Capítulo 1.7 Pecados y penitencia

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Rogelio se sentía peor que en la cubierta de su barco durante la tempestad. Aunque quería hacer preguntas, no podía abrir la boca.

Lucía se quedó parada a su lado. Puso sus manos en los hombros del náufrago y dijo:

—Creo que te explique demasiado rápido.

Kun y Otto se acercaron y pusieron sus manos sobre los hombros del marinero. Ambos pronunciaban frases para animarlo y consolarlo.

Después de un momento, Rogelio se sintió un poco mejor y su imaginación comenzó a trabajar con más orden.

"Si he pasado al otro mundo, —pensó, —este no debe ser el infierno, todos aquí me han tratado bien y con amabilidad. No parece un lugar de castigo y no veo las flamas eternas. Ella, Lucía, no parece ser un demonio flagelador, dijo que es mi amiga y en este momento parece querer consolarme. Es un comportamiento contrario al de las huestes infernales. Esto no parece ser el hades, aunque tampoco creo que sea el descanso celestial. No escucho el coro de ángeles alabando a Dios. Sin duda morí y esto debe ser el purgatorio o alguna estación que el hombre no conoce, y debo haber sido enviado aquí para purgar mis pecados. ¿Seré castigado? ¡Sin duda alguna! Tan solo de pensar que no merezco estar aquí me hace caer en el pecado capital de la soberbia. Debo empezar reconociendo que haber robado aquellos panes, aunque fueran para una buena causa, no deja de ser una desobediencia del séptimo mandamiento. ¿Y Vigo? ¡No puedo ni debo olvidar a Vigo!"

Respiró profundo varias veces. Con resignación se puso de rodillas, bajó los brazos, inclinó la cabeza, cerró los ojos y dijo:

—¡Estoy listo para recibir mi castigo!

—¿Qué estás diciendo, querido Rogelio?

—Es seguro que he muerto. ¡Ya no tengo miedo! Tal como me advirtieron mis amigos Kun y Otto, debo abrir mi mente y aceptar los cambios en mi realidad. Estoy aceptando mi condición de penitente en este purgatorio, reconozco mis culpas, me arrepiento de mis pecados y aprenderé, con base a penas y sufrimiento, a purificar mi alma para complacer a mi Señor.

—¡Oh, no, Rogelio! No hablo del otro mundo que hay después de la vida. Sigues vivo, amigo. Piensa con calma y date cuenta que aún respiras y sientes como los vivos.

—"Tal vez tenga razón Lucía. —Pensó Rogelio. —Siento angustia, desesperación y confusión, son sentimientos de los mortales, en cuanto al lado físico, tengo hambre y sed, necesidad de dormir y reponerme del cansancio. Esas son cosas para satisfacer un cuerpo vivo. Las calles están limpias, la gente vive y convive, y Lucía me ha hablado de tiempos de paz, de comercio, de industria, de agricultura, de trabajo. No parece ser un lugar de expiación. Son actividades propias de la sociedad de los vivos. ¿O no?"

—¡No, joven! Si usted imagina que ha muerto está errado. —Dijo Lucía. —Solo que ya no estás en el planeta Tierra.

—¿Vuestra excelencia? —Interrogó Rogelio.

—No puedo explicarte cómo, pero puedo asegurarte que este nuevo otro mundo que usted está habitando es real. ¡Con el favor de Dios!

—Me perdonará vuestra excelencia, le creo si dice que no he muerto, pero sigo sin entender dónde estoy.

—Para ser sincero con usted, Rogelio, nosotros tampoco sabemos en dónde estamos. Tampoco sabemos cómo llegamos aquí. Lo cierto es que estamos vivos, y que estamos sobre un lugar parecido a La Tierra, pero con diferencias muy significativas que poco a poco va a conocer. Todos los que estamos aquí, los que habitan el pueblo de Mexil y los que habitamos en Novolar, todos hemos venido de la Tierra, pero somos de diferentes lugares y de diferentes épocas.

—Creo entender, vuestra... Lucía.

—¡Ya no me llames vuestra excelencia! ¿Entendió?

—Sí, entendí. Ahora dígame, Lucía, por qué dice que estamos en otro planeta. ¿Acaso estamos en Saturno o Marte o la Luna?

—La Luna no es un planeta, es un satélite. —Intervino Kun.

—En su época había muchos que pensaban que sí era un planeta. —Agregó Otto.

—Hay muchos más planetas en el universo. —Continuó Lucía. —La mayoría de las estrellas que ves en el cielo nocturno, Rogelio, son como nuestro sol y muchos de ellos tienen planetas orbitándolos, girando alrededor de ellos. Todas las estrellas que tú veías desde la cubierta de tu barco pertenecen a una galaxia llamada Vía Láctea. Nosotros creemos que, por algún efecto físico desconocido, saltamos desde la Tierra hasta este planeta y suponemos que estamos en la misma galaxia, pero no tenemos los medios o los instrumentos para comprobar nada. Por el momento, para poder vivir una vida tranquila, debemos aceptar estas ideas y seguir adelante con los retos que se presenten en nuestra existencia sobre este planeta que, (¡Gracias a Dios!), es habitable.

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