22

725 105 3
                                    


     Yun observaba los labios de Gustabo con auténtico deseo. Lo anhelaba desde hacía mucho tiempo, lo necesitaba con una urgencia incalculable. Sus ojos estaban fijos en el hermoso rostro del rubio, admirando cada mínimo detalle, escrutándolo. Cada rasgo del rubio, para él, era belleza absoluta.

Estaba, probablemente, hechizado. Se sentía, en efecto, como un tonto atrapado por un embrujo, encadenado a un hombre que no parecía reparar en él más de lo necesario. Era ridículo, impensable de alguien de su calaña, absurdo.

Sin embargo, cuando esos ojos azules, profundos y hermosos como el mar bravío, le miraban de vuelta, su amor simplemente desbordaba. Emergían de él un cúmulo de emociones, tan dolorosas como placenteras. Porque habían momentos como esos, en los que Gustabo lo miraba y todo, de pronto, era color de rosas. Pero existían, a su vez, días en los que el rubio ni siquiera reparaba en él, y todo era tan oscuro.

Gustabo se quedó viéndolo, inalterable, completamente ajeno a lo que le hacía sentir con solo posar su mirada en él. Yun no pudo resistir más.

Sin saber cómo proceder, solo se acercó más al rubio. Un paso tras otro, hasta quedar frente a él. Le miró, esperando que pudiera notarlo sin que tuviera que decirlo en voz alta. Tenía que notarlo, porque sus ojos solo destilaban amor, tan ridículo como sonara, ¿qué más daba ya?

García le miró a los ojos, buscando saber qué quería. Se quedaron viéndose, como si no existiera nada más, expresando todo sin palabras. Una explosión silenciosa de sentimientos que hace mucho deseaban salir, encontrándose con todo lo que anhelaban.

No hicieron falta ni palabras ni miradas, ahora solo sus labios hablaron por ellos. Desbordando, entre roces bruscos, el amor mutuo, el deseo interminable que desprendían ambos. Porque Gustabo amaba a Yun de la misma manera, con la misma intensidad. Eran tal para cual, todo lo que el otro necesitaba.  

Se encontraron sus labios como si hubiesen sido creados para estar unidos, como algo que debía suceder. El choque de lenguas se hizo más fuerte, evidenciándose con chasquidos, despertando deseos todavía más profundos en ambos hombres. 

Yun se separó por un momento, respirando con dificultad, con el corazón latiendo errático en su pecho. Ahora que tenía entre sus manos lo que ansiaba hace tanto tiempo, no sabía ni cómo empezar. 

Gustabo sonrió, como leyendo sus pensamientos, y se ofreció a guiarlo. Tomó las manos de Kalahari y las posó en su propia cintura, acercándolos aún más, volviendo casi inexistente la distancia entre sus cuerpos. Y lo besó de nuevo, con desesperación, con infinito deseo, tratando de demostrarse que todo era real, que estaba allí con Yun. 

Kalahari acarició por debajo de la ropa, con delicadeza, anhelando grabarse la piel del rubio a fuego en sus palmas, deseando, también, marcar la piel ajena con sus manos. Porque temía que todo fuera mentira, que estuviera soñando y que, al despertar, solo habría la oscuridad usual de una vida sin Gustabo. Y no podía soportar pensar en que Gustabo no estuviera con él, por eso pretendía, al menos, dejar sus huellas sobre su cuerpo. Quizás así podría mantenerlo a su lado.

Y eran realmente tontos, los dos. Porque se querían con la misma intensidad, al punto de no poder ver que ninguno de los dos dejaría al otro. No en esa vida, al menos. Aunque dudaban sobre no quererse, incluso si volvieran a nacer. 

Eternidad | GustabowlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora