Capítulo 1.4 Las estrellas del cielo

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Abrió la puerta y vio que esa tenue luz era suficiente para ver el campo, los montes y el poblado. La iluminación era más baja que la que proporcionaría la luna llena, pero no se veía su origen. En frente tenía un paisaje muy tranquilo. Entró a la cabaña para buscar una manta. Se cubrió la espalda y los hombros, se sentó en el umbral y admiró aquel paisaje de vegetación desconocida ubicada en un lugar que, en realidad, no se imaginaba. Y entonces se dio cuenta de un detalle, también el cielo era diferente.

Su formación de marinero le impulso, como un resorte, para encontrar su situación con relación a las estrellas. Buscó en aquel cielo estrellado, por aquí, por allá, arriba, a un lado, a otro. ¡No podía creerlo!

No lograba encontrar ninguna constelación. ¡Ninguna! Era un cielo diferente. Nada encajaba. Nada concordaba.

—¿Dónde quedó Orión? —se preguntó el joven—. ¿Dónde están la osa mayor y la osa menor? ¿En qué tierra me encuentro yo? ¿Acaso no estoy en África? ¿Será posible que me encuentre en Cipango, Cathay o Goa? ¿Estaré tan lejos que ya no alcanzo a ver las constelaciones como las conozco? ¿Es el nuevo mundo? ¿Fui el único que cayó por la borda?

Muchas más incógnitas danzaban en su cabeza. No tenía las respuestas ni las alcanzaba a imaginar. Perdió el sueño. Su mente era una tormenta. Inquietud, angustia, desesperación, tristeza, impotencia, ansiedad. Se sentía solo y acorralado. Lloró durante algunos minutos. Poco a poco, volvió a tomar valor y fuerza, se consoló a sí mismo, considerando los puntos a favor:

—Sigo vivo —pensó—. La noche anterior yo sabía que navegábamos en altamar. Bien podría seguir flotando en el agua en este momento; tuve la suerte de encontrar tierra en un lugar donde nadie sabía de su existencia; los habitantes de esta tierra me han tratado con amabilidad; hablan una lengua que yo conozco; me han dado alimento y bebida; me han instalado en una humilde cabaña, pero me han prometido un lugar mejor; comienzo a confiar en ellos y ellos confían en mí y son amistosos. ¡Me han dado libertad! En la mañana yo tenía miedo de caer prisionero y de ser vendido como esclavo. En este momento me doy cuenta que soy dueño de mí mismo. ¿Y ahora qué debo hacer con mi libertad? ¿Cómo debe comportarse un hombre libre? ¿Cómo debe conducirse un hombre consciente de su libertad?

Tal vez al primer conjunto de incógnitas no podía darles respuesta, por el momento, pero quizá sí podía contestar estas nuevas dudas que tenían que ver con su voluntad y su críterio. Él lo sabía y lo sentía con seguridad, debía ofrecer decisiones firmes y actos responsables; con los valores y en el camino que él eligiera. En ese momento, por encima de su tristeza y su desesperación, decidió ser valiente y enfrentar la vida. Luchar por sí mismo para encontrar su felicidad.

Hundió su rostro en la manta, secó sus últimas lágrimas y contempló aquel paisaje nocturno. Era un panorama hermoso. Un cielo estrellado que prometía aventuras en horizontes nuevos. Una tierra fértil que ofrecía trabajo abundante para multiplicar lo que quisiera sembrar. Y, dentro de poco, la luz de un nuevo día le mostraría otros caminos para él.

Varias horas pasaron. Tal cómo lo prometió, Kun llego poco después de que el sol salió. En la canasta trajo un poco de leche, un par de huevos duros, un pedazo de carne y un pan. Junto con todo esto, trajo una manta, una barra de jabón y una navaja de afeitar.

—En cuanto termines el desayuno vamos a ir al rio, mereces un buen baño.

—¿De que estáis hablando, buen amigo? —preguntó Rogelio.

—Káisser te está esperando -respondió Kun—. Debes llegar aseado y presentable. Otto llegará pronto y va a traer ropa limpia de tu talla.

—¿Y qué deseáis que haga yo? —preguntó el joven, aunque ya sospechaba la respuesta.

—Debes bañarte y rasurar tu barba.

—¿Acaso es costumbre en la corte de su majestad, el emperador germano, someter a limpieza a sus visitantes antes de la audiencia?

—¿Cómo? ¿Qué? —preguntó asombrado Kun, sin entender el contexto de la pregunta de Rogelio.

—Así es, amigo Rogelio —contestó Otto desde el umbral de la puerta—. Es parte del protocolo.

Otto le hizo una seña a Kun para convenir en no agregar ningún comentario más.

El joven náufrago no estaba acostumbrado al baño diario. Seguía la creencia general de su época de que el baño diario podría causar daños a la salud.

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