Capítulo 1.6 El nuevo mundo

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—Pensé que estos territorios pertenecerían al imperio germánico y que vos seríais el representante del emperador.

—No soy alemana. Provengo de otro país. Ahora cuéntame un poco sobre tí, por favor.

—Soy de oficio marinero y estoy al servicio del Almirante Giovanni Caboto. Mi nombre completo es Sebastião Gaspar Rogério Marcelo Escobar Silva das Torres e Oliveira.

Nossa! —exclamó Lucía—. Dime, marinero: ¿Qué es lo último que recuerdas antes de llegar a este lugar?

—¿Lo último? Hace dos noches hubo una tormenta en altamar. Yo estaba atado al palo mayor. No sé cómo se pudo haber roto mi cuerda. Entonces, una ola enorme me arrastró por la cubierta y caí al agua. En la noche, con el caos, perdí la ubicación del barco. Luché mucho tiempo, aunque yo sabía que era inútil oponerse a la furia del mar. No volví a ver la nave. ¡Encomendé mi alma al Señor! Rogué por la salvación y me preparé para morir. La oscuridad era absoluta, vuestra excelencia, pero entonces vi una luz, a lo lejos, un destello o una estrella, no lo sé. Así que solo me quedaba nadar, rezar y desear llegar a ese lugar. Si esa luz indicaba un sitio seguro, yo quería estar ahí.

—¡Muy interesante! ¡Muy bien, Rogelio! ¿En qué año crees que estamos viviendo?

—¿En qué año? Estamos en el año del Señor, 1498, me desconcierta que vuestra excelencia pregunte eso.

—En un momento te voy a explicar. Antes contéstame otras pocas preguntas. ¿En qué continente crees que estamos?

—Por el clima cálido, diría que estamos en África, aunque no creo estar tan lejos de Irlanda o Inglaterra. La gente viste de manera muy extraña. ¿Acaso estamos todavía en Europa? ¿O es esto parte de Asia?

—¡Ninguno de ellos!

—¿Estamos acaso en las Indias Orientales? Algunos de los marinos británicos que participaron en el primer viaje del almirante Caboto dicen que llegaron a las costas de Cipango.

—¡No! Estamos en otro lugar. Regresemos a tu relato. ¿Y después, Rogelio? ¿Qué pasó después?

—No sé cómo explicarlo, casi de golpe, el viento cesó, el cielo se despejó y el océano se calmó. Yo nadé con todas mis fuerzas, pensando que estaría en altamar, pero me sorprendí cuando mis pies tocaron fondo. Estaba caminando sobre un suave lecho arenoso. Así descubrí que había llegado a una playa.

—¿Y? —Lucía miraba fijamente al muchacho.

—¿Llegué al nuevo mundo?

—Pues..., ¡Sí! Estás en un nuevo mundo, pero es una idea que quizá no entiendes aún.

—Tenéis razón. No entiendo, vuestra excelencia.

—Ya no me llames "vuestra excelencia", solo Lucía, soy tu amiga.

—Me concedéis un honor inmerecido.

—Eres un caballero.

—No, señora, soy plebeyo, un humilde marinero.

—Quise decir que eres cortés, amable, educado. Voy a tratar de explicarte, conforme a lo que creo que tienes de conocimientos. Espero que me puedas entender.

—Pondré toda la atención de que soy capaz, vuestra ex... Lucía.

—El mundo es redondo.

—¿El mundo es redondo? Sí, ya había escuchado eso. —presumió el joven.

—Sí, es redondo, como una naranja y no es el centro del universo. El mundo gira sobre su eje y le da vuelta al sol, que es el centro del sistema solar. En tu tiempo, estarán confirmando el descubrimiento de un nuevo continente, por un tiempo le conocerán como el nuevo mundo, como tú lo has hecho, pero al final se quedará con el nombre de América. Después descubrirán una gran isla a la que llamarán Australia y después a otro continente, la Antártida.

—¿Es eso cierto?

—¡En la totalidad! Solo que ese es el mundo que tú conoces, en el tiempo en que tu viviste allá.

—¿Cómo que allá? ¿Qué estáis diciendo, Lucía?

—Desconozco como es el proceso. A muchos de los que aquí viven les ha pasado de manera diferente, con situaciones muy dispares. Ese mundo que tú pisaste hasta el día de antier, y este, en el que estás parado hoy, es otro mundo totalmente diferente.

—¿Estáis tratando de decir que no es el nuevo mundo y que estoy en otro mundo?

—¡Exacto! Diste el salto.

El náufrago tenía un mar de confusión en su cabeza. De súbito se sintió desesperado. No podía controlar sus pensamientos ni sus emociones. Tenía ganas de correr, pero sus piernas no respondían. Como parecía que el joven se iba a desmayar, Lucía lo tomó por el brazo y le acercó una silla.

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