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         Volkov pasó sus manos por toda la extensión del cuerpo ajeno, disfrutando la suavidad de este. Miró detenidamente cada tatuaje, hasta el más oculto.

Le sonrió, mientras no dejaba de acariciar su desnudez. Le encantaba hacer que se volviera loco, que gimiera, se frotara impaciente sobre su cuerpo y que se quejara porque quería tenerlo ya. Amaba provocar a Gustabo, porque sabía que nadie más tenía ese privilegio.

Se movió contra él, dentro de él. Y no se detuvo. Depositó besos delicados sobre su cuello, en su pecho y en todo lugar que pudiera, que no fuera cubierto por los tatuajes que adornaban su piel. Le besó en los labios y no dejó de decirle lo mucho que lo amaba.

Gustabo le miró, un instante en que sus ojos no estaban cerrados de placer, y Volkov se hundió en sus ojos azules como el mar, como el cielo, como lo más bonito de la vida. Y el rubio le sonrió, mostrando sus perfectos dientes, divertido por su tan predecible reacción. Porque era tan predecible que se volviera débil por sus ojos que hasta podría morir por ellos.

El resto de la noche sus manos no se soltaron, ni siquiera estando dormidos. 

Eternidad | GustabowlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora