II. Tempus

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Siempre había sido alguien más bien práctico. Si algo le molestaba y no podía resolverlo, ocupaba su mente en algún otro objetivo; su muerte, al parecer, era una excepción que lo mantenía disperso e incapaz de abocar sus horas diurnas en algo productivo en días recientes.

Germania decidió, antes de ceder a su deseo de buscar a Roma, intentar despejarse un poco cazando algo. Su mente que se encontraba en un flujo distante y turbulento con su inminente destino, apenas podía concentrarse. Tras tomar el doble de tiempo ayudando a algunas tribus, escuchando los problemas de algunas otras relacionadas con los problemas del decadente imperio, se dio cuenta que poco o nada de ayuda estaba representando con su presencia distante.

Estaba tan inquieto y distraído, que se lastimó la mano mientras se preparaba para limpiar su presa. En otras circunstancias, sus heridas habrían sido un problema menor; sin embargo, la línea que cruzaba por la palma de su mano dolía en forma diferente, sin señal de curarse a la velocidad que inmortales, como ellos estaban acostumbrados.

Aldrich suspiró, dándose cuenta que no tenía caso intentar ocupar su mente en otra cosa; no podría completar tareas con sus pensamientos tan dispersos, y el riesgo de herirse ahora sí era una preocupación si no quería acelerar el proceso de su muerte.

Germania es consciente desde hace unos días que no estaba en sus mejores condiciones, y cuando sus heridas comenzaron a dejar de curarse, o a caer enfermo de cosas tan triviales que jamás le preocuparon, supo que se encontraba «moribundo», situación que no le sorprendía; así que el germano se mantuvo con su mente en sus obligaciones y su rostro altivo.

—Se encuentra distraído —le dijo uno de sus dirigentes tras una reunión en la que Aldrich no comentó nada.

—No tenía nada de provecho que agregar —justificó Germania dejando al dirigente algo insatisfecho con su respuesta.

Sin postergar más su viaje, preparó todo lo necesario para días de cabalgata. Con serenidad comenzó su travesía, recordando un poco de su trayecto como nación a su lado; pues de una u otra forma, siempre habían terminado sus caminos yendo en paralelo, con frecuencia unidos.

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La primera vez que Aldrich lo vio, estaba comenzando una de esas épocas prolíficas de cosecha. Los campos que se extendían dorados en varias partes de sus tierras parecían resguardar sus pasos, y él recorría sus épocas tempranas con la apariencia cándida de un niño entrado a la pubertad; la apariencia de Rómulo no había sido diferente.

Germania, que en ese entonces todavía era una enorme extensión con varias tribus, vio a un chiquillo con la piel de una tonalidad que mostraba que venía de tierras más cálidas que las suyas. Los ojos del chico forastero lo miraron curiosos entre las ramillas doradas de esa pradera que creían tan altas que casi alcanzaban más allá de su cabeza.

—¡Hola! —saludó con alegría el niño tras observar curioso, pareciendo pasar un brillo de comprensión en aquellos ojos que le recordaban a la tonalidad de la madera.

Germania, con desconfianza y mucha prudencia estudió en silencio el rostro jovial de aquel chiquillo de piel que parecía ligeramente tostada por el sol: no había duda, eran iguales; sin embargo, eso no le calmaba, los encuentros entre ellos podrían ser desastrosos si escuchaba como estaban las cosas en oriente.

A pesar de que la curiosidad de Roma lo llevó a vagar hacia Germania, encontraron fácil llevarse bien, aunque el carácter del germano terminaba haciendo que este riñera a su amigo por sus formas tan despreocupadas de actuar. Por supuesto, llegó el momento en que ambos iniciaron sus campañas en batalla cuando crecieron y se hicieron fuertes.

Puer ad solis occasum [GermaniaxRoma] |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora