Capítulo Diez

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— En mi auto — dijo, como si fuera obvio y luego apuntó hacía el vehículo que tenía un lado. 

Era un Chevrolet Tahoe Hybrid en color negro. 

— En tu auto... — musité — claro, debí imaginarlo — reí, sintiéndome tonta. 

El me sonrió y luego abrió la puerta del copiloto. 

— Sube — me indico. 

Me acerqué y me ayudó a subir, tomando mi mano para servir como un apoyo. Algo en mi estómago se movió y estaba segura de que no era la fierecilla; porque ahora permanecía muy quieta. 

— Gracias — musité, ruborizada. 

— De nada — me sonrió de nuevo, haciendo que el color se profundizara más. 

Ya hasta estaba pensando que lo hacía a propósito. 

Puse el estuche de la cámara sobre mis piernas. 

El subió a su asiento, y encendió el motor de la camioneta para ponerla en marcha. 

— Bonito vehículo — dije. 

— Gracias, pero me gusta más el de mi hermano — rió con franqueza —. ¡Oh! Ahora que recuerdo, dice que le encantaría salir para conocerte.

— ¿Qué?

— La idea de Sharon — aclaró.

— Oh, claro, pues... en ese caso, genial — musité.

— Te va a agradar, es muy buena persona — me dijo, mientras manobriaba con el volante del auto para dar vuelta en una calle.

— ¿Tratas de hacer lo mismo que Sharon? — inquirí, entrecerrando los ojos y mirándole.

— ¿Qué? — la nota de confusión en su voz no me pareció falsa.

— Buscarme pareja — dije.

El rió y se quitó las gafas de sol, dándole paso libre a la vista de sus bellos ojos.

— ¿Sharon hace eso?

— Lo está haciendo, estoy segura — musité y luego me crucé de brazos, acomodándome en el asiento.

El volvió a reír.

— Pues juro que no lo hago con esa intención — sonrió y se detuvo en una luz roja.

— ¿Y cómo puedo creerte? — inquirí, enarcando una ceja.

Rió de nuevo, divertido por mi juicio.

— ¿No basta con que lo haya jurado? — Preguntó, escandalizado y divertido. 

— No tanto — negué con la cabeza. 

Seguimos avanzando cuando la luz se puso en verde. 

— Bueno, creí que a lo mejor tenías pareja ya — dijo. 

— ¿Y qué te hizo pensar eso? 

— Pues, eres muy linda — se encogió de hombros —; no veo porqué no. 

Me quedé helada y me fue imposible formular algún pensamiento en ese instante. Yo le parecía linda a él. 

El rubor corrió de nuevo por mis mejillas, pintándolas de rojo.

— Gracias ... — musité. 

— ¿Ya me crees? — Sonrió. 

-Quizá. 

Su risa estalló de nuevo y puso los ojos en blanco. 

— Si que eres terca ¿no? 

— No, sólo un poquito dura de convencer. 

— Está bien, está bien. Esa es una cosa por la que no se me ocurrió emparejarte con mi hermano, otra es que Jay está enamorado de una chica misteriosa. 

— ¿Una chica misteriosa? 

Se encogió de hombros. 

— Lo conozco muy bien como para saber que está enamorado, el problema es que no me quiere decir de quién. 

— Bueno, todos tenemos derecho a la privacidad — me encogí de hombros y el me miró —. Una amiga me lo dijo una vez. 

— Bueno, creo que tienes razón-sonrió resignado —. Aunque me gustaría saber. 

— Eres curioso — adiviné. 

— Mucho — admitió. 

Dio la vuelta a una calle y siguió derecho. Miré por la ventana polarizada, maravillándome con el encanto de Venecia, sus edificios, sus calles, todo me parecía fantástico. 

— Qué bonito — susurré. 

— ¿Qué es bonito? — preguntó y mi atención volvió a él. 

— La ciudad, la gente, todo...

Él volvió a reír.

— Sí, la primera vez que visitas Venecia sueles enamorarte del lugar. 

— ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? — pregunté. 

— Casi dos años. 

— ¿Dos años? — abrí los ojos como platos. 

— Casi. Bueno, a decir verdad... año y medio. 

— Wow, ¿por qué ..? — me quedé a la mitad de mi interrogante, recordando las palabras de Sharon: "Me contó que era de Arizona, que allí había nacido y que había venido a Venecia por lo mismo que yo: olvidar amores del pasado, sin embargo hasta la fecha no me ha dicho qué fue lo que le pasó... "

— Por qué, ¿qué?

— ¿Así que vienes de Arizona? — dije, tratando de evadir mi pregunta anterior, borrarla de  la conversación o algo por el estilo.

— Sí, Casa Grande, allí nací — respondió —. Pero, por qué ¿qué? — volvió a insistir.

— Nada, sólo me equivoqué de palabras, es todo — reí, nerviosa.

Me miró  con los ojos entrecerrados, no del todo convencido y luego posó su atención en el objeto que tenía sobre mis piernas.

— ¿Qué es eso? — preguntó.

— Oh, mi cámara.

— ¿Eres fotógrafa? — Se asombró.

— Sí, y adoro serlo.

— Te gusta el arte entonces — concluyó.

— Por supuesto.

— ¿Sabes? A mi gusta la música.

— ¿Tocas algún instrumento?

—-Sí, la guitarra, el pandero, el teclado y la batería, un poco.

— ¡Wow! Eres talentoso entonces.

El sonrió, halagado por mi comentario.

— Gracias.

Siguió conduciendo y cada movimiento que él hacía me provocaba una sensación rara de encanto, en ese momento la respuesta de la pregunta que Sharon me había hecho se escuchó en mi cabeza: sí, él era perfecto.

Luego de unos minutos más, su voz interrumpió el silencio.

— Llegamos — avisó, entusiasmado.

Miré hacía el frente, a la izquierda y me maravillé con lo que vi.

Bajé del auto al igual que él y sentí cuando el frío me rozó los brazos. Los cabellos que se salían de la boina se movieron.

— Ven, vamos. Tenemos que ir a una de las góndolas — hizo un movimiento de cabeza indicándome que le siguiera.

Nos acercamos más y pude ver el agua del canal y otras tres personas que querían subir al negro trasporte de madera. Me paré justo antes de subir. Noah me miró.

— ¿Qué pasa? — preguntó.

— He oído que las aguas de los canales de Venecia son profundas — dije, con temor.

El río.

— ¿Tienes miedo?...

El Manual De Lo Prohibido |Noah Beck|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora