Capítulo 1.2 Dos desconocidos.

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Aquellos hombres dijeron algo que no comprendió. Frente a él estaba un hombre alto y delgado, de cabello castaño, barba, piel blanca pero bronceada por la exposición al sol. El otro era extraño para él. Era un hombre fornido, sus ojos eran oblicuos, sonreía y cada vez que lo hacia sus ojos parecían estar cerrados, pero alcanzaba a ver un brillo en el interior de aquellos parpados. Uno de ellos llevaba un rastrillo y el otro cargaba un azadón. Ambos arrojaron a un lado sus utensilios.

—Otto. —Dijo el pelirrojo colocando su mano en el pecho.

—Kun. —Dijo el otro hombre inclinando su cuerpo hacia adelante.

El náufrago entendió que le estaban dando sus nombres. Se sintió mejor con la actitud cortés que mostraban, aunque no se confiaba del todo.

—Rogelio. —Dijo, pero no bajó el amenazante bastón.

—Welcome... Bienvenido... Ben-vindo... —dijo el pelirrojo.

Fala português? (¿Hablas portugués?) —preguntó Rogelio.

Muito pouco (Muy poco) —respondió Otto. —Káisser... —agregó y señaló hacia adelante.

—¿Káiser? ¿Esta tierra pertenece al káiser?

Con ayuda de señas, Otto y Kun invitaron al recién llegado a seguir el camino que tenía adelante, o sea, la playa. Levantaron sus herramientas y comenzaron a platicar entre ellos, en inglés. Rogelio comprendió algunas cosas de aquella conversación, pero el acento era muy diferente del que hablaban los marineros en el barco. Rogelio se daba cuenta de que ellos estaban hablando de él, pero decidió fingir que no entendía nada. Otro punto para pensar era que, si ellos eran súbditos del sacro imperio romano germánico, ¿por qué no hablaban en la lengua de su patria?

Aquellos hombres estaban vestidos con ropas muy extrañas. El joven náufrago no sabía cómo llamar a aquellas prendas. En realidad, era ropa muy sencilla en su elaboración, pero ostentaban estampados muy llamativos, con mensajes escritos y daban la impresión de que las letras y los dibujos sobresalían de la superficie, pero eran planos. Ambos llevaban una bolsa colgada en un hombro. Kun sacó un par de naranjas y se las ofreció al hambriento joven y él las devoró. El pelirrojo notó la voracidad de Rogelio y sacó un pan de su bolsa.

—¿Dónde naciste? —preguntó Otto.

—Portugal —contestó—, en un pueblo llamado Sines .

—¿Cuánto tiempo caminaste por la playa?

—Toda esta mañana.

—Entiendes bien el español.

—Viví varios años en Palos.

—¿Qué es lo que recuerdas de...

—¡Otto! No debes preguntar demasiado —interrumpió Kun.

—De Palos... —dijo Otto—. Iba a preguntar por la ciudad.

—¿De la ciudad? Cuando salimos de Palos muchos de sus habitantes solo hablaban de ir a las indias a probar suerte y abandonar todo. De ser así, el poblado se va a quedar vacío. Era el año del Señor de 1497.

Luego de una pausa, Rogelio continuo:

—En 1492 Cristóbal Colón y los hermanos Pinzón salieron del puerto de Palos, con el propósito de encontrar una nueva ruta hacía las lejanas tierras de oriente. Pronto se supo que existían muchas oportunidades allá y la gente comenzó a hacer planes para emigrar a esas tierras. También mi tío quiso probar suerte por eso nos unimos al éxodo de la población. Por giros de la fortuna, terminamos en el puerto de Bristol en Inglaterra. Sin dinero ni bienes, y mi tío solo podía ofrecer su trabajo y el mío a cambio del viaje.

—¡Oh! ¡Qué bien, qué bien! —exclamó Kun, y luego agregó, con evidente intención de cambiar el tema —: Mejor dinos, Rogelio: ¿Cómo te sientes? ¿Cómo está tu salud?

Tudo bem!

La conversación continuó con preguntas sencillas y triviales: "¿Tienes hambre? ¿Estás cansado? ¿Tienes calor? ¿Te gusta cantar?".

Hasta que llegaron a una pequeña bahía y pudieron ver el poblado. El sol se había ocultado tras los montes. Caminaron en la calle principal.

—¡Bienvenido a Méxil! —dijeron los guías al mismo tiempo, como si ya lo hubieran ensayado antes.

El poblado estaba limpio, la gente estaba ocupada en mil tareas, solo tres ancianos estaban inactivos en el portal de una casa de madera. Les siguieron con la mirada sin comentar nada. En una esquina había una mujer con una canasta, Otto le pregunto:

—¿Has visto a Káisser?

La mujer contestó en un idioma que no pudo reconocer Rogelio. En realidad, ella habló muy rápido y no entendió nada. La morena señaló hacía atrás de ella, en dirección al oeste.  

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