cabaña antes de caer rendido y totalmente cansado en el sofá.

   La puerta principal se abrió de sorpresa, Bob estaba hartándose de tantos sustos tan temprano por la mañana. Era su abuela, que venía incluso más enojada que su abuelo.

   — ¿Sigues aquí? ¡Donovan ya se fue a la escuela y tú todavía sigues en calzoncillos!– La abuela de Bob, todavía joven para ser la abuela de un chico de dieciséis años, lo jaló de su camiseta fuera de la cabaña hacia la casa aun cuando él le decía que le faltaba encontrar sus zapatos y pantalones.

   En pocos minutos Bob salía de su casa en bicicleta con dirección a su escuela. Era en esos momentos que, con dolor de cabeza y náuseas, se juraba a si mismo que no volvería a beber, pero muy en el fondo sabía que no cumpliría esa promesa. Se sentía fatal y sentía que apestaba. Apenas logró cambiarse, lavarse los dientes y agarrar su mochila, el desayuno y sus preciadas gafas; hubiera deseado al menos darse una ducha fría.

   Apenas llegó a clases con las justas, ojalá hubiese llegado un poco más tarde y así tener una excusa para regresar a su casa.

   Para su buena suerte, a la mitad de la clase, la profesora de geometría le permitió ir a la enfermería con la excusa de "no tener buena cara". No pensaba ir a enfermería, prefería ir a fumar bajo la gradería del campo de fútbol, acabar su desayuno y tener al fin un respiro.

   Su mejor amiga, Joan, lo siguió minutos después.

   —Fuiste lo divertido que no fuiste en dieciséis año —. Exclamó Joan con una media sonrisa, su dulce aroma a rosas flotando hasta las fosas nasales de Bob. Tiró su mochila negra y se sentó al lado del muchacho, quién ni siquiera se molestó en preguntar cómo es que lo había encontrado, porque ese era su sitio preferido para fumar.

   —Mis abuelos casi me cortaban las bolas. Pero, no me quejo, fuiste una buena organizadora—. Respondió el joven con las pocas fuerzas en su cuerpo para sonreír y topar levemente su codo con el de ella.

   —Por cierto, ¿Te acuerdas del chico nuevo?—. Le apartó la caja de cigarrillos y en menos de lo esperado, ya tenía un cigarro entre sus labios mientras expresaba toda la curiosidad sobre el chico.

   —¿Cuál chico nuevo? —preguntó, algo confundido.

   —El chico de intercambio.

   Pocas eran las rememoraciones que tenía acerca de la noche anterior, no eran suficientes para que lo recordara al momento. Tardó unos minutos en tener presente al muchacho y con las palabras de Joan acerca de lo ocurrido, finalmente lo recordó.

The air that I breathe ≋ Bob Dylan x DonovanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora