Greco veía brillar sus ojos azules, que eran como el cielo, preciosos y profundos. Sus rubios cabellos, suaves al tacto, desprendían un ligero aroma a fresas. Gustabo realmente era un chico atractivo, eso no podía negarlo nadie.
El comisario le sonreía, mientras el chico escondía su cara entre sus manos, todavía apoyando su cabeza sobre las piernas de su superior.
Luego de una persecución bastante arriesgada, Gustabo había terminado accidentado al estrellarse con un poste. No había sufrido mucho daño, pero sí había perdido el conocimiento momentáneamente.
—¿Está mejor, compi?
El joven le miró, todavía con tintes rosas sobre sus mejillas, asintiendo. Greco se rio, dado que era realmente extraño verlo comportarse así.
—No se ría, eh —reprochó, un poco herido por semejante burla. Él no acostumbraba a avergonzarse por la vida, sin embargo, el verse indefenso frente al comisario era otra cosa. Por otra parte, no iba a dejar que las cosas quedaran así.
Horacio, quien se hallaba divertido con la situación, supo que su amigo haría alguna tontería de la que más tarde podría arrepentirse. Por eso, sacó su celular para grabarlo todo.
—¿Compi? —Greco preguntó, dudando sobre qué hacer. Quizás lo había ofendido al reírse así, aunque no fuera con intención.
Gustabo extendió sus manos hasta el rostro del comisario, acariciando sus mejillas. Y se sintió raro, porque nunca le habían gustado realmente las barbas, ni siquiera los hombres en general, pero él era diferente. Mientras sentía cosquillas en la palma de las manos y un calor subiéndole por el rostro, se cruzó con los ojos del contrario.
Quizás fuera su voz, tranquila y dulce, o su actitud tan bondadosa y segura, o el conjunto de todo aquello, no lo sabía. Pero todo le había salido mal, porque terminó todavía más avergonzado, si es que era posible.
—¿Pero qué mierda? —el grito del superintendente le tensó en su lugar.
Esa iba a ser una tarde muy larga.
