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— ¿Cómo te vas a llamar vos?— le pregunté rompiendo el silencio mientras caminábamos al lugar

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— ¿Cómo te vas a llamar vos?— le pregunté rompiendo el silencio mientras caminábamos al lugar.

— No sé— respondió ligeramente nervioso haciéndome reír.

— ¿Cómo que no sabés, papá? ¿Sos joda, nene?

— Con todas las cosas que tenía en la cabeza anoche ni siquiera dormí, Florian. ¿Te pensás que iba a tener tiempo de ponerme a pensar un nombrecito choto de ciudad? Ay, ¿Madrid o Barcelona? Las pelotas...—exclamó rápidamente mientras yo comía una Don Satur dulces, que la mayoría estaban quemadas. Yo me reí en silencio varios segundos y él habló de nuevo.
— Ayudame a pensar el nombre choto ese. No sé a quien mierda se le ocurrió poner nombres de ciudad. Al peltoudo de Sergio seguro.

— No, a una de la banda. Una que se llama Nairobi— le dije yo.

— ¿Y vos cómo mierda sabés, eh?— preguntó medio desesperado como si yo hubiera estado infiltrada en el atraco anterior o alguna boludez de esas que solo a él se le ocurrían.

— Porque te mentí y no estuve en Argentina y salía de la fábrica para ir con vos a Palermo— bromeé con una voz aguda— Me lo contó Andrés en las cartas, pelotudo.

— Ah, okey. Mirá, mirá ¿Y este?— preguntó papá al ver a un nene de unos tres o dos años caminar con torpeza hacia nosotros.

— Hijo de sus compañeros de trabajo, señor Martín— nos dijo uno de los monjes que lo estaba cuidando.
El chiquito se acercó a mí y yo me agaché a su altura.

— Hola, chiquito hermoso— le sonreí acomodándole el pelo castaño. Él me tomó la mano con fuerza mientras me devolvía la sonrisa— No sé de quien será hijo, pa— susurré mirando a Martín que nos estaba mirando con ternura.

— De Sergio te juro que no. Si no la pone ni por joda— dijo él y nos reímos.

— ¿Cómo te llamás vos, chiqui?— le pregunté mientras él me agarraba los pelos para jugar.

— Cinci ¿Y tú?— respondió entre balbuceos típicos de su edad.

— Qué nombre de mierda. Dale, que no somos niñeros vamos que llegamos tarde— murmuró papá.

— Ay, Martín. Sos un forro— me quejé. Él soltó una risa fuerte y supe que lo había hecho para hacerme enojar a mí.
— Yo me llamo...— le iba a decir Florian pero me acordé que a partir de ese momento, mi privacidad era una faceta oculta— ¿Qué le digo?

— Tu nombre de ciudad, boluda— me dijo papá mientras se adelantaba unos pasos.

— Me llamo Coblenza— le dije al nene mientras se lo pasaba al monje.

— Qué nombre de mierda ahre— repitió papá riéndose en joda.

— Cortala, Martín. Cortala— lo empujé suavemente mientras le seguía los pasos como siempre. Como desde que tenía memoria, como desde que aprendí a caminar tomada de sus manos. Siempre avanzábamos juntos contra todo, de la mano o distanciados pero amándonos.

BERROTGEN | La Casa de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora